EDITORIAL

Lecciones de futuro

El sistema educativo guatemalteco adolecía ya de serios problemas, deficiencias, desfases y brechas antes de la pandemia. La modalidad a distancia solo terminó de evidenciarlos o incluso de agravar sus síntomas, pero también de poner a prueba la vocación de servicio de miles de docentes y el compromiso de los padres con la formación de niños y jóvenes.

Soluciones innovadoras, utilización proactiva de plataformas digitales, aprovechamiento de recursos clásicos en un nuevo contexto y la reconfiguración del papel del docente ante los educandos forman parte de los hallazgos que la crisis ha detonado. A su vez, se trata de una dinámica que vuelve a poner a prueba las vanguardias pedagógicas que se impulsaban antes del 13 de marzo del 2020 y que de súbito se vieron sujetas a examen.

Sin duda alguna, la mayor diferencia se ha visto marcada por el acceso a conectividad digital adecuada, que para muchos niños es algo natural, cotidiano e infaltable desde que nacieron, pero para otros dicho costo representa la diferencia entre comer o no comer para toda su familia, debido a las precariedades que se viven, sobre todo en áreas de provincia, pero también en sectores suburbanos.

Las experiencias vividas por los maestros, los alumnos y los padres o tutores —el famoso banco de tres patas de la educación— deben ser objeto de un exhaustivo estudio por parte de las facultades de Psicología y Educación, no solo como una inmersión en una realidad inédita, sino como un servicio social para el país. Es urgente e impostergable conocer, a escala nacional, los resultados de efectividad, costo de oportunidad, calidad del aprendizaje y aplicación de competencias docentes, a fin de poder trazar un nuevo modelo escolar de cara al futuro inmediato de este sector que aún se debate entre el retorno, la continuidad a distancia y la hibridación. El Ministerio de Educación y el Instituto Nacional de Estadística deberían haber coordinado ya a estas alturas la realización de un censo o al menos de un sondeo escolar público y privado, para empezar a dimensionar las proporciones de la continuidad, la deserción y las metodologías con mejor desempeño.

Párrafo aparte merecen los reportes, cada vez más frecuentes, de cuadros de ansiedad, depresión y agotamiento en niños de primaria y preprimaria, causados por el extendido distanciamiento de sus grupos de compañeros. La tradicional rutina de clases y recreos, de revisiones de tareas y explicaciones en el pizarrón se rompió en pedazos debido a la emergencia, y esto puede ser una buena o una mala noticia.

Puede ser mala si no se asegura la asimilación de conocimientos y su aplicabilidad práctica, si importan más los puntos que las competencias adquiridas o si el tedio de las clases en línea compite contra estímulos propios del ambiente de casa. Puede ser buena si de los aciertos y errores detectados surge un nuevo paradigma para los aprendizajes, tendiente a potenciar la autogestión, la curiosidad y la responsabilidad personal hacia el cultivo del conocimiento. Esto podría sonar utópico, pero en realidad es la aspiración de todo buen maestro: que sus alumnos lleguen a superarlo.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: