SIN FRONTERAS
La emigración es económica: el discurso de la derecha
Juan es líder de una comunidad q’eqchi’, en Alta Verapaz. Su deseo más grande es llamar a ese coyote cuyo número tiene guardado en el celular. Decirle que está listo. Empacar la mochila que está colgada en el cuarto de palos donde vive e ir a Houston, a donde tres de sus vecinos ya llegaron hace un par de años. Ese es el sueño. Tuvimos oportunidad de conversar, largo y tendido, con Juan. Acompañarlo en sus tribulaciones. En el 2019, fue él quien nos guió en la zona para comprender por qué tantos estaban haciendo ese arriesgado viaje al Norte. Esa área del Polochic es lo más inhóspito que he conocido. Seco, caliente y hostil; café, desértico y polvoriento. Pero eso no parece afectar tanto a quienes viven ahí. Son gente de acero. Para ser sinceros, en las entrevistas inmediatas tampoco sale a superficie la falta de infraestructura, o los mínimos servicios sociales como las escuelas o puestos de salud. Lo que sí sale, una y otra vez, es lo de la plata. La falta de “oportunidades”. La falta de comida. “Aquí no hay nada” es lo que responden una y otra vez. Es fácil comprender por qué ha pegado tanto el discurso de que nuestra emigración internacional es eminentemente económica, y que, por tanto, la solución sería la creación de oportunidades laborales.
' Nuestra emigración no es económica. Primero es de desarrollo.
Pedro Pablo Solares
Pero sucede que frente a su humilde hogar, en la plana calle de tierra, pasa a cada minuto un camión levantando polvo. Todos los camiones son iguales. Se nota que son parte de una muy activa organización. Sus comunidades colindan con la montaña donde opera la mina de níquel. Además, rodeados están de nuevas plantaciones de palma africana. Es decir, al área ya llegaron algunas de las industrias a las que han apostado quienes manejan el país. Para los campesinos, esa zona del Polochic está absolutamente derruida. Eta e Iota se mencionan ahora con frecuencia. Pero en los años anteriores a esos devastadores huracanes, ya la cosa parecía perdida. Entre las sequías e inundaciones por el juego entre el Niño y la Niña, los comunitarios lamentan que las siembras se han perdido en los últimos años. La cosecha, entonces, es un medio del que estos campesinos ya no pueden depender. La pregunta evidente sale a flote: “¿Y en la mina? ¿No dan trabajo ahí? Juan reacciona resignado y fastidiado: “Piden sexto de primaria. Por eso a sus trabajadores los traen de Jalapa o Jutiapa. Aquí ninguno llegamos ni a primero, ni segundo”. Empleo, entonces, sí hay, pero uno al que no califican ni siquiera los líderes de las abandonadas comunidades.
Si hablamos de emigración, al ver la evidencia disponible, el grueso de la columna está formada por gente en similar situación que el amigo Juan. Él no es la excepción, es una muestra. Poblaciones que han llegado a la adultez sin insumos para participar en un mercado laboral. Esto, a nivel nacional. En Guatemala ha cuajado eso de que nuestra emigración es económica y que la solución sería la generación de plazas de trabajo. Es el discurso promovido por el Gobierno y el sector privado. Atraer industria. Las tecnológicas, las médicas y BPO es lo que suena. Genial, dice uno. Pero ¿quiénes califican para estos empleos? Sí, seguramente muchos. Pero, si de lo que hablamos es de emigración, ¿en cuánto se reduciría el flujo, si está compuesto principalmente por campesinos que, piocha en mano, no llegaron al sexto de primaria?
Es lo que lo hace a uno cuestionar ese discurso que, dicho sea de paso, es el que promueven los interlocutores de los enviados de la Casa Blanca. Alguien que les diga que tengan cuidado y que se cuestionen eso. ¿Es la emigración guatemalteca principalmente económica? Yo creo que no. Nuestra emigración no es económica. Primero es de desarrollo.