EDITORIAL
A un año de pandemia, la amenaza sigue allí
La pandemia ha expuesto lo mejor y también lo peor del ser humano, y por ende de los guatemaltecos. Ha permitido ver los más impactantes ejemplos de generosidad, solidaridad, abnegación y entrega al servicio de los demás, pero también ha exhibido abyectas formas de egoísmo, codicia y displicencia en el uso de recursos públicos. Hoy se cumple un año del infausto anuncio del primer deceso causado por el covid-19 en el país y con él la llegada de ese flagelo mundial que aún desafía a la ciencia, a los Estados, a las familias y a la responsabilidad personal.
Según el último dato oficial, al menos 6 mil 546 vidas guatemaltecas han sido arrebatadas por este virus que ha impactado de forma indiscriminada, con especial riesgo para adultos mayores y personas con enfermedades crónicas preexistentes, pero a la larga también truncó existencias de niños y jóvenes. Su memoria se evoca en este día que marca el cierre de 12 meses difíciles, aciagos y de constante lucha por la sobrevivencia.
El personal de primera línea se enfrentó a esta adversidad viral con valentía, poco equipamiento y mucha determinación, y a la fecha no queda claro el uso de todos los recursos económicos disponibles, debido a informes escuetos y ambiguos. Solo quedan como constancia histórica las protestas de médicos que exigían, tres meses después de declarada la emergencia, la provisión de ropa protectora, oxígeno y medicamentos. Aún así, hay autoridades que reclaman loas y elogios por hacer lo que únicamente es su obligación.
El impacto económico ha sido dramático, sobre todo en áreas de la provincia y grupos vulnerables. La caída en las cifras de empleo, el desplome del turismo y la lenta recuperación de distintos sectores productivos han empujado a los guatemaltecos a reinventarse, a emprender nuevos negocios, a evolucionar en la prestación de bienes y servicios, pero también han sido el detonante de más migración hacia el norte. La masacre de Tamaulipas, en la cual fueron asesinados 16 guatemaltecos a sangre fría, es evidencia de esta búsqueda desesperada de oportunidades, que se ven lastradas por la descoordinación estatal.
Miles de estudiantes, desde párvulos hasta diversificado y universitarios, han mantenido viva el ansia de superación al continuar desde casa las actividades cognitivas, con todas las limitaciones y potencialidades del entorno tecnológico. Lamentablemente, la brecha digital se amplió: en áreas rurales, donde privan tantas precariedades, constituye una utopía tener una conexión sostenida y suficiente a internet, por no mencionar las dificultades de aprendizaje y nutricionales de los niños o la poca posibilidad de asistencia de los padres, que a menudo poseen baja escolaridad.
No se vislumbran aún los planes de transformación del sistema de salud del país, tan necesarios para la etapa pospandemia. La sola administración de vacunas al personal de primera línea exhibe los rezagos organizativos, aparte de la deficiente gestión para aprovisionamiento de dosis.
Hoy es un día de meditación y de pesar nacional. También debe ser una jornada para despertar nuevas esperanzas y expresar agradecimiento por la vida. Sin embargo, es necesario reconocer que existen otros retos en los cuales también está en juego la vida ciudadana y que se deben abordar con visión de Estado y no con miopes agendas. Cabe parafrasear al gran Augusto Monterroso, cuyo centenario se conmemora este año, al decir que un año después de la llegada de la pandemia, “el dinosaurio sigue allí”.