EDITORIAL

Urge una remesa de nuevas ideas y prácticas

Las remesas enviadas por migrantes son un poderoso aliado macroeconómico, un puntal de la actividad comercial y un medio de sostenimiento de miles de familias, tanto en gastos de subsistencia como en la realización de proyectos de construcción o remodelación de viviendas. Pese a ello no son, dado su enorme potencial, un factor decisivo para el desarrollo humano integral de las comunidades. Estudios recientes exhiben el escaso impacto de los envíos de dólares en la mejora real de servicios educativos, de infraestructura o prestación de servicios de salud, tan solo por mencionar áreas básicas. De igual manera, es limitado su efecto en la conservación de las culturas locales, la generación de espacios colectivos de formación artística, humanística y técnica para jóvenes o la conservación del entorno ecológico.

Cierto es que las remesas constituyen un apoyo monetario enviado por migrantes a sus núcleos familiares, cuyo destino de consumo están en total libertad de decidir. No obstante, al existir tantos guatemaltecos radicados en EE. UU. y Canadá, con el sueño de mejorar las condiciones para sus seres queridos y hasta de volver algún día a la tierra que les vio nacer, tiene sentido hallar nuevas vías para un aprovechamiento comunitario y solidario de su esfuerzo, o al menos parte de él.

El Estado no ha sido un facilitador del aporte migrante, un movimiento del cual solo se aprovechan candidatos politiqueros en campaña, ya sea en busca de apoyo financiero o cortejo indirecto de sus votos o de familiares en el país. Discursos condescendientes, peroratas en teoría nacionalistas y ofrecimientos vacuos se suceden, pero no existe verdadera voluntad política de involucrarlos en el desarrollo del país ni en abogar con seriedad por sus derechos en el extranjero.

Existe el caso también de supuestos líderes migrantes que se enganchan con partidos locales en busca de diputaciones. Una vez en la curul se caracterizan por la amnesia respecto de las prioridades de los connacionales en Estados Unidos. De ese comportamiento oportunista y mediocre existen ya múltiples ejemplos. Baste agregar las rencillas políticas y anodinos manejos que ha tenido Consejo Nacional del Migrante, nombrado por el Congreso hace un mes con exclusión total de las propuestas de comunidades migrantes. Un absurdo total.

Aun así, en este contexto desventajoso las auténticas organizaciones de migrantes guatemaltecos en EE. UU. tienen la oportunidad de impulsar proyectos de desarrollo local: una metodología que ha rendido buenos frutos en países cuyos gobiernos intentan canalizar esta riqueza generada con tesón y sacrificio, una razón más para tratar de darle trascendencia. En Guatemala se han implementado emprendimientos comunitarios en el campo turístico y artesanal con el apoyo de connacionales organizados que tienen una visión más amplia de futuro. Son todavía pocos pero deben ser replicados según el potencial de cada región en otras áreas como la agrícola, pecuaria, industrial e incluso tecnológica. Precisan, claro, de funcionarios locales más proactivos y responsables.

Las entidades que facilitan el envío de remesas también pueden tener un papel protagónico al ofrecer cuentas de ahorro con tasas de interés preferencial, créditos especiales para proyectos de beneficio común y creación de fondos de inversión ángel para jóvenes emprendedores. Son solo posibilidades, pero algo es cierto aunque suene a perogrullada: no se puede esperar un desarrollo diferente, si se siguen repitiendo los mismos modelos disfuncionales y clientelares.

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