Si alguien sabe bien de esto es Sergio Cruz. Sus 26 años como coleccionista de antigüedades nadie se los quita. Gracias a esa labor de curiosidad y nostalgia, asegura que se ha convertido en un testigo de la Historia nacional.
Su colección ocupa espacios el estudio fotográfico Rex, en la sexta avenida 3-55 de la zona 1, que heredó de su padre. “A mí, las antigüedades siempre me han despertado algo muy especial. Recuerdos, sobre todo”, expresa.
Para Sergio esta experiencia lo remite al tiempo en que tuvo muy de cerca el hogar de su abuela, quien vivía en el barrio La Recolección en la zona 1. Recuerda aquella como una casa inmensa que solía estar llena de reliquias.
“Eran cosas muy valiosas que fueron heredadas a mis tíos”, narra mientras señala un ropero que data de inicios del siglo XX. A Sergio, como nieto, también le heredaron algunos objetos familiares, lo que catapultó su interés por las antigüedades.
A sus 59 años, Cruz mantiene frescas las primeras piezas antiguas que compró. Entre ellas, juegos de porcelana para té, copas, y en especial, un juego de botellas que perteneció al presidente Jorge Ubico. Lo adquirió de un hombre que se lo vendió cuando apenas daba sus primeros pasos como coleccionista.
Sin imaginarlo, resultó con botellas para gin y vodka que traían un sifón, además de las letras J y U, grabadas en oro. “Me impactó porque nunca había visto algo así”, narra.
La vida y el tiempo lo hicieron encontrarse con más piezas de Ubico. Asegura que llegó a tener un paragüero suyo, anteojos y hasta uniformes. Sergio comparte esto mientras permanece sentado en una silla estilo Luis XV fabricada en 1980, y cuyo diseño deja ver una estética refinada.
La butaca, que es parte de un juego de sala que incluye una mesa con madera y mármol, está en el centro de Foto Rex, negocio del que Sergio se encarga desde 1995 y que está ubicado en la 6a. avenida 3-55, zona 1 capitalina.
Mientras el coleccionista habla, su esposa, Silvia de León, y sus pequeños nietos juegan en la entrada del local. En paralelo, Silvia atiende a los curiosos que se acercan desde la avenida a preguntar por los servicios de fotografía o por alguna de las tantas reliquias antiguas que se muestran en la vitrina.
Durante las últimas cuatro décadas la familia Cruz ha hecho de este espacio su segundo hogar. El padre de Sergio, un consolidado fotógrafo de los años setenta, inauguró Foto Rex en septiembre de 1978 para prestar servicios de imagen, así como de impresiones.
Cuando el fotógrafo murió, en 1995, Sergio se hizo cargo del negocio. Para ese entonces él ya conocía las bondades de la fotografía y que magnificó con los años, hasta convertirse en un prestigioso fotógrafo del Centro Histórico, además de ser reconocido, con el paso de los años, como un coleccionista experimentado.
Coleccionistas
Silvia de León, a quien se le puede ver todos los días junto a su esposo en Foto Rex, cuenta que el negocio dio un giro en 2009 cuando la demanda por servicios fotográficos decreció. Desde entonces ha sido la venta de antigüedades lo que ocupa gran parte de los días de la familia, ya sea en la tienda física o en su página de Facebook llamada Bazar del coleccionista.
Y es que en este lugar todo pareciera tener un secreto o una historia bien guardada. Cuando se le pregunta a Cruz si todo está a la venta, asegura que en su mayoría, pero exceptúa una foto en la que aparece él junto a Juan Pablo II, un cuadro de la Virgen de Guadalupe, su computadora y el único rótulo que queda de Foto Rex.
Además de esas, no es coincidencia ver muchas otras joyas en el lugar. Dice que resultaron en su tienda por una cuestión de practicidad. Resulta que luego de casarse con Silvia, la pareja empezó a coleccionar piezas antiguas. Su devoción fue tanta, que llegaron a ocupar buena parte del espacio en la casa.
“Teníamos la casa llena de antigüedades. Mis hijos me decían que pusiera una sala, porque no podían entrar a jugar con sus amigos por miedo a quebrar algo”, recuerda Sergio.
La acumulación sobrepasó los límites del espacio y fue ahí cuando decidieron llevar varias de las antigüedades al negocio para decorarlo. Sergio recuerda que el cuarto oscuro del local —donde suele revelar rollos de fotografía— llegó a convertirse en una pequeña bodega.
Luego de trasladar los objetos desde su casa, colocaron planchas de metal, vajillas, cámaras y demás objetos en la vitrina. Esa decisión trajo grandes sorpresas a la familia. De repente, varias personas empezaron a preguntar cuánto costaban las antigüedades.
Sergio admite que al principio le resultó extraño que la gente quisiera comprárselas, ya que eran sus recuerdos y estaba muy apegado.
Sin embargo, su forma de ver los objetos del pasado cambió cuando un señor se acercó a la tienda para preguntarle cuánto costaba una lámpara de vidrio soplado, estilo art deco, que estaba exhibida. “Con tal de no venderla le dije que costaba Q800, y resulta que me la compró”, refiere con una sonrisa.
Sorprendido por la inesperada venta, Sergio se sintió satisfecho con la transacción. Tiempo después investigó y supo que la lámpara costaba más. “En ese entonces no estaba en el mercado. No tenía mucho apoyo de Internet para determinar el precio de algunas cosas”, afirma.
Fue así como empezó a normalizar la compra y venta de antigüedades. Manifiesta que empezaron a llegar personas con objetos particulares, tanto jóvenes como adultos. Cruz aún tiene presente la ocasión en que una señora le contó que se iba a mudar de casa y que ya no quería tener sus adornos, por lo que se los ofreció al coleccionista.
“Me di cuenta de la gran cultura que puede haber en la sociedad. Muchas personas me traían vajillas alemanas, francesas; cristales y demás”, comenta.
Por mucho tiempo Sergio estuvo muy apegado a las piezas que solía coleccionar. No obstante, fueron el diálogo y el conocimiento los que resolvieron esa actitud.
“Hay algo que he entendido con las antigüedades: pueden causar alegría o satisfacción en su momento, pero ahora sé que las cosas van y vienen, así como la vida”, reflexiona.
El arte de valorar
Cruz aduce que las antigüedades pueden llegar a tener un gran valor, indistintamente del tiempo en que fueron creadas y obtenidas.
Explica que para que los objetos tengan el título de antigüedad deben estar en buenas condiciones y haber sido funcionales para la sociedad. De lo contrario, se trata de un trasto viejo.
Suele haber parámetros que indican que una longevidad de 50 a 100 años es el tiempo adecuado para establecer un objeto como antiguo. No obstante, las variables para determinarlo se pueden basar en preguntas sujetas al criterio del coleccionista.
Sergio revela que su pregunta básica para comprender el valor de las piezas ofrecidas radica en la procedencia de las mismas. Por eso, siempre comienza preguntando si se trata de un objeto regalado o heredado a quien se lo ofrece.
A partir de esa premisa puede indagar sobre el tiempo del objeto. Por ejemplo, si un joven le llevase un artículo que le fue heredado por su abuela, hace la cuenta atrás desde que el joven lo posee más el tiempo que su abuela lo tuvo, y de saberlo, se pregunta si antes de ella hay alguna noción de quién y por cuánto tiempo lo tuvo en su poder.
Hechas las cuentas, Sergio ha podido determinar objetos con alrededor de 100 años.
En el caso de los objetos industriales con marcas específicas la tarea se vuelve más sencilla. A partir de un rastreo en Internet se puede averiguar la procedencia, el lugar de fabricación y hasta su precio en el mercado.
Caso contrario ha sucedido con las piezas religiosas, una rama bastante común entre los coleccionistas y sobre todo en Guatemala. Mientras Sergio sostiene la figura de un Niño Dios de madera del siglo XIX, dice que se deben tener los sentidos muy desarrollados, así como leer y consultar mucho, para comprender la relevancia del objeto.
A la vez es el tema más desafiante a la hora de datar objetos. Es ahí donde cobra relevancia el concepto de anticuario, puntualiza.
“Es el título adecuado cuando una persona comprende y tiene el carácter para determinar qué es una antigüedad. Se dice que para tener un buen dictamen hay que leer, tocar y oler los objetos”, explica.
A esta experiencia física e intelectual también se suman los acercamientos con fuentes documentales y orales que combaten cualquier intento de chantaje, en especial con piezas religiosas, dice el anticuario.
Una prueba de cómo ha logrado afrontarlo es su aproximación con personas como Haroldo Rodas, el fallecido historiador de arte que se especializó en piezas religiosas. De su cercanía con Rodas Cruz asegura que conoció muchas de las características principales de las figuras del Niño Dios.
De esa cuenta, supo que no cualquier objeto de madera que se humedezca y entierre (como muchos lo hacen) suplantará el aspecto fidedigno de un pieza de madera antigua.
Antigüedades como fenómeno histórico y social
Para comprender mejor la importancia de las antigüedades y su respectiva distribución, el historiador y sociólogo Aníbal Chajón se remite al pasado de Guatemala.
El académico cuenta que los primeros anticuarios surgieron en el país en el siglo XIX. Eran personas que habían estudiado en el extranjero y que empezaron a valorar distintos objetos antiguos por su “excentricidad”, como las piezas prehispánicas.
“Estas personas, cultas, sabían que las galerías y los museos presentaban esos objetos, que muchas veces eran comprados”, expresa Chajón.
Específicamente había una inclinación por comercializar las piezas arqueológicas que en aquel entonces se veían como simples “cosas antiguas”.
Con el tiempo, surgieron tiendas de empeño o de préstamos, como La Bola de Oro, ubicada en la capital, donde se compraban objetos valiosos “antiguos” que podían ser a la vez de culto o utilitarios. Muchas de estas piezas empezaron a adquirir un carácter estético en los hogares de la élite.
“Fue así como empezó a ser una representación del estatus social, religioso y utilitario”, comenta Chajón, quien a la vez pone como ejemplo que desde el Renacimiento ha persistido un culto generalizado por las piezas religiosas como esculturas o pinturas.
El gobierno también desempeñó un papel importante en la revalorización de las antigüedades en Guatemala. En las décadas de 1930 y 1940 comenzó a comprar edificaciones en ruinas en lugares como Antigua Guatemala y les otorgó un nuevo valor cultural y económico.
Esto fue replicado por las élites guatemaltecas que empezaron a ponderar distintas manifestaciones antiguas para conformar colecciones privadas.
Ya en las décadas de 1970 a 1990 la sociedad comprendió el valor de los objetos de tiempos pasados; en especial, personas que conocían del precio de mercado de las piezas antiguas.
Chajón expone que la forma en la que se valora un objeto depende de cada contexto “Cada generación expresa lo que admira”, explica. Por ello, es destacable hablar de objetos que, con el paso del tiempo, a pesar de haber cumplido una función práctica y social, representan una parte de lo ocurrido.
Esto se complementa con una necesidad humana de buscar el origen y la procedencia de aquello que lo rodea. Muchas veces, a través de los objetos es posible reconocer cuáles son las raíces de una situación.
“Los objetos del pasado nos facilitan la comprensión y nos ayudan a sentir el valor de un momento. Es algo que va más allá de la nostalgia: es una conexión con quienes estuvieron antes”, enfatiza el historiador y sociólogo.
Trascendencia material
Durante los últimos 26 años, Cruz calcula haber tenido unas 50 mil piezas. Eso, sumado a las 19 mil fotos de Guatemala que son parte de su colección privada y que, al contrario a las antigüedades que le llegan, no las vende.
Asegura que la clientela suele ser muy distinta por estos días. Refiere que el rango de edad de personas que le siguen, lo cual ha podido constatar en su página de Facebook, ronda entre los 18 y los 40 años.
“La clientela la divido en dos: los amantes de las antigüedades y los que se inician en esa cultura”, especifica. Esta clientela también le ha valido muchos encuentros con objetos que no hubiera encontrado en otro lugar, enfatiza el anticuario.
Al estar dentro del perímetro del Centro Histórico, se sitúa en un punto estratégico para muchas familias que han vivido en los alrededores por décadas y le llevan sus antigüedades para venderlas.
En cuanto a los gustos de los clientes, asegura no hay una línea definida. “Cada persona pregunta por lo que le genera interés”, explica. A diario llegan a Foto Rex personas que preguntan por cámaras antiguas, piezas religiosas, productos alusivos a Coca-Cola, vajillas y un sinfín de productos diversos, ya que no hay paridad en los intereses. “En gustos se rompen géneros”, bromea el anticuario.
El detalle de adquirir una pieza antigua es que esta recuerde una historia. Ya sea un rótulo o una imagen religiosa, todos la tienen.
El coleccionista tiene presente una ocasión en la que adquirió un pequeño estuche que parecía ser para exorcismos. Traía sal, un frasco para agua bendita, una cruz y otros componentes.
Dubitativo, acudió a un miembro de la Iglesia Católica que conocía, quien le dijo que la caja era usada en rituales de otras creencias. En ese momento Sergio comprendió que estaba frente a distintas manifestaciones culturales.
A la pregunta de si siente que ha palpado la historia, responde: “Mucha gente entra en controversia porque he tenido algunas cosas, pero las obtengo y las vendo porque es mi forma de vivir, aunque me he sentido con un gran privilegio. Son piezas únicas que no se encontrarán en cualquier almacén”.
Además, se identifica como un amante de las historias. Dice que vender antigüedades lo ha hecho aprender de personas en distintos momentos de la vida. “Todos esos aparatos que fueron útiles en una determinada época me han hecho aprender una infinidad sobre la sociedad”, concluye.