SIN FRONTERAS
Cartita en el fin de año
Cuando una vez a la semana un pedazo de papel espera para que tu artículo le sea impreso encima, a veces sucede —por lo menos a mí— que llega una hora en la que se acumula la tensión, pues aún no decido el tema central que será desarrollado. Supongo que les pasa a todos los articulistas comprometidos con una cita periódica. A veces me viene esa tensión por un exceso de opciones que me parecen interesantes y que confluyen en un mismo momento. Otras, la tensión es provocada precisamente por lo contrario.
Cuando era más novel en la industria, me pasaba más seguido. Pero creo que ese fue siempre un temor presente: el infame bloqueo del escritor. Hay trucos para sobrellevar ese momento. He visto que algunos escriben con días de anticipación, lo cual trae incontables beneficios. En especial, dejar que la idea pase la prueba de la almohada. Al día siguiente siempre hay ajustes pertinentes. Cuando recién me inauguraba, un querido tío que tiene muchos años de estar en este quehacer me dio el consejo que adopté. Me dijo: “Tené siempre unos tres escritos listos en la computadora, para cuando llegue una semana en la que no te dé tiempo de escribir”.
' Todo lo que escribo es todo lo que entiendo y todo lo que creo.
Pedro Pablo Solares
Desde entonces, hace ya un poco más de cuatro años. Fue un día de septiembre, en 2016, cuando el director editorial de este diario me mandó la invitación. Elegantemente me propuso que “idealmente” el artículo semanal versara sobre “temas migratorios”, que son mi área de especial interés. Es una tentación girar más hacia otros temas coyunturales, especialmente en este convulso país tan lleno de noticias. Pero he hecho lo posible por mantenerme en ese cometido, pues esa elegante insinuación se sumaba a la intención que ya tenía de restringirme en el deseo ocasional de escribir sobre asuntos que salen de la temática central de la columna. Desde el principio he reconocido que este espacio es parte del esfuerzo que tiene Prensa Libre por mantener a lo migratorio y a la población guatemalteca radicada en el exterior, vigentes en su línea editorial y contenidos. Una solución frecuente es girar los temas de actualidad hacia el enfoque de la migración, como lo hice —por ejemplo— hace un par de semanas, intentando sumar los intereses de la población expatriada a la conversación actual en el país sobre las reformas al texto constitucional. Aclaro que no es que crea que el mundo se circunscribe a la migración. Pero entiendo que ese es el propósito de mi espacio.
Escribir y opinar, para mí, es como creo aportar. Me jacto de pregonar que no obtengo pago alguno por lo que digo. Ni siquiera facturé nunca el estipendio que amablemente Prensa Libre me ofreció al iniciar esta labor. No es que lo considerara innecesario, simplemente fue que mi personalidad no me lo autorizó. Hoy puedo decir que no respondo a nadie, y que todo lo que escribo es todo lo que entiendo y todo lo que creo. Las únicas limitantes son las que impone la seguridad personal, y en especial la caballerosidad de quien procura un ángulo propositivo. Esto, sin embargo, no ha sido visto así por algunos funcionarios que son sensibles a que alguien independiente evalúe su servicio público.
El fin de año suele capturar mi sensibilidad. Las fiestas me llevan al refugio de la nostalgia. A veces, esta, en un acto de defensa, activa una alerta que se traduce en el infame bloqueo del escritor mencionado. El tío fue sabio, y estas líneas son una adaptación a un texto anteriormente escrito. Una explicación de mi columna, en la semana de esta Navidad. Semana de fiestas, en un año inusual. Un momento en que mando un saludo a quienes leyeron mi columna en 2020. Una oportunidad de animarle, a usted que ha sufrido el confinamiento consciente; el acto de amor hacia sus prójimos y su sociedad. Una oportunidad de saludarle, deseando lo mejor para usted y sus seres queridos.
Un abrazo de Navidad.