“Oh, oh”, dijo y señaló: “Personas”.
Su madre comentó que la niña ha aprendido a mantener la distancia social adecuada para evitar el riesgo de contagio de coronavirus. De esta y otras maneras, Alice es parte de una generación que vive en un nuevo tipo de burbuja especial, una donde no hay otros niños. Son los niños pequeños del COVID-19.
Para ella y para muchos de sus compañeros se acabaron las citas para jugar, las clases de música, las fiestas de cumpleaños, la serendipia en el arenero o el vuelo en paralelo en los columpios contiguos. Muchas familias omitieron la inscripción a la guardería en otoño y otras la abandonaron a la mitad de la nueva oleada de casos de coronavirus.
Ahora que los meses de aislamiento invernal se avecinan, los padres están cada vez más preocupados por las consecuencias de las carencias sociales en el desarrollo de sus hijos pequeños.
“La gente está tratando de sopesar los pros y los contras de lo que es peor: poner a su hijo en riesgo de contraer COVID o en riesgo de enfrentarse a un grave obstáculo social”, señaló Suzanne Gendelman, cuya hija, Mila, tiene 13 meses de edad y antes de la pandemia había sido una compañera de juegos habitual de Alice McGraw.
Es demasiado pronto para que existan investigaciones publicadas sobre los efectos de los cierres por la pandemia en niños muy pequeños, pero los especialistas en desarrollo infantil aseguran que es probable que no afecte a la mayoría de los niños porque sus relaciones más importantes a esta edad son con los padres.
Aun así, un número creciente de estudios resaltan el valor de la interacción social para el desarrollo del cerebro. Las investigaciones demuestran que las redes neuronales que influyen en el desarrollo del lenguaje y una capacidad cognitiva más amplia se construyen a través del intercambio verbal y físico, desde compartir una pelota hasta el intercambio de sonidos y frases sencillas.
Estas interacciones construyen “la estructura y la conectividad en el cerebro”, afirmó Kathryn Hirsh-Pasek, directora del Laboratorio de Lenguaje Infantil de la Universidad del Temple y miembro sénior de la Institución Brookings. “Parecen ser un alimento para el cerebro”.
En los bebés y niños pequeños, estas interacciones fundamentales se conocen como “saque y volea”, y dependen de intercambios continuos de sonidos guturales o palabras sencillas.
Hirsh-Pasek y otros señalan que la tecnología presenta tanto oportunidades como riesgos durante la pandemia. Por un lado, les permite a los niños participar en juegos virtuales por Zoom o FaceTime con los abuelos, amigos de la familia u otros niños, pero también puede distraer a los padres que revisan sus teléfonos constantemente hasta el punto de que el dispositivo interrumpe la inmediatez y la efectividad del dueto conversacional, un concepto conocido como “tecnoferencia”.
John Hagen, profesor emérito de psicología de la Universidad de Míchigan, dijo que le preocuparía más el efecto de los cierres en los niños pequeños, “si esto durara años y no meses”.
“Creo que no estamos lidiando con nada que provoque dificultades permanentes o a largo plazo”, dijo.
Hirsh-Pasek describió el entorno actual como una especie de “huracán social” con dos grandes riesgos: los bebés y los niños pequeños no interactúan entre sí y, al mismo tiempo, reciben señales de sus padres de que otras personas pueden ser un peligro.
“No estamos hechos para dejar de ver a los otros niños que caminan por la calle”, dijo.
Eso fue lo que le sucedió a Casher O’Connor, de 14 meses, cuya familia se mudó hace poco a Portland, Oregon, desde San Francisco. Varios meses antes de la mudanza, el menor paseaba con su madre cuando vio a otro niño cerca.
“Casher se dirigió hacia el niño de 2 años y la madre extendió los brazos para impedir que Cash se acercara más”, narró Elliott O’Connor, la madre de Casher.
“Lo entiendo”, añadió, “pero aun así fue desgarrador”.
Portland ha demostrado ser un lugar un poco menos prohibitivo para la interacción infantil en parte porque hay más espacio que en los poblados vecindarios de San Francisco, así que los niños pueden estar en los alrededores sin que los padres sientan que están en riesgo de contagiarse unos a otros.
“Es asombroso que mire a otro niño”, dijo O’Connor.
“Ver a tu hijo jugando solo en un parque de juegos es sumamente triste”, añadió. “¿Qué consecuencias tendrá esto en nuestros hijos?”.
El surgimiento de pequeñas burbujas vecinas, o los casos de dos o tres familias que se unen en burbujas compartidas, ha ayudado a contrarrestar las inquietudes de algunos padres. Sin embargo, las medidas nuevas y estrictas en algunos estados, como California, han interrumpido esos esfuerzos, pues han cerrado los parques infantiles en la ola más reciente de COVID-19 y se les ha advertido a los hogares que eviten la socialización con gente externa a sus propias familias.
Además, las burbujas solo funcionaban cuando todos estaban de acuerdo en obedecer las mismas reglas, así que algunas familias simplemente eligieron quedarse solas.
Los expertos en desarrollo infantil afirmaron que sería útil comenzar a investigar a esta generación de niños para aprender más sobre los efectos del aislamiento relativo. Existe un precedente lejano: en 1974 se publicó una investigación que hizo un seguimiento de los niños que vivieron un momento que sacudió al mundo de manera diferente, la Gran Depresión. El estudio ofrece motivos de esperanza.
“A un nivel inesperado, el estudio de los niños de la Gran Depresión siguió una trayectoria de resiliencia en los años intermedios de la vida”, escribió Glen Elder, autor de esa investigación.
Brenda Volling, profesora de psicología de la Universidad de Míchigan y experta en desarrollo social y emocional, dijo que una de las conclusiones es que los niños de la época de la Depresión que se desarrollaron mejor fueron los que provenían de familias que superaron las dificultades económicas con más rapidez y que, en consecuencia, eran menos hostiles y se enojaban y deprimían menos.
Con ese fin, lo que más necesitan en este momento los bebés, los niños pequeños y otros niños que crecen en la era del COVID es una interacción estable, amorosa y atenta con sus padres, concluyó Volling.