EDITORIAL

Otro año perdido para la desnutrición infantil

Entre excusas, rezagos, marrullerías legislativas e inercias burocráticas, el problema de la desnutrición, crónica y aguda, se encamina a otro año perdido, debido a la falta de claridad en los planes gubernamentales, el impacto de la pandemia y desastres climáticos, la falta de compromiso de las bancadas del Congreso y los juegos clientelares de cifras en el gasto público que no terminan de fijar una cifra o proporción mínima para atender de manera ininterrumpida, al menos por la próxima década, este flagelo que siega vidas, limita el crecimiento y arrebata el desarrollo cognitivo.

La pobreza, el desempleo, las pérdidas agrícolas, la falta de oportunidades y la insuficiente cobertura educativa se combinan para generar un panorama dantesco: Guatemala es el país de América Latina con la mayor tasa de rezago en crecimiento, indicador inequívoco de desnutrición crónica. La mitad de niños y jóvenes tienen una estatura menor a la que deberían tener. No se trata de factores genéticos ni de cuestiones hereditarias: es falta de una alimentación adecuada y la prolongada ineficiencia de administraciones del Estado para enfrentar el tema.

Siete de cada 10 niños menores de 5 años tienen retraso en el crecimiento en Totonicapán, Quiché y Huehuetenango. En Sololá, son seis de cada 10. En otras localidades como Alta y Baja Verapaz, Chiquimula, Jalapa, Chimaltenango, San Marcos y Quetzaltenango también hay infantes por debajo de los promedios aceptables. Lo más lamentable es que la talla corporal inferior es solo un síntoma de otro efecto lamentable: las deficiencias en el desarrollo cerebral y capacidad de aprendizaje, que constituyen serias amenazas a la productividad nacional.

Entre 2000 y 2015, Guatemala solo redujo 8.5% la incidencia de desnutrición crónica, según detalla el informe “Panorama de la Inseguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2020”, recientemente presentado por varias oficinas de Naciones Unidas. Países que tenían cifras similares a las de Guatemala hace dos décadas han conseguido mejoras notables debido a políticas sostenidas y apuestas decididas por generar una niñez más sana y futuros ciudadanos mejor desarrollados. Bolivia, El Salvador, México, Paraguay y Perú se encuentran dentro de esos ejemplos, que no sin imposibles de replicar.

Justo en este momento en que se discute la readecuación presupuestaria, se deben asegurar los fondos necesarios para ampliar y sostener los programas de combate total a la desnutrición: si hace falta recortar a otros rubros se pueden reducir fondos a los gastos del Congreso, se puede rescindir la pertenencia de Guatemala al Parlacén, se puede disminuir el uso de combustibles y vehículos oficiales al servicio de funcionarios o sus familiares o se pueden destinar a este fondo los decomisos de dinero hechos al narcotráfico.

Sin nutrición total para la niñez guatemalteca no hay futuro posible ni competitividad viable; siempre que haya poblados en donde los pequeños se van a dormir sin algo en el estómago, el Estado no está cumpliendo el fin para el cual fue organizado. Ese niño y esa niña que hoy se encuentra por debajo del nivel normal de crecimiento podrían ser la gran esperanza de la ciencia, la tecnología o la administración pública del futuro, pero hay que proveerle de alimentación para que logre una vida de calidad y pueda llegar a florecer en ese futuro que tantos políticos prometen en campaña pero al cual dan la espalda el resto del tiempo.

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