EDITORIAL
Oportunidad para potenciar la educación
L as cifras de la pandemia y el sentido de precaución apuntan a que el arranque del ciclo 2021 continuará la modalidad virtual que se ha prolongado en los últimos seis meses y medio o, cuando menos, será semipresencial en ciertos niveles. Esto depende de la evolución de la propagación de casos, las campañas de pruebas de detección y, por supuesto, el esperado hallazgo de una vacuna, que ninguna coyuntura política puede predecir.
Mientras el Ministerio de Educación aún evalúa si decidirse a favor de la continuidad de métodos a distancia o indicar un paulatino retorno a las aulas, varios planteles privados no solo han comenzado inscripciones para el próximo año, sino que también se adelantan a promocionar sus recursos y metodologías en línea, las cuales requieren de una mayor planificación de contenidos y actividades, así como de un monitoreo más intenso por parte de los padres o encargados, a fin de asegurar la conexión efectiva a sesiones y la elaboración de tareas.
Sin embargo, en el sector público la brecha de calidad y efectividad parece haberse ampliado debido a la imposibilidad de numerosas familias, en zonas rurales y urbanas, de costear una conexión adecuada de internet, de mantener una supervisión sobre los menores y menos aún de revisar el debido aprendizaje de conceptos matemáticos, lingüísticos, históricos y de otras materias. En otras palabras, el viejo problema del rendimiento escolar en condiciones normales se hace más complejo debido a la competencia por la atención del niño, la innumerable cantidad de distractores en las clases a distancia y el cansancio generado por una comunicación mediatizada que puede llegar a ser monótona.
Incluso con esas dificultades, la crisis es un campo fértil para la innovación, el cambio y la creatividad, siempre y cuando se siembren las semillas. Los primeros sembradores son aquellos maestros dedicados que se han tomado el trabajo de marchar hasta aldeas distantes para atender a alumnos que no pudieron llegar a las aulas físicas ni virtuales, y la misma función esencial tienen los docentes que buscan plataformas digitales amigables, mecanismos interactivos, y que en especial proyectan entusiasmo en cada jornada de telesalón de clase.
No es de extrañar que no aparezcan por ninguna parte dirigentes magisteriales procurando recursos de cooperación internacional o solicitando apoyo a entidades locales para enriquecer el acervo digital de sus seguidores, o la capacidad de gestionar cada vez mejor la formación de mentes en tiempos de distanciamiento sanitario. Pero esta no es razón para seguir su triste paso por la historia nacional, sino, por el contrario, para tomar distancia de tan venal modelo.
Se necesita de una cooperación muy fuerte del sector científico y tecnológico, así como del Estado, para poder dotar a los planteles públicos y privados de nuevas plataformas, gratuitas y culturalmente pertinentes, montadas sobre nodos de cable submarino que podrían abaratar los costos. Pero para ello es necesaria un interés unánime del Ejecutivo y el Legislativo para empujar una agenda de transformaciones pedagógicas y de infraestructura que además de atender las dificultades propias de la emergencia, permitan la transformación del modelo educativo, la ruptura de los muros de las aulas y una inclusión escolar a un nivel inusitado. Lo cierto es que para llegar a destinos diferentes se deben tomar nuevos caminos.