En el momento culminante, el corazón -en el que quedan registradas todas las buenas y malas acciones- es pesado en una balanza para compararlo con la pluma de Maat, la diosa de la verdad y la justicia.
BBC NEWS MUNDO
¿De dónde viene la idea de que el alma pesa 21 gramos?
Si los antiguos egipcios tenían razón, tras la muerte emprendemos un largo y tortuoso viaje montados en la barca de Re o Ra, el dios Sol, hasta llegar a la Sala de la Doble Verdad, para enfrentar el Juicio del alma.
Si hemos llevado una vida decente, nuestra alma pesará menos o lo mismo que la pluma, y será digna de vivir para siempre en el paraíso con Osiris.
Ecos de esa ceremonia aparecieron en un estudio publicado en las revistas American Medicine y Journal of the American Society for Psychic Research en 1907 bajo el título “Hipótesis sobre la sustancia del alma junto con la evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia”.
La pesa
El títular del diario The New York Times, que se había adelantado dos meses con la primicia, había sido más claro y conciso: “El alma tiene peso, piensa un médico“.
El médico en cuestión era el doctor Duncan MacDougall, quien había nacido Glasgow, Escocia, en 1866 y mudado a Massachusetts, Estados Unidos, a los 20 años, y se había graduado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston.
Ya como profesional, donaba parte de su tiempo a un hospital caritativo para enfermos incurables que había en la ciudad de Haverhill.
La sede original del Hogar para tuberculosos Cullis había sido propiedad de un mercader que comerciaba con China y cuando se mudó, todo fue llevado al nuevo edificio, incluso artefactos irrelevantes.
Uno de ellos fue una báscula de plataforma estándar Fairbanks, un aparato inventado en 1830 que se había vuelto mundialmente famoso pues permitía pesar objetos grandes con precisión.
Encontrársela en ese lugar en el que la muerte era una constante hizo que a MacDougall se le ocurriera una idea: pesar el alma.
Según ese artículo publicado en The New York Times 6 años más tarde, su objetivo era investigar “si la salida del alma del cuerpo era acompañada de alguna manifestación que pudiera registrarse con algún medio físico”.
Aunque su finalidad no era tan trascendental como la de los dioses egipcios, implícitamente el alcance de su estudio, sí.
Notarás que partía de la premisa de que el alma dejaba el cuerpo en el momento de la muerte, así que no estaba poniendo en duda su existencia, pero los resultados de su pesquisa tenían el potencial de comprobarla científicamente, así esa no fuera su intención.
A pesar
MacDougall construyó una cama especial colocando un marco ligero sobre escalas delicadamente equilibradas sensibles a dos décimas de onza.
En ella se acostaba a pacientes en las etapas finales de enfermedades terminales quienes eran meticulosamente observados durante y después del proceso de morir.
Cualquier cambio correspondiente al peso era medido, teniendo en cuenta en los cálculos incluso las pérdidas de fluidos corporales, como el sudor y la orina, y de gases, como el oxígeno y el nitrógeno.
Con “otros cuatro médicos” bajo su dirección, “cada uno haciendo sus propias cifras” se estableció, según MacDougall, que “un peso de entre ½ onza a 1¼ sale del cuerpo en el momento de la expiración”.
“En el instante en que la vida cesaba, la bandeja de la escala opuesta caía con una rapidez asombrosa, como si algo se hubiera levantado repentinamente del cuerpo“, aseguró el doctor.
MacDougall hizo además el mismo experimento con 15 perros y observó que “los resultados fueron uniformemente negativos, sin pérdida de peso al morir”, corroborando la hipótesis de que la pérdida de peso registrada en los humanos se debía a la salida del alma del cuerpo, ya que (según su doctrina religiosa) los animales no tienen alma.
A su pesar
El grave problema con ese estudio que se extendió por seis años es que se basó exactamente en ese mismo número de casos: 6.
Encima, dos de ellos no se pudieron tomar en cuenta, uno porque “desafortunadamente, nuestras escalas no estaban ajustadas con precisión y hubo una gran interferencia por parte de personas que se oponían a nuestro trabajo”; el otro porque “no fue un test justo. El paciente murió casi cinco minutos después de ser puesto en la cama y murió mientras yo ajustaba el astil”.
Y no solo la conclusión se basó en las observaciones de apenas cuatro casos, sino que aunque en tres se registró una caída inmediata de peso, en dos de ellos éste aumentó con el paso del tiempo, y la caída del cuarto caso se revirtió y luego se repitió.
Súmale a eso el hecho de que MacDougall y su equipo tenían dificultades en determinar el momento exacto de la muerte, un factor definitivo en la investigación.
Para ser justos, aunque varios periódicos (principalmente de la región más religiosa de EE.UU.) trataron los resultados del experimento como una prueba irrefutable de la existencia del alma, el propio MacDougall no estaba convencido de que su trabajo hubiera probado nada.
Para él, su informe era una evaluación preliminar, y dijo que eran necesarios más estudios.
Pero ni eso ni el hecho de que la comunidad científica negara la validez del experimento impidieron que se colara en la conciencia cultural.
La idea de que el alma pesa ¾ de onza, o más bien 21 gramos, que fue la disminución de peso registrada en el primer sujeto del experimento de MacDougall, sigue viva.
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