Segunda escena: el presidente conmuta la sentencia de un viejo amigo y exasesor suyo que debía cumplir 40 meses de prisión por obstruir una investigación del Congreso y otros delitos.
BBC NEWS MUNDO
“El estilo de Trump me recuerda a los caudillos semiautoritarios de América Latina”
Primera escena: policías dispersan a la fuerza una protesta pacífica ante la casa de gobierno para que el presidente pose frente a las cámaras en una iglesia, alzando la Biblia.
Donald Trump ejerce el poder de una forma poco habitual en Estados Unidos. (Foto Prensa Libre: Getty Images)
Tercera escena: el presidente, que busca un nuevo mandato y está rezagado en las encuestas, evita responder en público si aceptará el resultado de las elecciones que su país celebra en noviembre.
El protagonista de los tres actos es Donald Trump y la secuencia ocurrió en las últimas semanas en Estados Unidos, aunque para algunos evoca más bien lo que ocurre en países poco democráticos.
Trump es definido por sus críticos como un líder populista con impulsos autoritarios, incluso desde antes que llegara a la Casa Blanca. Pero, ¿es comparable a líderes latinoamericanos que recibieron esa misma calificación?
Javier Corrales, un profesor de ciencia política en el Amherst College de EE.UU. experto en temas de poder presidencial en América Latina, señala varias semejanzas durante una entrevista con BBC Mundo.
Pero también advierte sobre ciertas diferencias.
Lo que sigue es un resumen del diálogo telefónico con Corrales, autor del libro Fixing Democracy (“Arreglos a la Democracia”) sobre los cambios constitucionales que Latinoamérica experimentó en los últimos tiempos.
¿A qué tipo de presidentes de América Latina se acerca el estilo de gobierno de Trump?
El estilo de Trump me recuerda a los caudillos semiautoritarios de América Latina. Es ese tipo de presidentes que no entienden la democracia liberal, que existen reglas que le impiden al Poder Ejecutivo hacer lo que quiera y normas que exigen que el Poder Ejecutivo trate a la oposición como grupos que son derecho-habientes y no enemigos del Estado.
Trump constantemente se está pasando de la raya. Y en ese aspecto es un tipo de gobierno iliberal.
Lo que varía es la ideología de cualquier populismo: los hay de derecha, izquierda, más socialdemocráticos o dados a temas de seguridad.
Lo que tienen en común estos gobiernos iliberales es esta idea de que el presidente, el Poder Ejecutivo, tiene una conexión con “el pueblo de verdad”. Por lo tanto, piensan que poner límites al presidente es como una especie de atentado democrático.
Ese aspecto es lo que Trump conserva de populista.
Por ejemplo, utiliza el sistema de justicia para hacerles favores a sus amigos. Presiona para ser más laxo con aquellas personas que están dispuestas a hacerle favores al presidente y severo con aquellos grupos que no comulgan con el proyecto de Trump.
¿Puede dar algunos ejemplos de esto?
Acabamos de ver la exoneración de Roger Stone (el viejo amigo de Trump que había sido sentenciado a 40 meses de prisión por distintos delitos). Usa su facultad como presidente para dar esta exoneración.
Antes habíamos visto situaciones en las que él mismo interviene en casos que el Departamento de Justicia está investigando, para presionar.
Todo el impeachment a principios de este año era un caso de este tipo.
Parece un sistema crónico. De hecho él lo dijo en un momento: si ustedes van a defenderme, no se preocupen que yo también los voy a defender a ustedes.
¿En dónde hemos visto esto en América Latina en los últimos tiempos?
Los casos más emblemáticos diría que son el de Alberto Fujimori en Perú en los años 90. No cabe duda que llegó mucho más lejos que Trump. Pero también es cierto que era una democracia más débil.
Y en la época contemporánea lo que ha pasado en países como Nicaragua, Venezuela, lo que estaba empezando a suceder en Ecuador, lo que pudiera estar pasando todavía en Bolivia: son países donde estamos viendo exactamente lo mismo.
En Honduras, se habla del caso de Juan Orlando Hernández, también utilizando el Poder Ejecutivo para erosionar y socavar el sistema de control y justicia a su favor.
Es decir, se desvirtúa la democracia liberal.
En América Latina hemos visto muy pocas transiciones a la dictadura. Ocurrió en Nicaragua ahora; en Venezuela.
Pero fuera de ahí lo que vemos es presidentes que se vuelven como Trump, pero de un modo más exponencial. Tratan de obtener un control de todas las instituciones.
¿Ha visto alguna similitud entre la forma en que esos presidentes reaccionaron en América Latina a protestas callejeras y la respuesta de Trump a las recientes protestas contra el racismo y la brutalidad policial en EE.UU.?
Trump ha tomado una postura que no es tan típica hoy en día en América Latina, pero lo era en la Guerra Fría y hasta los años 90: ver las protestas sociales como una amenaza contra la seguridad del Estado.
A quienes protestan los considera como personas que no quieren a su propio país y no tienen por qué estar protestando.
Ese modo de ver las protestas ya no es tan común en América Latina abiertamente. Tal vez muchos presidentes opinen igual, pero se cuidan de eso porque es una postura que se asocia mucho en América Latina con gobiernos dictatoriales, con juntas militares y sistemas que no eran democráticos.
Lo que está haciendo Trump, que se parece a lo que estamos viendo en América Latina, es ponerse del lado de lo que en la región consideraríamos mano dura contra la criminalidad.
Las protestas que estamos viendo tratan de llamar la atención sobre los problemas de abuso de policías y maltrato de las minorías raciales. Lo que Trump hace es convertir el debate en “yo tengo que defender a las fuerzas dedicadas a defender el orden”.
En ese aspecto, se está pareciendo a los populistas y dictadores de derecha que ponen como sus prioridades temas de seguridad ciudadana, y sobre todo de mano dura y siempre defender a la policía.
Pero el modo en que se expresa despectivamente sobre las personas que protestan se pasa de la raya aún para estándares latinoamericanos.
Un defensor de Trump podría argumentar que lo suyo son sólo tuits contra personas que él ve como adversarios, mientras algunos presidentes de América Latina han ido más lejos arrestando a críticos y opositores. ¿Qué respondería a eso?
A pesar de que hay un incidente preocupante ocurriendo en el estado de Oregón —donde parece que autoridades federales están colaborando con cuerpos de seguridad policial en la ciudad de Portland para arrestar a gente que protesta— efectivamente aquí todavía no existe que se sepa una política de Estado de darles órdenes a las fuerzas de seguridad para ir, arrestar y reprimir.
Sí se le ha dado autoridad a la Guardia Nacional y a las policías locales, pero no como una especie de seguridad nacional. (Nota de Redacción: esta entrevista fue hecha antes que Trump advirtiera que también puede enviar agentes federales a Chicago y otras grandes ciudades administradas por demócratas, lo que llevó a opositores a acusarlo de “tácticas autoritarias”).
En ese aspecto la respuesta no ha sido todavía clásica autoritaria. Pero el discurso lo es. Y por lo tanto la justificación que pudiera eventualmente darse para medidas de seguridad más severas ya se está escuchando abiertamente.
Que son criminales, delincuentes, terroristas, enemigos, radicales, extremistas y están vandalizando nuestra democracia: ese tipo de discurso es muy abiertamente antiprotestas y muy frecuente por parte del presidente.
Trump pertenece a un partido político histórico de EE.UU. En cambio, muchos de los caudillos, populistas y hombres fuertes que surgieron en América Latina crearon sus propios movimientos. ¿Esa no es una diferencia sustancial?
Es una diferencia sustancial, pero que se ha vuelto menos decisiva de lo que hubiera creído.
Solíamos pensar que un presidente que viniera de la mano de un partido tradicional iba a poder ser controlado por su partido. Esto a diferencia de los presidentes que fundan sus propios partidos, que son mayormente mecanismos de apoyo presidencial: una especie de lo que hizo Hugo Chávez o lo que tiene Andrés Manuel López Obrador en México.
Hubo gente que decía que el Partido Republicano podía frenar a Trump. Pero en el primer año y medio de su gobierno él prácticamente colonizó a los líderes electos de su propio partido, gobernadores y legisladores nacionales.
Entonces el partido de gobierno se ha convertido hasta cierto punto en otro tanque de batalla del presidente: no es un lugar donde el presidente tiene que negociar, sino una especie de aplanadora.
Hay personas que opinan que, tras bastidores, todavía existe un enorme esfuerzo de este partido para tratar de frenar al presidente. Públicamente no se ve eso.
Otros pueden indicar que en EE.UU. las instituciones democráticas son más fuertes que en muchos países de América Latina. La Corte Suprema ha emitido una serie de fallos recientes contrarios a la voluntad del presidente, incluida una autorización para que fiscales accedan a sus declaraciones de impuestos. ¿No marca eso un límite claro para Trump?
No cabe duda que la gran diferencia es que las instituciones en EE.UU. son más fuertes. Entonces no le va a ser fácil a un presidente tumbarlas.
Ahora bien: sabemos que ante un presidente fuerte, insistente, con apoyo de partidos políticos, el tiempo favorece al presidente en esta batalla con las instituciones.
Por ejemplo, si Trump ganase la reelección, en poco tiempo va a tener la capacidad de nombrar a nuevos jueces de la Corte Suprema y a jueces inferiores.
Con el tiempo, esa institución que hasta ahora ha sido una especie de freno tiene la probabilidad de convertirse en otro apéndice del Poder Ejecutivo.
Es decir, que no podemos confiarnos en que estas instituciones van a preservar su capacidad de resistir con el tiempo.
Tras la controversia por la foto de Trump en una iglesia, líderes militares en EE.UU. también marcaron un límite públicamente, al indicar que no permitirían que las Fuerzas Armadas fueran usadas para violar derechos constitucionales o involucrarse en política doméstica. ¿Ve eso como una diferencia o similitud con América Latina?
Es un tema muy delicado. América Latina parte de una tradición de injerencia militar y de que los presidentes deben tratar de imponer la supremacía del poder civil encima del militar.
En América Latina, no queremos ver a los militares opinando de política.
En EE.UU. se viene de la tradición opuesta, donde el estamento militar es apolítico por completo y el presidente está queriendo politizar esta situación.
Entonces los militares profesionales cuando ven una transgresión de parte del presidente han salido a opinar de política.
Eso por un lado está bien, porque representa otro freno para el presidente. Pero por otro lado, es el inicio de la politización de el estamento militar.
No debieran los militares en ninguna democracia estar emitiendo juicios sobre si el presidente se equivocó o no. Lo que pasa es que en EE.UU. el presidente se equivoca tanto que los militares están empezando a tomar posturas.
¿Es bueno que los militares estén opinando? No tanto, porque es el inicio de un proceso que va a involucrar a los militares en cuestiones que debieran ser dirimidas por instituciones civiles.