Cuando en marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el estado de pandemia, señaló el nivel de inacción de gran parte de los gobiernos a nivel mundial. Son numerosas las ocasiones en las que el organismo internacional ha señalado que lo peor de la epidemia está por venir. Por desgracia, así es. El registro de contagios globales diarios a nivel mundial con frecuencia supera el máximo marcado la jornada anterior.
Seis meses después del inicio de la crisis aún existe margen de mejora para poner en marcha medidas eficaces para la prevención y el control de la transmisión de la enfermedad en la mayoría de los países.
Pero, ¿la prevención y el control de la COVID-19 solo dependen de acciones de gobierno? No. La prevención depende, sobre todo, de la responsabilidad individual y solidaridad social de cada uno de nosotros.
Es decir, no hay que plantear el uso obligatorio de mascarillas o contratar más rastreadores. Es cuestión de cambiar la “o” por la “y”:
Higiene de manos y mascarillas y distanciamiento social y rastreadores y diagnóstico precoz y aislamiento correcto y reservas estratégicas de material para la prevención y el tratamiento de la enfermedad y una apuesta por la salud pública y una atención primaria reforzada y recursos hospitalarios suficientes para el tratamiento de los casos más graves.
Faltan mensajes claros
Es posible que aquí se encuentre una de las debilidades principales en las estrategias seguidas para el abordaje del problema: la falta de un mensaje claro, sencillo y directo a la población sobre la necesidad de la coordinación y complementariedad de las acciones.
Tan importantes son las acciones a nivel individual como las acciones de gobierno a nivel comunitario. La base de la prevención empieza por el individuo, y la población debe ser consciente de su papel principal en la prevención y control de la pandemia.
Las dudas acerca de la COVID-19 y la falta de un mensaje claro sobre sus certezas son factores que han limitado y continúan limitando la adopción de medidas preventivas efectivas por parte de la sociedad.
El SARS-CoV-2 es un virus de transmisión principalmente respiratoria. Para entender su prevención y control es importante conocer cuáles son los elementos de la cadena epidemiológica de la COVID-19: fuente de infección, mecanismo de transmisión y población susceptible de padecer la enfermedad.
En primer lugar, la fuente de infección de la COVID-19 es la persona infectada, con independencia de la presencia o no de sintomatología. En segundo lugar, el SARS-CoV-2 se transmite por vía respiratoria, de persona a persona, a partir de microgotas que se producen al hablar, estornudar, toser, e incluso con la propia respiración.
El tamaño de estas microgotas se sitúa entre 10 y 100 μm, lo que hace que no se transmitan más allá de los 2 metros desde la fuente de infección primaria. El papel de otras vías de transmisión resulta residual en la situación actual de la pandemia.
Por último, cualquier sujeto que entre en contacto con el virus es susceptible de sufrir una infección por el SARS-CoV-2. De acuerdo con la cadena epidemiológica de la COVID-19, el uso de mascarillas y la apuesta por equipos de rastreadores son medidas complementarias y no excluyentes entre sí que deberían implementarse.
El uso de la mascarillas se hace necesario si tenemos en cuenta que la COVID-19 es una enfermedad de transmisión respiratoria directa, persona a persona, con un alto número de casos asintomáticos y leves. Según el estudio de seroprevalencia español ENE-COVID, en torno al 33 % de las infecciones no presentan síntomas.
El ruido ocasionado por las recomendaciones iniciales de la propia OMS y las autoridades sanitarias sobre el uso de las mascarillas, no recomendando su empleo salvo en los casos ya diagnosticados, ha lastrado su uso correcto. Este ruido fue acentuado, además, por la variedad de mascarillas existentes, su ausencia en determinados momentos y las iniciativas para fabricarlas a partir de materiales inadecuados y de efectividad limitada. También por la enorme cantidad de falsificaciones presentes en el mercado.
Mascarillas obligatorias
Las estrategias basadas exclusivamente en recomendar el uso de mascarillas frente a su obligatoriedad han fracasado. En esta “nueva normalidad” en la que nos encontramos, cada vez más países a nivel internacional y la mayor parte de las comunidades autónomas en España apuestan por el uso obligatorio de mascarillas.
La sociedad debe ser consciente de que su papel es realmente importante en la prevención de la enfermedad. Si las mascarillas se utilizasen de forma correcta el riesgo de transmisión de la enfermedad desde gente infectada, ya sea sintomática o no, se reduciría, así como la posibilidad de infección de las superficies próximas.
De igual forma, el riesgo de contacto con el virus de una persona sana también sería menor. De ahí que se deba apostar por el uso continuo y correcto de mascarillas con independencia de cuál sea la distancia social o el entorno, abierto o cerrado, en el que nos encontremos. La sociedad debe tomar conciencia de que una mascarilla que no cubra correctamente la nariz y boca, que esté humedecida, que no tenga el aval de conformidad europea o que se utilice por encima del tiempo de uso recomendado, equivale a no llevarla. Esto contribuye a aumentar la dificultad para el éxito en la prevención y el control de la extensión de la COVID-19.
Los rastreadores son clave
Por otra parte, los equipos de rastreadores deben entenderse como una medida complementaria. Su objetivo es hacer un diagnóstico precoz entre los contactos estrechos de un caso. Esto permitirá la identificación de nuevos casos, incluidos los portadores asintomáticos del virus, y facilitar su aislamiento en una fase muy precoz de la enfermedad.
El trabajo de los rastreadores es clave a la hora de contener la transmisión de la COVID-19, disminuir la transmisión comunitaria de la enfermedad y conocer el impacto real de la misma (de los más de 2 350 000 casos de COVID-19 que se deben haber producido en España en la primera ola de la enfermedad según el estudio de seroprevalencia ENE-COVID, las cifras oficiales no recogen más de 250 000).
El objetivo de un rastreador es llamar a todo caso positivo, entrevistarlo e identificar con qué contactos ha estado en los tres o cuatro días previos al diagnóstico con objeto de localizarlos, aislarlos y hacerles las pruebas para confirmar o descartar la enfermedad.
Alemania tiene en torno a un rastreador por cada 4 000 habitantes. Hasta la fecha no se han definido cuántos rastreadores harían falta, pero se estima que el número ideal sería de uno por cada 5 000 a 6 000 habitantes.
En España, todas las comunidades reconocen el papel y utilidad de los equipos de rastreadores. Confiemos que este reconocimiento se acompañe de una correcta definición de equipos, tanto en configuración como en número, para las necesidades reales de la actual pandemia.
La saturación de UCI es un fracaso
En definitiva, el uso obligatorio de mascarillas y el trabajo de los rastreadores son medidas complementarias destinadas a la prevención y el control de la COVID-19. Ambas medidas reducen tanto el riesgo de transmisión desde una persona infectada por COVID-19 como el riesgo de infección de la persona que está sana.
El SARS-CoV-2 ha venido para quedarse y su prevención es cuestión de “y” en vez de de “o”. Deberíamos empezar a entender que la saturación del sistema sanitario o la falta de camas de UCI es consecuencia, entre otros factores, de un fracaso en la prevención de la enfermedad. Un fracaso de todos y cada uno de nosotros ante la falta de responsabilidad individual y solidaridad social con los más vulnerables.
Hagamos un uso correcto de las mascarillas, la higiene de manos y la distancia social, y apostemos por plantillas de rastreadores adaptadas a las necesidades reales de la situación.
José J. Jiménez Moleón, Catedrático de Universidad, Dpto. de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.