El Victoria & Albert Museum se rindió a su vestuario folclórico en Making herself up (2018). Se han apropiado de los títulos de sus obras divas pop como Florence and the Machine en What the water gave me (2011). Han imitado su estética de trenzas fijadas en diademas y ensartadas de flores las también británicas Paloma Faith (2014) y Sophie Ellis-Bextor (2016). Y Amaia Montero la ha capitalizado para su reaparición en su penúltimo estado de Instagram.
Razones para la Fridomanía
En los años 80 el Arte prestó atención a ese otro colectivo marginal que constituían las mujeres artistas. Su recuperación se realizó otorgando precedencia a las que se ajustaban a la idea del genio atormentado romántico.
Frida tenía todo un historial clínico digno de empatía. Empezando por una poliomelitis infantil, y un accidente en edad adolescente macabro, que perforó su pelvis, abdomen y fracturó su columna. Sus más de treinta hospitalizaciones en 47 años incluían tres abortos.
Khalo añadía, además, el morbo de magazine del corazón amarillista de su transgresora desenvoltura sexual, recuperada en la colectiva Mujeres surrealistas comisariada por Victoria Combalía en 2017.
Novelesca vida amorosa
Frida amó mucho. Desde el conocido primer novio Alejandro Gómez Arias, su dos veces esposo Diego Rivera, al revolucionario León Trotski (amor llevado este año a la escena teatral bonaerense).
Amó a otros artistas (el escultor Isamu Noguchi,
el pintor José Bartolí, la cantante Chavela Vargas o la pintora Jacqueline Lamba. La medalla de plata de su corazón correspondió, al parecer, al fotógrafo y esgrimista olímpico Nickolas Muray.
Obras icónicas
Frida se fijó en nuestra memoria con sus autorretratos compulsivos de ojos suspendidos, en línea con los de sus monos o su cervatillo Granizo, dignos de los retratos egipcios de El Fayum.
Pero fueron las fotografías saturadas de color de Muray las responsables de una imagen a lo Warhol de Frida.
Muray, nacido húngaro como Miklós Mandl, triunfó en la revista Harper´s Bazaar retratando a estrellas de Hollywood tras formarse en fotograbado en color en Berlín. Gracias a él, Frida fue un icono feminista popular antes de que otros hicieran triunfar el Pop Art.
Por si esto no alcanzara, aún quedaba el vodevil doméstico de la infidelidad de Diego con Cristina, su hermana preferida y madre de sus dos sobrinos Antonio e Isolda.
Desmontar el cliché sufriente
Su sobrino Antonio la fotografió y, en las memorias de Isolda, Frida íntima, asomó en 2004 la Frida riente de la home movie y las fotos de Muray. La Frida rodeada del cariño de los próximos que pudo haber decidido, con ayuda de Diego, una eutanasia activa.
En 2007 se abrieron los archivos personales de la Casa Azul. En su ensayo la historiadora Patricia Mayayo (2008) dilucidó la responsabilidad de las historiadoras feministas en la visión deformada, transgresora o victimista, del mito de Khalo.
Melina Vodermayer (2012) estudió cómo ella, y otras artistas surrealistas, representaban el cuerpo. Irene Molina Ruiz (2015) analizó cómo usó el género del autorretrato para canalizar su dolor.
Diego Sileo (2018) dividió su producción en ejes temáticos (mujer, tierra, política y dolor). Helga Prignitz-Poda y Raúl Cano añadieron nuevas obras para su catálogo tras estudios de largo recorrido.
Frida en contexto
En Eclipse de siete lunas. Mujeres muralistas en México (2017), Dina Comisarenco reveló una nómina del Muralismo mexicano más rica que la triunfante y viril tríada formada por Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
En ella figuran muchas mujeres empezando por la excepcional María Izquierdo, primera mexicana en exponer de forma individual fuera de México, en el Art Center de Nueva York (1930). Izquierdo fue saboteada por ellos y oscurecida por Frida.
Remedios Varo, Leonora Carrington y María Izquierdo incorporaron una órbita femenina de temas cuya novedad se ha atribuído a Khalo. Entre las muralistas recuperadas está otra fotógrafa de Khalo, Lucienne Bloch, y figuras menos conocidas fuera de México.
La valoración de la obra de Frida debe regresar a su contexto, superar la etiqueta surrealista. Es innegable la estrecha unión del universo emocional de Frida con su obra. Pero eso no obliga a estudiarla desde el psicoanálisis o una psicología de la percepción.
Una aproximación desde la psicología del arte
Sería más enriquecedor acudir a un texto aún vigente de Lev Vigotsky. Por ejemplo, su Psicología del arte (1925) analizada por Amelia Álvarez y Pablo del Río. En él se plantea una Psicología del arte objetiva y científica, entre la psicología cultural y la estética. Emplearla para valorar su obra no entorpece el disfrute del reencuentro con la mujer que la pintó.
El periodo Post-Covid19 va a permitir reabrir este julio en México D.F. la muestra Frida: en el lente de diez maestros. Entre ellos está Nick Muray, para cuyo cuello tenía ella besos en notas o caricias en las fotos. Allí aparece la Frida alegre y segura que sin duda fue. Y no la llorona novelesca que el mito construyó.
Amelia Meléndez Táboas, Profesora de Hª Arte y Vanguardias Artísticas e IP del Grupo ETCC del Dto. Artes (FCA), Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.