PUNTO DE ENCUENTRO
Más sangre “tipo” Barnoya
El 10 de octubre de 1954, tras el derrocamiento del gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz Guzmán, la junta militar golpista convocó a elecciones para establecer una Asamblea Nacional Constituyente. Ese mismo día se realizó un plebiscito sobre la presidencia de Carlos Castillo Armas, con el objetivo de legitimarlo en el poder.
De viva voz había que responder a la pregunta: “¿Está usted de acuerdo en que el teniente coronel Carlos Castillo Armas continúe en la Presidencia de la República por un período que será establecido por la Asamblea Constituyente?” La preferencia de los votantes debía expresarse ante los integrantes de las mesas electorales, presididas por militares afines al caudillo.
La elección se realizaba en un contexto político de crispación y persecución, las cárceles estaban llenas de “enemigos” del régimen de facto y de aquellos sospechosos de serlo. Animarse públicamente a desafiar con un “no” a los liberacionistas suponía un riesgo inmenso. Así, los resultados del plebiscito arrojaron un 99.92% de votos por el Sí (485,699 electores) y un 0.08% por el No (400 votantes).
' A José Barnoya García, médico y cirujano, sancarlista consecuente, ser humano excepcional.
Marielos Monzón
Sobre ese episodio concreto del plebiscito, varias cosas he leído y alguna vez me pregunté cómo habría sido para aquellos 400 valientes ese momento de decir que “no”. Por esas vueltas que tiene la vida, el tema salió casualmente hace algunos meses, durante un encuentro que compartimos el doctor José Barnoya García, su hijo Joaquín, mi amiga Magalí Rey Rosa y yo. Hablábamos de la influencia de los militares en el gobierno de Jimmy Morales y, de repente, el doctor afirmó: “Así han sido siempre esos chafarotes”, y acto seguido procedió a relatarnos una historia que, en ese momento y otra vez ahora que la escribo, me eriza la piel.
Estaría en los últimos años de la carrera de Medicina en la Usac, con apenas 23 años, cuando le tocó votar en el mismo lugar donde estudiaba, en el Paraninfo de la Universidad. El militar que presidía la mesa electoral le hizo la pregunta: ¿Quiere a Carlos Castillo Armas como presidente? y el entonces joven estudiante de Medicina le contestó que no. Perplejo y contrariado, el militar le espetó: “Talvez usted no me entendió la pregunta, a ver, se la repito”, y José Barnoya García, con su enorme valentía, le respondió: “Ya le dije que no, no sea necio”. Después me puse a pensar, nos dijo, que quizá porque me dicen el Sordo, el tipo pensó que yo no le escuchaba, porque no podía estar tan loco para decir que “no”, y soltó una carcajada que todos acompañamos.
De esa arcilla está hecho el entrañable doctor José Barnoya, de ese barro de la dignidad, la coherencia y la valentía, que sigue intacto y sin grietas. Sesenta y seis años han pasado desde la farsa del plebiscito y él, increíble ser humano —a pesar del precio que se paga en un país como este por mantener los principios y no doblegarse ante las mil formas que tiene el poder para debilitar la honestidad, la congruencia y la rebeldía— sigue siendo nuestro maestro y referente.
A este médico y cirujano, sancarlista consecuente, “huelguero de corazón, autor de páginas memorables a las que nunca les llegará el olvido, antimperialista en las buenas, en las malas y en las demás”, como escribe José Luis Perdomo Orellana en el preámbulo del libro José Barnoya García. De Gorilas y de Chinches, una antología (editorial Saqarik, noviembre 2019), le rindo un modesto homenaje en esta columna y le envío un abrazo a la distancia, en estos tiempos revueltos y difíciles, en los que hace falta más humanidad, más solidaridad y más compromiso, más sangre “tipo” Barnoya para transformar los destinos de este país.
Un regalo es su vida y un privilegio su amistad y su ejemplo, querido doctor Barnoya.