EDITORIAL

Tarjeta roja a la virulenta corrupción

El frenazo forzado en la actividad futbolística nacional e internacional debe ser aprovechado para emprender una auditoría global sobre los procesos administrativos y operativos del deporte más popular del mundo, una característica que lo hace altamente rentable y objeto del deseo de codiciosos individuos dispuestos a vender cualquier rastro de dignidad a cambio de beneficios económicos y prebendas ostentosas.

La crisis del coronavirus ha desplazado temas del mapa noticioso, entre ellos la debacle técnica y financiera que vive el balompié nacional. La causa es una serpiente de varias cabezas: codicia de algunos dirigentes, intransigencia de grupos de interés y miopía de las directivas de varios clubes. Se podría entrar en detalles sobre la sintomatología de este cáncer que corroe el futuro de este noble deporte, pero baste citar sus dañosos resultados: un descalabro en la competitividad global, un sistema disfuncional de búsqueda y cultivo de talentos, además del abandono de los estadios a causa del pobre espectáculo y la irrupción de fanáticos violentos.

Es vergonzoso que tres exdirigentes de la Federación Nacional de Futbol se encuentren inhabilitados de por vida causa de sus agendas cuestionables y la aceptación de sobornos, un delito que a su vez trajo el de lavado de activos. Queda claro que lo que menos interesaba a estos personajes era mejorar el nivel del futbol guatemalteco ya que solo deseaban anotar voluminosos goles en sus cuentas bancarias.

Cabe mencionar que así como el actual azote del coronavirus afecta a todo el mundo, fueron dirigentes de diversas nacionalidades los que vivieron la fiebre de negociaciones turbias, en el escándalo denominado Fifa Gate, cuya raíz es la compra de votos para la elección de sedes de campeonatos mundiales.

Lo que debía constituir una emocionante fiesta entre nacionalidades deportivas e implicar una sana competición por ofrecer mejores instalaciones y eficiente organización, se vio reducida a una puja mezquina, a un vulgar reparto de billetes, por más que sus receptores caminasen orondos, con trajes finos y actitud de supuesta dignidad.

El más reciente episodio de esta saga de contubernios y compra de voluntades lo constituye el señalamiento efectuado por la Fiscalía de Nueva York en contra de varios directivos, entre ellos el guatemalteco Rafael Salguero, por supuestamente haber aceptado soborno para votar en favor de Rusia como sede del Mundial 2018. Salguero fue informante, delató a otros directivos y confesó en 2016 cuatro delitos vinculados al Fifa Gate, por lo cual la sentencia que debía enfrentar le fue conmutada por tres años de libertad condicional. No se sabe la consecuencia que pueda tener este señalamiento, pero sin duda es una lección de que nada queda oculto bajo el sol, todo arreglo oscuro llega a conocerse. El futbol guatemalteco solo va a transformarse si en sus decisiones prima el legítimo interés de una sana competencia. Por otra parte, el mensaje debe ser captado también por cualquier otra persona que tenga potestad de decisión sobre asuntos y recursos públicos.

Ayer volvió a trascender un nuevo derrumbe en el libramiento de Chimaltenango, obra de cuya presunción de impecable se ufanó tanto el gobierno anterior. Así también están en el ojo público varias compras municipales de mascarillas a un costo que decuplica los precios del mercado. Desgraciadamente, la corrupción es como un virus moral, pero a diferencia del infausto covid-19, solo contagia a quienes se quieren dejar infectar por la codicia.

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