CABLE A TIERRA
Cuando la amenaza no se ve
La peligrosidad del Coronavirus no está en su letalidad, sino en su alto grado de contagiosidad entre humanos y en la posibilidad de que ese 5% de la población infectada que desarrolla la enfermedad de forma grave puede hacer colapsar los sistemas de atención médica del país fácilmente, pues provoca una demanda masiva y simultánea de servicios de cuidados intensivos que ni los mejores sistemas de salud del mundo están preparados para enfrentar; no digamos, uno tan profundamente debilitado como el guatemalteco.
' El virus es invisible y toma su tiempo para mostrar daño; el hambre no, las tripas crujen rapidito.
Karin Slowing
Por eso, nuestra mejor posibilidad de éxito está en la debida aplicación estricta de medidas de salud pública: Contención y detección temprana de la enfermedad. Aislamiento y el distanciamiento social masivo por un período de entre 4-12 semanas, para romper la cadena de transmisión del virus, e intentar así también reducir el volumen de demanda de servicios de cuidados críticos por insuficiencia respiratoria.
Hay buenas medidas que se han tomado en esa dirección, pero de manera parcial o incompleta. Mensajes contradictorios y presiones por los efectos económicos provocados por la necesidad de medidas masivas de aislamiento parecen ser la tónica. Incluso resistencia a aceptar la evidencia científica que podría llevarnos a reducir los costos humanos de esta pandemia, y posiblemente los económicos también, al acortar el período de crisis: Acá, la utilización masiva de pruebas de detección del virus se ve como un desperdicio de dinero; las medidas de contención y de distanciamiento social se aplican parcialmente, y con ello, miles de personas quedan expuestas al contagio. Gente que hoy no se siente en riesgo, pero que en cuestión de días puede presentar síntomas y ya habrá contagiado a otros tantos más. Población que debió ser priorizada para el tamizaje, por su alto potencial de ser portadora del virus por las condiciones a las que ha sido o es expuesta, no fue tamizada o lo fue parcial o tardíamente.
Llegan a mi correo y chats mensajes de gente que se siente en riesgo o que tiene síntomas, pero no hay un sistema de atención de primer nivel funcionando que vaya revisando y tamizando los casos, aplicando pruebas, haciendo diagnóstico diferencial; haciendo en otras palabras, lo que en lenguaje de salud pública se llama vigilancia comunitaria activa y detección temprana de posibles casos. Más bien, se resiste la idea de que la transmisión comunitaria del virus ya es una posibilidad. Por otra parte, habiendo dinero para la emergencia, el personal de salud sigue sin los mínimos recursos apropiados para enfrentarse a la enfermedad.
¡Imagínense que el virus atacara el sistema bancario, y que los cuentahabientes fueran en un corto período de tiempo a retirar todos todo su dinero de sus cuentas! Colapsaría el sistema, ¿verdad? Allí el gobierno tomaría, sin chistar, medidas drásticas. Pues lo mismo se debe hacer con el manejo de la epidemia y con el sistema público de salud.
Hay gente que, por una razón u otra, minimiza los potenciales efectos de la epidemia. Ven ese 5% de probabilidad de enfermar gravemente como un riesgo menor. No ven que se traducirá en centenas o hasta miles de personas que competirán entre sí por una cama en cuidados intensivos; por un ventilador y medicamentos para ayudarles a respirar y por un dedicado profesional de la salud que le atienda.
Encima, la gigantesca vulnerabilidad económica de la mayoría de la población. El mayor desafío para controlar la epidemia terminará siendo la necesidad de comer, solo porque algunos tienen el poder de jalar las medidas económicas solo a su favor.
Lo que no están pensando es que la epidemia es también, un tremendo desafío de gobernabilidad.