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Relatos de emergencia, en tiempos del covid-19 en Guatemala

Habituados a lo digital, estudiantes cuentan su vivencia de suspensión de actividades, con un anhelo de contacto presencial.

La cuarentena por coronavirus deja las calles de la ciudad de Guatemala vacías, y las personas se resguardan en sus viviendas en el toque de queda. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

La cuarentena por coronavirus deja las calles de la ciudad de Guatemala vacías, y las personas se resguardan en sus viviendas en el toque de queda. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

Cualquiera diría que en tiempos digitales la generación centennial estaría virtualmente en su elemento, con la suspensión de clases. Al pedir a un grupo de estudiantes hacer breves crónicas de los días de encierro o “cuarentena” como suelen calificarlo, se revela, de forma muy evidente, la necesidad de contacto social, de asistencia a clases presnciales y una conciencia clara sobre las dificultades que la crisis del coronavirus representa para su entorno familiar, comunitario y nacional.

El anhelo próximo es salir del encierro obligado, pero a la vez se descubren efectos colaterales de una prolongada convivencia en casa: valoración de la familia, proyección de ideales y una conciencia crítica.

Más allá de la actualización de cifras, de las declaraciones oficiales y de los montos que se suceden uno tras otro, hay saltos de conciencia del aburrimiento a la esperanza, de la epidemia a la hermandad. Estas crónicas fueron escritas por estudiantes de Comunicación de las universidades Del Istmo y Rafael Landívar.

Silencio total en la ciudad más turística del país

La suspensión tomó a todos por sorpresa:  los centros educativos de todos los niveles debían cerrar sus puertas y estaban prohibidos los espectáculos o las reuniones sociales. Sin embargo, al día siguiente todavía había mucha gente en plazas, centros comerciales, restaurantes y otros lugares de recreación, incluso en la playa.

En Antigua Guatemala seguían abiertos restaurantes, ventas de dulces típicos, parqueos. Se suspendió la procesión de Jocotenango, pero aún así las personas acudían a las puertas de esta iglesia.

Unos con devoción, otros molestos y no faltaba quién se arrodillaba entre lágrimas. Esa misma tarde los vendedores que estaban fuera de la iglesia desarmaron sus negocios, entre lamentos y preocupación. El lunes, mi madre tuvo que ir a trabajar como siempre en el casco urbano de La Antigua. Imaginaba una ciudad vacía, con las puertas cerradas, sin autos, pero no fue así. Muchas personas seguían acudiendo a sus labores: una ciudad en movimiento, motivada por el deseo de obtener recursos para sobrevivir.

Al encender la televisión para otra cadena nacional esperábamos que las medidas no se fueran a agravar, pero vinieron más restricciones. No estar fuera de casa, no visitar a ancianos, cerrar comercios y finalmente quedarse encerrados en casa. Los vecinos, comerciantes emprendedores, están angustiados porque se hace difícil para ellos obtener ingresos con el cierre total. En redes sociales ofrecen sus servicios a domicilio, pero ni siquiera hay transporte.  Incluso aquellas pequeñas tiendas de esquina han sido cerradas, ya que quienes las atendían volvieron a sus pueblos, con sus familias.

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Otras personas padecen porque deben viajar a la capital para llegar a sus puestos de trabajo, pero no hay autobuses y con el toque de queda deben estar en su casa antes de las cuatro de la tarde.

Se nos dijo que se debe salir solo cuando se necesita demasiado un producto, pero hasta hoy los mercados se llenan de personas, al igual que los supermercados. No faltan quienes compran en grandes cantidades lo que necesitan o creen necesitar ante esta situación. El mercado más cercano al pueblo tomó medidas, exigen que las personas hagan filas antes de entrar a comprar por grupos pequeños.

En casa vivimos un ambiente de tranquilidad, tratamos de no alarmarnos y además hacer todo lo que se nos pide hacer, pero estoy cociente de que tanto mis vecinos como todas aquellas personas que dependen de un trabajo informal para salir adelante se encuentran en una situación de angustia.  En unos cuantos días la forma en que se vivía en mi ciudad cambió, nuestras costumbres cambiaron, nuestra rutina cambió, pero tengo esperanza en que volveremos pronto como una sociedad más unida a realizar nuestras tareas con fuerzas renovadas para sacar el país adelante.

Por Eva Florecita Guerra/URL

 

Arco de Santa Catalina sin gente después del Toque de Queda. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

 

Pánico con ruido de registradora

El 16 de marzo, en las redes sociales se comenzó a divulgar que en la cadena nacional el presidente iba a declarar estado de sitio y cerrarían desde ese día a las 8:00 todos los centros comerciales, gasolineras, bancos y demás empresas. No era cierto todo, pero muchas personas salieron ese día al supermercado por provisiones para los días de cuarentena, fueron a llenar de gasolina los tanques de sus autos y a los bancos para sacar efectivo.

Con mi mamá fuimos al súper más cercano. Había cola para entrar al estacionamiento. Muchos se estacionaron en el perímetro y de pronto estaba repleto. Me quedé al volante y mi madre fue a comenzar las compras. Finalmente se movió un auto y me estacioné.

Las registradoras sonaban, mi madre traía una carreta con unas cuantas cosas. Todas las filas de las cajas se metían dentro de los pasillos, así que me fui al corredor entre góndolas. Olía a cosméticos. Era el área de esos productos que en ese momento nadie quería.   Delante de mí había dos señoras en la cola que se estaban pasando el chisme, los esposos de ellas tenían cara de desesperados y uno de ellos le llamó la atención a su esposa y le hizo señas de que se callara.  Cerca de la caja había una caja para personas con discapacidad o ancianos, pero aún así se metió una señora joven. Mamá seguía llevando productos a la carreta y decía que ya no había papel, cloro ni alcohol en gel. Y todo por un miedo que vino quién sabe de dónde y que muchos no nos preguntamos si acaso era totalmente cierto.

 Por Ashley Furlán/URL

 

Un día despuéŽs que el presidente Alejandro Giammattei restringiera la actividad comercial para prevenir nuevos contagios de coronavirus, en algunos supermercados de la capital la afluencia de personas se mantuvo. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

 

Una situación que revela lo mejor y lo peor

Y como si nada mostramos la fragilidad en la que vive la humanidad, cómo en un corto periodo de tiempo todos los planes y rutinas se vieron alteradas. Nos encontramos ante una crisis que sacó lo mejor y lo peor de muchos habitantes. Vivirlo ha sido tanto una sorpresa como una situación de temor, no tanto por el virus en sí, sino al ver cómo las personas actúan, cómo el miedo les ordena.

Hay quienes parecen empeñados en propagar miedo, es como si pensaran que asombrarán más a los demás si mandan noticias fuertes o impactantes que sean perfectas para generar el pánico.

Creo que el hecho de cómo nos hemos comportado para ir a comprar comida es un tema de estudio. ¿Realmente cuál era el miedo? O mejor dicho ¿las personas asustadas sabían realmente por qué lo estaban? Si no es así ¿Por qué todos compraban papel higiénico?

Como los días se vuelven largos y las noches todavía más es bastante desesperante, es una situación que me hace darme cuenta lo cómodo que me encuentro en mi rutina diaria y cuánto la aprecio, a pesar de momentos duros en ella.

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El aislamiento sin duda alguna es desesperante, pero no del todo malo. Para mí la cuarentena venía de antes: empecé con una infección intestinal hace más de una semana.

Ayer empecé a sentirme mejor y reaccioné. Me empezó a preocupar la situación actual del país, porque solo había estado enfocado solamente en mi enfermedad.

Trato de mantener mi mente ocupada, ahora más que nunca es el momento para hacer esa larga lista de cosas que nunca realizamos y siempre dejamos para después. Los días se pueden sentir bastante cansados si no hago nada así que trato de hacer siempre algo que tengo a la mamo, aunque no he visto casi nada de tele.

Nunca he sido de verla mucho y ahora únicamente cuando hay cadena nacional.  Todo lo relevante que pase me enteraré de alguna otra manera.

Estamos sobre saturados de información, de una u otra manera todos tenemos contactos que nos mandaran una y otra vez el mismo video de consejos, la misma noticia, el mismo rumor y entre otros más. Para mí lo más sano es estar consciente del tema y tomar mis precauciones, pero que no se vuelva de lo único que hablo.

Este es un momento difícil, de ser responsables, no perder la cabeza y aprender muchas lecciones que como humanidad tarde o temprano las íbamos a tener que aprender de la manera que sea.

Por José Solares/URL

 

Para evitar la propagación del Coronavirus en Guatemala el Gobierno ha decretado un toque de queda de las cuatro de la tarde a las cuatro de la mañana, por ocho días, esto ha dejado los lugares desiertos en ese horario. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

 

Tiempos de luto en una familia de tres

La cuarentena de por sí es solitaria, pero ese sentimiento es exponencial cuando se está de luto. En el momento que el presidente anuncia la suspensión de clases, los llantos en el cementerio anuncian el final del entierro de la abuela.

Mientras las personas esperan su turno para dar el pésame, la noticia de la cancelación de clases empieza a difundirse.

Después de dar palabras de consuelo, algunas personas comienzan a agregar: “ahora, como vamos a estar más desocupados los vamos a invitar a comer a la casa para que se distraigan”. Poco se sabía de qué esta restricción llegaría poco después hasta el toque de queda de 12 horas diarias.

El día siguiente fue el cumpleaños de la hija. La celebración se tuvo que posponer por obvias razones. Aun así, intentan mostrar una cara alegre y le cantan Las Mañanitas. Se prepara una comida especial y compran el pastel más pequeño que encuentran, al fin y al cabo, solo necesitan tres pedazos, uno para cada quién.

La despensa está vacía, no hay papel de baño y, por lo que se ve en las noticias, tampoco encontrarán en las tiendas. Por primera vez en mucho tiempo el papá saldrá a “hacer el súper”. Su esposa regresó de España en el último vuelo que entró a Guatemala sin cuarentena obligatoria, pero prefieren ser precavidos y no exponer a las personas al virus.

Desde que salió de la casa, el teléfono sonó cada cinco minutos para preguntar si el producto que llevaba era el correcto y cuando regresó se había confundido en la mitad.

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Desde ese día quedó instaurada toda una rutina de limpieza antes de dormir: lavarse las manos, luego alcohol en gel, gárgaras de Listerine y solución salina en las fosas nasales. Al despertar, lo mismo.

El tener a la familia en casa trajo sus ventajas. Desde el primer día la comida fue literalmente de mamá, incluso hizo un pastel de postre. Por otro lado, el cierre de las empresas trajo un ambiente de preocupación por el porvenir económico. Papá ha desempolvado su caja de herramientas y se ha puesto a trabajar en algunas reparaciones.

A pesar de los sucesos, “agradecen” que el fallecimiento de la abuela haya sido antes de toda esta crisis. Como buenos creyentes, tratan de ver lo positivo en cada suceso, “lo bueno que es Dios”. Como es la costumbre, hacen una novena de Misas, pero no pueden ir a una iglesia por la suspensión decretada por el presidente. Sintonizan a diario la eucaristía en el televisor, a las 11 o a las 6:15, de acuerdo con los planes.

Además, no olvidan rezar el Rosario durante los nueve días a las siete de la noche y, eventualmente, algún familiar decide unirse por medio de una llamada telefónica.

Después de diez días de encierro cada miembro de la familia ha encontrado su rutina diaria. No es tan difícil “soportarse” porque solo son tres. Lo que sí es seguro es que se juntan en la mesa los tres tiempos de comida e intentan ver una serie de televisión en la noche.

Son las cuatro de la tarde, cada quien está en una habitación diferente. No se oye más que el golpeteo de los dedos en los teclados y la sirena de la patrulla que pasa por la calle para anunciar el comienzo de otro día con toque de queda.

Por María Renee Rendón

 

Las iglesias permanecen vacías por el toque de queda decretado en la emergencia sanitaria por el covid-19 en Guatemala. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

 

Un giro inesperado a la vida cotidiana

Ya habíamos escuchado del covid-19. Sabíamos que llegaría a Guatemala. El cuándo era un misterio, pero de que llegaría estábamos seguros. El sábado 14 de marzo de 2020 el presidente Alejandro Giammattei prohibió las reuniones, las multitudes, las actividades en escuelas, colegios y universidades.

Las redes sociales no se hicieron esperar, llenaron de imágenes las compras compulsivas, sobre todo de papel higiénico.

La suspensión de clases, al principio la recibí como una noticia agradable, el no levantarme temprano, el no estar en tráfico.

Estar en casa es algo tan usual que no parecía difícil mantenerse en cuarentena, pero pasaron los días, las tareas comenzaron a llegar, los correos de la universidad también y la continuidad de las clases vía online ocurrieron.

Pero era cada vez más difícil no tener una comunicación presencial con los catedráticos, con los compañeros. Por momentos veía que otros recibían tareas y yo no. Quizá me estaba perdiendo de entregar trabajos. Pero no.

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El aumento de casos en Guatemala, la continuidad de la cuarentena se ha percibido con preocupación masiva. Es una situación nunca antes vivida.

La cuarentena empieza a pasar, estar privados de centros de reuniones es algo que nos vuelve locos. El internet ha hecho que esto se pase de una forma menos tediosa. ¿Se imagina usted vivir esto sin internet? La verdad, yo no.

El toque de queda vino, como resguardo ante el posible contagio de la enfermedad. El aumento en alguno de los productos de la canasta básica y la restricción de trabajar me ha puesto a pensar sobre la situación económica de las personas que dependen del comercio y la afluencia de personas. La gente prefiere comprar productos de primera necesidad antes que otros. Eso lo que pude escuchar de mi padre, quien se dedica a la venta de electrodomésticos: el negocio se vino bastante abajo, tenemos la convicción que Dios proveerá, pero no obstante se tuvieron que tomar medidas de reducción de gasto, sabemos que esto es solo mientras pasa el problema y se soluciona o se le da un tratamiento adecuado a esta enfermedad, pero no sabemos cuánto tiempo pasará.

Por Alan Levi Salazar/URL

 

Las relaciones sociales se ven mermadas en los lugares públicos, por el aislamiento obligatorio ante la cuarentena y el toque de queda, por el coronovarius, en Guatemala. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

 

Estar encerrados no es fácil, pero se aprende

Ha sido un proceso difícil. Soy de las personas que no pueden estar en su casa metida las 24 horas. Mis días eran de movilizarse de la universidad a mi casa y de mi casa para el trabajo y que de la noche a la mañana todo haya cambiado es algo extraño. Ahora hago a diario cosas que solo hacía los domingos. Me refiero con esto a que me dedicaba tiempo para ponerme mascarillas, para leer un poco, pasar tiempo en familia, ver alguna serie, hacerme algún tratamiento en el pelo, pero con esta situación en el mundo, he podido hacer estas cosas en la semana. Con mi familia vemos películas, jugamos juegos de mesa, incluso ayudamos en la cocina, también he hecho un pequeño tiempo para hacer ejercicio ya que mi trabajo es dar clases de   baile, así que he hecho pequeñas rutinas en el garage, y también dedicó una hora de mis días para hacer ejercicio.

Me parece algo curioso porque jamás había vivido algo así en la vida. Mucha gente no había pasado por algo así en la vida.

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Pero, por otra parte, se vive y siente una tranquilidad, un silencio en el ambiente que nos deja ver las cosas desde otro punto de vista. Siempre estamos corriendo de un lugar a otro en los días normales, no nos damos el lujo de tener tiempo para nuestra familia o incluso para nosotros mismos.

Lo que no me agrada es lo de las clases online. Estar pegado a una computadora es molesto, pero hay que hacerlo.

Tarde o temprano saldremos de esto. Pero el sencillo hecho de pasar tiempo con mi familia me ha llevado a darme cuenta qué importante son ellos para nosotros. Este tiempo que llevamos me he dado cuenta la unión que se va creando poco a poco con la familia. Siento que este encierro nos va a llevar a sacar cosas muy positivas a pesar de todo.

En algún momento pensamos que pueda llegar a ser algo frustrante o incluso algo tedioso, pero veamos el lado bueno, lo que podemos llegar a ser, más allá de una enfermedad que trae temor, preocupación, pero que también nos ha dado tiempo para pensar y ver la vida desde un ángulo distinto.

Por Andrea Velásquez/URL

 

Calles vacías en la ciudad de Guatemala, a la hora del toque de queda por el coronavirus. (Foto Prensa Libre: Oscar Rivas)

 

Crónica de una pandemia anunciada

El Coronavirus ha sido confirmado en, al menos, 165 países de cinco continentes. Cada día surgen nuevos casos y hay cientos de fallecidos alrededor del mundo. Desde el 7 de marzo comenzó a expandirse en Latinoamérica. En Guatemala hay 21 personas contagiadas, más de mil en cuarentena, escuelas y universidades suspendidas, supermercados que solo permiten 30 clientes al mismo tiempo.

La familia Aguilar Mejía está encerrada por las medidas preventivas. Está conformada por: Mamá (Silvia), papá (Vladi), hermana 1 (Ceci), hermana 2 (Baby), hermana 3 (Merce), hermano (José) y yo. Merce no vive en esta casa, sin embargo, siempre está pendiente y sigue formando parte de las decisiones que se deben tomar de forma rápida.

Día 1:

Baby y yo nos quedamos en casa, porque tenemos clases en línea. Mamá, Ceci y Merce llegan a la casa alrededor de las 11 de la mañana porque solo fueron a su trabajos a traer material para hacer home office.  Hay pánico en redes sociales y abundan los rumores.

Día 2:

Comienzan las clases en línea, todos establecemos una nueva rutina. Podemos despertarnos a las seis de la mañana en lugar de las cuatro. ¡Son dos horas extras! Nos repartimos los quehaceres de la casa. Paso seis horas en la computadora, los catedráticos piensan que estamos de vacaciones.

Día 3 al 7

Solo cambia el día que transcurre. Nos levantamos, comemos, hacemos los quehaceres, cada quien se dirige a realizar las cosas que le corresponden.  Necesitamos salir. Comienzo con mis alergias por ansiedad. Toque de queda.  A las 4 hay que encerrarse.

Día 8:

Escuchamos unos maullidos de gato bebé en algún lugar. Salgo al patio, no hay nada. Salgo al portón y de un arbusto sale un gatito. Voy a avisar y salimos a la calle. Hay otro gatito que recogió un motorista que entregaba el pedido de una medicina. Sale más gente a ver qué sucedió (por esta crisis de necesidad de salir, aunque sea a la puerta). Finalmente los devuelven a la casa donde pertenecen.

Día 9

Nada cambia, es la misma rutina. Solo es un día menos que falta para salir de la casa, pero no sabemos de cuántos.

Por Dulce María Aguilar/UNIS

Recorrido en el Paseo de la Sexta, zona 1 capitalina, refleja poca afluencia de personas. (Foto Prensa Libre: Byron García).