El resultado de este juego tiene poco significado. Los Lakers, lejos de su mejor nivel, no pasarán a las finales, ni tampoco sus oponentes, los Jazz de Utah.
BBC NEWS MUNDO
Kobe Bryant: el increíble último partido del jugador de los Lakers que perdurará en la memoria del basquetbol
Es el último juego de la carrera de Kobe Bryant, al final de la temporada regular de 2016 de la NBA, y los Lakers de Los Ángeles están cayendo por 10 con tres minutos y algo para terminar.
Los Lakers fueron el peor equipo en la Conferencia Oeste de ese año, habiendo terminado en penúltima posición el año anterior. Pero este es el último juego de Kobe.
Entonces de 37 años, fue un titán del baloncesto, un ganador de cinco campeonatos, pero ya había menguado al final de su carrera, con un gran salario pero poca productividad.
Dos años antes, una lesión en el tendón de Aquiles le había quitado sus poderes, dando fin a 15 años de grandeza después de que, en 1998, se convirtiera en el jugador del Juego de las Estrellas más joven en la historia de la liga. Tenía 19 años.
Quedan 3 minutos y 11 segundos en el juego. Kobe lleva la pelota por la izquierda, de espaldas a la canasta. Examina la situación, como lo ha hecho 1.565 veces antes.
Esa noche, solo dos hombres han anotado más puntos que él (LeBron James lo superaría después, precisamente el día antes de la muerte de Kobe).
Kobe físicamente es como el jugador promedio de la NBA (1,98 de estatura, fuerte y atlético), sin embargo, ha eclipsado a casi todos, incluso a su ídolo Michael Jordan, quien está detrás de él en la lista de todos los tiempos.
Kobe gira, conduce y salta a la canasta, quitándose a dos defensores. Hace un lay-up, pone a los Lakers a 8 puntos.
Yo me enamoré del basquetbol a los 13 años.
Cuando visitaba a mis abuelos, en la penumbra de un campo en Gales (Reino Unido), botaba una pelota todos los días hasta que oscurecía, por caminos llanos y vacíos.
Desde entonces, he pasado más tiempo jugando baloncesto, generalmente solo con un aro, que en casi cualquier otra cosa.
Giré, conduje y salté a la canasta, y evadí a los innumerables defensores en mi mente. He remontado partidos casi imposibles y anotado el tiro ganador. Y he dejado una cancha vacía con esas historias en la mente, como cualquier niño que sueña despierto.
Faltan dos minutos y 23 segundos. Después de una jugada de Utah, los Lakers vuelven a perder por 10. Kobe, en el ala izquierda pero ahora frente a su defensor, dribla de lado a lado.
Se dirige hacia el centro, luego gira y se lanza al aro, obteniendo una falta. Se planta en la línea, mete ambos tiros libres entre cánticos de “MVP” (most valuable player, jugador más valioso). Otra vez ocho puntos de desventaja.
Fui uno de los cientos de millones de nuevos fanáticos de la NBA en la década de 2000. El juego ahora es global, segundo en popularidad solo después del fútbol americano.
Más que nadie, Kobe fue el rostro de esa revolución. Jordan fue el primero y LeBron James lo siguió, pero Kobe fue el primer ícono verdaderamente global.
Jordan y LeBron fueron mejores, pero Kobe fue, para muchos, la imagen de la NBA. Todos los jugadores actuales de la NBA crecieron viéndolo.
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LeBron, que tenía 13 años cuando Kobe estuvo en su primer Juego de Estrellas, lo veneraba, mientras que las grandes figuras de hoy, mi generación, lo descubrieron en su apogeo.
Con 1 minuto y 49 segundos para el final, Kobe lleva la pelota por la cancha. Se desliza a través de una pantalla de su compañero y pasa sobre el defensor, evitando la mano de otro.
Dos pasos gigantes y está en la cima. Un tiro desde lo alto que entra. Solo 6 puntos faltan. La multitud ruge. La transmisión enfoca a su esposa y a dos de sus hijas, sonriendo, aplaudiendo y disfrutando del momento.
No me encantaba Kobe cuando era niño. Me gustaba AI: Allen Iverson. Era un atleta igualmente completo y generacional, un maestro de 1,82 en un juego de gigantes, cuya voluntad de ganar desafió la gravedad, y solo fue igualado por Kobe.
AI nunca alcanzó las alturas de Kobe, lo que hizo de Kobe un enemigo, no un héroe.
En uno de los últimos momentos de brillantez de Iverson en 2010, fue Kobe quien puso fin a su carrera, tal como lo había hecho en las finales de 2001: la única oportunidad de Iverson de ganar el título.
En todos los deportes, solo un puñado de oponentes son dignos de tu odio. Cuando mueren, te das cuenta de que el odio era el amor.
La cámara está de vuelta en Kobe: doblado, haciendo muecas, luchando por respirar. La pelota es de los Lakers, seis abajo. Kobe asiente, su compañero de equipo entra, y con 94 segundos restantes en su carrera, dribla en la cancha.
Cuando era niño, el primer titular que recuerdo haber visto en ESPN fue el derrumbe del caso de violación contra Bryant en 2004. No sabía nada sobre la liga o sus estrellas. Esta fue mi introducción.
La acusación desapareció y yo era demasiado joven para seguirla. Nunca lo hice, no queriendo encontrar una realidad que pudiera perturbar el juego. Nunca, es decir, hasta la muerte de Kobe.
La semana pasada leí sobre la empleada de hotel de 19 años que acusó a Bryant, de 24 años, de violarla.
Al principio, Kobe negó haber tenido sexo con ella. Luego lo reconoció, pero sostuvo que fue consensual. Ella tenía marcas en el cuerpo. Afirmó que era parte de los juegos que tenían. “Mis manos son fuertes. No lo sé”, dijo Kobe. El caso fue resuelto. Bryant se disculpó, sin admitir culpa. ¿Cómo esto cambia todo? Aún no lo sé.
Kobe pide ayuda de un compañero. Dos defensores de los Jazz pululan. En la fracción de segundo antes de que lo alcancen, Kobe lanza la pelota hacia adelante y se sumerge en el espacio entre ellos.
Se detiene en un instante, se levanta. Lanza y la pelota rebota contra el tablero y la red se mueve. La multitud estalla. Jay-Z, Jack Nicholson, Kendrick Lamar, David Beckham, Kanye West. Todo el mundo esta aquí. Solo faltan 4 puntos.
Barack Obama dice que el baloncesto le enseñó “una actitud que no solo tenía que ver con el deporte”. Respeto, escribió antes de ser presidente de Estados Unidos en su libro Dreams Of My Father, “llega por lo que hiciste y no por quién era tu papá”.
Fue en la cancha donde Obama, figura estoica de la Oficina Oval de la Casa Blanca, entendió que “no hay que permitir que nadie se esconda detrás de ti para ver emociones que no quieras que vean”.
Kobe está tranquilo. Lo que sea que esté sintiendo está oculto para los 20.000 fanáticos ahora de pie y los cinco jugadores de los Jazz de Utah frente a él.
Con 64 segundos como jugador de baloncesto, usa una pantalla y se desplaza hacia el lado izquierdo. Finge un avance contra el defensor para ganar un paso, pero el tipo está allí. Luego, de la nada, se levanta unos centímetros más allá de la línea de tres puntos. El defensor brinca también, en toda su extensión.
Kobe no tiene por qué hacer este intento. Incluso los mejores tiradores pierden más de la mitad de las oportunidades de tres puntos y desde aquí Kobe no es uno de los mejores, apenas es promedio.
Pero este tiro no es promedio, es difícil. Es el tiro que no crees que pueda hacer, el que no debe hacer, y él es el que lo va a hacer. “Bryant… ¡es un juego de un punto!”.
El mundo, escribió V.S. Naipaul, es un lugar frío. Aquellos que no son nada, que se dejan convertir en nada, no tienen lugar en él.
Pero Kobe era más frío que el mundo. Él estaba, me dije mientras jugaba, helado. Al crecer en la era de internet, que contó la carrera de Kobe y ayudó a darle forma, se convirtió en mi nombre de usuario: icecold13.
“No te detengas, no cedas, no les des esperanzas”, me decía cada vez que estaba despierto. “Sé Kobe. Sé despiadado. Gana”. Con el juego en marcha, yo sabía a dónde iba: hacia el bloque derecho: girar, avanzar, elevarse, romper y descolgar desde tres metros. Para congelar el juego, al igual que Kobe.
Quedan 36 segundos, uno abajo. Eso es todo. Cada segundo de los últimos dos minutos y medio, de los últimos 20 años, ha sido para esto. Abajo uno, ¿qué sigue?
El pabellón está en erupción. Todos en el edificio saben que Kobe empuja esto, Se mueve a media cancha, calculando. Aparece una pantalla, invitando a Kobe a la izquierda. Da tres pasos, lo suficiente como para bloquear al defensor, y luego cambia hacia la derecha, sacudiéndose del hombre.
Lleva la pelota hacia adelante y se enfila hacia la canasta. Eso es todo, ya lo ha decidido. Está pasando la línea de 3 puntos, pero el segundo defensor está a un metro de distancia. Kobe va a vivir o morir desde aquí. Hace un regate con la mano izquierda, se planta en un punto y brinca.
Se suspende con los dos pies en el aire. Todo su cuerpo está en perfecta alineación con el aro, su codo en ángulo recto. Podría estar suspendido por un hilo invisible. Solo queda que vuele. “¡Bryant… por la ventaja!”. Explosión.
Cuando la pelota atraviesa la red, Kobe ya ha aterrizado, su equilibrio intacto, su brazo extendido, todo su ser ajeno al rugido de los 20.000 que lo rodean. Es el tiro perfecto. Lakers arriba por uno. Por primera vez, la máscara de hielo de Kobe se rompe. Golpea su pecho. Eso es todo.
En las horas posteriores a la muerte de Bryant, un famoso entrenador dijo, entre lágrimas, que vio a sus jugadores jóvenes “cuán emocionados están” a pesar de que “ni siquiera lo conocían”.
Pero todos lo conocíamos. Nadie, en Los Ángeles o en cualquier otro lugar, pisó una cancha de baloncesto sin escuchar pronto el nombre de Kobe.
Después de su muerte, fuimos a internet. “Esto no es real”, escribió un jugador de la NBA. “Necesito salir de Twitter, pero no puedo cerrarlo”, me dijo un amigo dos horas después de que se supo la noticia.
En un tuit que tenía 244.000 “me gusta”, alguien escribió: “Kobe está probablemente en el cielo, mirándonos y diciendo ‘Estás ahí llorando en lugar de estar en el gimnasio trabajando'”.
Estuvimos en internet, pero luego fuimos a un gimnasio, una cancha, un aro, y nos pusimos a trabajar.
Sin dejarse nada, Kobe Bean Bryant sumó 15 puntos consecutivos. Por la izquierda, por la derecha, lay-up, pull-up, de dos, de tres, lo que fuera necesario.
En su acto final, dejó su mensaje. Puedes fallar, pero intenta el siguiente tiro. Y el tiro que siga. Kobe siguió disparando esa noche, como siempre hacía. Con tres minutos para el final, había lanzado la bola 45 veces, un número sin precedentes.
Los Lakers caían por 10. Él había fallado: el luchador que no sabía cómo renunciar.
Y luego tomó una oportunidad más, y la siguiente. Siguió lanzando, hasta que sonó la chicharra y ganó. Ganó esa última noche en 2016.
En la muerte, está en la mente de 1.000 millones de personas. Después del duelo, vivirá. Está muerto. Está más vivo que nunca.