AL GRANO

¡Cambiemos de sistema político!

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No tengo nada en contra del presidencialismo como concepto.  Pero en varias de las constituciones de Guatemala, el diseño de los “frenos y contrapesos” ha sido tan deficiente —sobre todo en 1984-1985— que el sistema ha perdido, creo yo, toda credibilidad.  ¿Cuál es la alternativa? En mi opinión, un sistema parlamentario.

Este sistema funciona en la mayor parte de la Europa occidental (si no toda) y en otros países cuyas democracias han alcanzado, en relativamente poco tiempo, mucha estabilidad y madurez. Me refiero, por ejemplo, a Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En la América de habla española, Chile lo tuvo durante una época y la democracia más populosa del mundo, la India, lo tiene en el Asia.

¿Cuál es la diferencia? En mi opinión, el sistema presidencial de los EE. UU. le apostó a tres cosas que, realmente, en Guatemala no existen, a saber: el bipartidismo, el federalismo y, como consecuencia de este, el bicameralismo con renovaciones parciales periódicas. Sin esos tres elementos, el presidencialismo se deforma en un Ejecutivo macrocéfalo —como en el pasado— o en un Legislativo opuesto y condicional —como en el presente—. En cambio, el sistema parlamentario está basado en la representación proporcional, en un parlamento plural del cual, con base en coaliciones estables, se forma un “gobierno” (el Ejecutivo) y, si la mayoría absoluta (cosa rara) o la coalición mayoritaria se derrumba sin solución, el jefe del Estado (el presidente de la República, pero no del Gobierno) disuelve el Parlamento y convoca a elecciones al árbitro final del sistema: los ciudadanos.

Por consiguiente, el sistema parlamentario se basa en que, mientras dure cada legislatura (durante, por ejemplo, cinco o seis años), el Ejecutivo (el Gobierno), goza del respaldo de la mayoría parlamentaria para ejecutar un plan de gobierno que ha sido conocido y respaldado por los integrantes de la coalición. Si una coalición se rompe, o la mayoría se pierde, el Gobierno suele perder la “confianza del Parlamento” y corresponde al jefe del Estado, según lo dispongan las reglas, dar oportunidad a las fuerzas predominantes para que conformen otra coalición mayoritaria. Si esto resulta imposible, el jefe del Estado “disuelve” el parlamento y convoca a elecciones.

La falta de una mayoría absoluta no es un problema en el sistema parlamentario porque, por medio de negociaciones entre los diversos partidos, se puede ir gestando una coalición parlamentaria basada en un plan o programa de gobierno que, de entrada, goza del respaldo mayoritario. Esto aporta estabilidad y la garantía de que tanto la base o el marco legislativo, como la ejecución o implementación administrativa, coincidirán y los objetivos buscados serán alcanzados.

Si dichos objetivos no fueran satisfactorios para los ciudadanos, o las preferencias ciudadanas hubiesen cambiado, es probable que, al finalizar la legislatura, se forme otra coalición mayoritaria. Si esto ocurriera antes de los cinco o seis años de la legislatura, es posible que la coalición existente se rompa, con las consecuencias señaladas arriba.

En Guatemala, el Parlamento pudiera ser bicameral. Una cámara pudiera representar a los ciudadanos y la otra pudiera integrarse por representantes de cada una de las regiones étnicas representativas (con más de 300 mil habitantes, por ejemplo). Esto respondería, creo yo, a una aspiración histórica de los líderes e intelectuales de los pueblos indígenas de Guatemala.

eduardomayora.com

ESCRITO POR:

Eduardo Mayora

Doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona y por la UFM; LLM por la Georgetown University. Abogado. Ha sido profesor universitario en Guatemala y en el extranjero, y periodista de opinión.

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