MIRADOR

¿Qué puñetas queremos?

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Indolentes y exculpatorios permanentes de conductas propias, así nos podríamos definir sin muchos errores. Nos disgusta lo que sale mal —digno de alabar—, pero quizá nos distingue que asumimos poco la responsabilidad de nuestros actos y nos falta una buena dosis de autocrítica. Buscamos culpables para casi todo y evitamos vernos reflejados en negatividades cuyo adeudo solemos endilgar a otros.

La Cicig tiene la culpa de nuestros males, pero fuimos nosotros quienes votamos a instituciones y gobiernos integrados por delincuentes ahora evidenciados, y permitimos que por años se estableciera un régimen de corrupción y chantaje que asombra y anestesia al ser descubierto. Señalamos a algunos de “limpieza social”, sin advertir que afanosamente se ha pedido la pena de muerte porque, en el fondo, huimos debatir ese tema y deseamos realmente que muchos indeseables desaparezcan, aunque no siempre lo admitimos. Criticamos, atacamos y condenamos a la prensa porque expone noticias de infames realidades y como no gustamos de evidencias, pretendemos reescribir la historia apetecida desde un virtual “Ministerio de la Verdad”, porque no aceptamos ser señalados. Toleramos o condenamos, según nos interese o afecte, pero sin que la objetividad forme parte en la ecuación del análisis. Si es de izquierdas, rechaza aquella intervención del 54 descrita por el premio Nobel guatemalteco en Weekend en Guatemala; si los hechos del 44 le parecieron ignominiosos, se alegra de que los USA vinieran a socorrernos. Perdonamos o reprobamos con el corazón, aunque la esencia de los hechos —la intervención— resulte idéntica. Odiamos a Todd Robison porque lo enviaron los demócratas, pero también rechazamos al embajador Arreaga aunque lo nombró una administración republicana ¿Qué carajo queremos?

Refutamos a los políticos sin advertir de que los elegimos y vitoreábamos con la playera del partido —una diferente en cada mitin— mientras se hace fila para recibir el menú veintepesero que ofrecen por acudir sumisamente a una explanada y esperar el helicóptero del “futuro presidente”. Señalamos a Ríos Montt de genocidio cuando tenemos medio país sumido en el subdesarrollo sin conmovernos mínimamente por los niños que mueren por hambre —¡si, de hambre!— o son objeto de agresión sexual y física. Culpamos a los maestros de nuestros hijos sin pensar si como padres animamos y acompañamos en su educación. La comunidad internacional lo mismo nos “saca” de problemas con oenegés cooperantes en pro del desarrollo que nos hunden en la miseria promoviendo a través de aquellos vectores de conflictividad. Culpamos a “empresarios oligarcas” de que exista una enorme desigualdad, pero eludimos hablar de pobreza y desarrollo mientras buscamos amigos y oportunidades —que no méritos— para ser favorecidos y permanecer en el percentil más acomodado. Señalamos a los “neoliberales” de capturar el Estado promoviendo las libertades individuales y proponemos como solución un socialismo que ha demostrado no funcionar. Gruñimos porque la justicia está contaminada y es servil, pero la cuestionamos cuando condena a falsos y manipuladores “líderes sociales” porque “son amigos” y no gustamos de que se toquen. Deseamos desarrollo y energía mientras aplaudimos protestas sociales de grupos mafiosos y criminales impiden que eso ocurra.

Y es que tranquilizamos e insensibilizamos diariamente nuestra conciencia y nos vamos a dormir pensando haber acabado con el problema, hasta que despertamos al día siguiente ¡Qué error más grande no planificar el futuro! Alicia preguntó: ¿qué camino debo tomar? y el conejo le contestó: si no sabes a donde quieres ir, cualquier camino es bueno. Definitivamente, no queremos escapar de nuestro propio cuento, y siempre el dinosaurio está ahí. Nos quejamos de los 500 años de conquista, pero llevamos 200 de independencia, ¿y…?

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ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.