SIN FRONTERAS
Dieciocho ¡vete! O mejor no te vayas
Año con año hay un momento, temprano en el último trimestre, cuando pega la primera brisa del aire otoñal. Sutil y sigilosa, nos toca sin aviso, y anuncia que un ciclo terminó. Su aire es más frío, un soplo liviano. Por alguna razón, desprevenido, siempre me sorprende. Pero no debiera hacerlo, pues sucede sin ninguna falta, con rutina estacional. Volteamos a la calle y los signos son certeros. Aquí no caen tanto hojas secas de color marrón; pero en bolsas, los vendedores ofrecen amarillos nísperos y los jocotes de corona. Los anuncios de embutidos marcan que pocos días quedan para el fiambre familiar. Pronto después vendrán las pascuas. Cándidos para hablar, muchos decimos con tono de sorpresa: “ya se fue el año, verdad usted”. Pareciera como si a los chapines cada año nos pilla algo tan rutinario como el calendario. Rápido como un torbellino, el tiempo extingue ya el dieciocho. Llegó la hora de taparnos, y de disfrutar –como si lo actual fuera tan bonito- de las últimas semanas previas a lo que se asoma como un tenebroso diecinueve electoral. Dos mil dieciocho, por muchas razones fuiste detestable. Pero pensándolo bien -con el horror que nos dejaste- por favor, mejor aún no te vayas.
¿Quién desea que no termine algo malo? Quizás solo quien teme que lo que viene sea algo peor. Este fue el año en que el régimen criminal que gobierna Guatemala se terminó de quitar las máscaras, con las que aparentaba institucionalidad. Y a ese pesar, importantes estratos de la sociedad no se muestran indignados. En 2018, el régimen terminó con el Estado de Derecho. Y lo hizo de la única manera como esto puede hacerse: en contra de la democracia, en contra del civismo y de la institucionalidad. Descaradamente. En su ambición por eliminar a la CICIG, el único ente que tiene fuerza para fiscalizarles, recurrieron a las fuerzas que ningún país civilizado utiliza: los soldados; las botas y el fusil. Desobedecieron abiertamente las órdenes judiciales que les fueron contrarias, y persiguen a sus posibles opositores electorales, con burdas campañas de difamación, utilizando recursos del Estado. Una y otra vez, el nombre vilipendiado de nuestro pobre país recorrió los oídos del orbe, como símbolo universal de lo que no es propicio. Y recurrieron a un arma barata del populismo irracional: la religión y la moral, apelando a la inmadurez política de la clase dominante. Los criminales más corruptos del país celebran -con ilusión- el éxito masivo de la gran marcha por las dos vidas, convocada desde las iglesias del país.
Es importante que notemos esta masiva manifestación político religiosa, quienes creemos que la célebre lucha contra la corrupción e impunidad es el único punto de partida para cualquier prospecto de nación futura. Y es que queda claro que ninguna discusión seria –así sea política, económica o moral- se llevará a cabo con un Legislativo cundido de delincuentes, con un Judicial comprado por mafias, o con un Ejecutivo en manos de monigotes ignorantes. Pero aparte de la probidad, las demandas son muchas, y los reclamos son valiosos. Colectivos importantes hacen valer sus voces particulares en la plaza, y esto será utilizado por las mafias, que adoptarán exitosos discursos religiosos, en las elecciones venideras.
Este año, ese primer soplo de viento frío me pegó la semana pasada. De pronto, de nuevo me propuse ir a conocer los barriletes a Santiago o Sumpango. Y como siempre, lamenté que la lejanía de Todos Santos me impida ver su colorida carrera de caballos. No daría tiempo de regresar a la mesa del fiambre anual. Y anticipé un temor porque venga pronto el fin de año. La partida de un amigo querido, las inseguridades de la estación. Y el espanto de lo que asoma el 2019, a menos que el pueblo hastiado mande al carajo y por fin, al Pacto de Corruptos.
@pepsol