LA ERA DEL FAUNO

Lenguaje: caos o claridad, según convenga

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Necesitamos talleres de sencillez. De sencillez para todo lo que hay en la vida, de por sí compleja, pero más que todo nos hace falta retornar a la sencillez lingüística. Nos hemos especializado en ocultar el mensaje, en andarnos por las ramas y encriptar el veneno. Nos han dicho que algo es importante si no se entiende. He visto morir lumbreras literarias que se hundieron en sus pretensiones de explicarse como Jacques Derrida y otros.

Poderosa herramienta es el lenguaje (perdonen ustedes el lugar común). Al enrevesarlo como laberinto, se provoca un daño muy grave llamado ambigüedad, esa daga escondida en los documentos oficiales que hoy nos tiene al borde de un caos social terrible.

El astrónomo estadounidense Paul W. Merrill, autor de libros científicos sobre las estrellas y los elementos químicos del espectro sideral, ofrece algunos consejos sobre cómo escribir mal. En un breve texto que tituló Principios para una pobre escritura, dice que en vez de escribir: “Dar al César lo que es del César”, se prefiere: “Se podría considerar apropiado desde un punto de vista moral o ético, en el caso del César, proporcionar a ese potentado todos aquellos bienes y materiales de cualquier carácter o calidad respecto a los cuales pueda comprobarse que tuvieron su fuente original en cualquier parte del dominio de este último”.

En la literatura creativa se vale la divagación, quizá porque desglosar es parte del deleite lector. O como dijo una vez el poeta del sur, Nicanor Parra: “Braulio Arenas me enseñó que cada diez versos hay que tirar uno oscuro, uno que no entienda nadie, ni uno mismo. Y ahí se arregla la cosa”.

Un poco de lenguaje incomprensible entre filósofos no viene mal. Puede provocarles la ilusión de que hablan cosas importantes. Confundir al receptor puede resultar entretenido en, digamos, una novela. Aun así, algunas resultan aburridísimas. Lo bueno es que si un libro o un artículo nos desespera podemos tirarlo debajo del tren, si tuviéramos uno, claro está. Lo atroz es cuando se normaliza ese lastre institucional que en vez de “habrá reunión” difunde algo como: “Los miembros acreditados integrarán el foro ordinario según lo establecido en su normativa 1990-01, inciso a). para determinar los asuntos de su competencia”.

Se comprende que las instituciones o espacios científicos tengan su género discursivo, sus revistas especializadas, su cátedra, mas no creamos que todos los documentos oficiales son así porque necesitan sustento, la verdad, son una estupidez redactada con las patas para esconder los puñales.

Al inicio de esta columna escribí “necesitamos talleres de sencillez”. Es un recuerdo de mi conversación con un buen amigo cuando cursábamos estudios en la Usac. Advertíamos que de tanto leer ensayos sobre determinado tema en el que los productores de conocimiento exponían sus ideas con la terminología científica de rigor —pues no iban a emplear un lenguaje cotidiano—, todo mundo quería escribir en los mismos términos. Ideas brillantes se pierden en un lenguaje pedante, incomprensible; e ideas macabras enredan a jueces y abogados en los tribunales para perpetuar la injusticia.

Abogados y políticos leen lo que les conviene. Retuercen los párrafos para esquilmar a sus clientes. En estos tiempos, por una parte, experimentamos la descerebración por el uso desmedido de verboíconos (emoticones), y por la otra, la dictadura del lenguaje enrevesado. Nos llevan de lo llano a lo tramposo. Después, quieren que hablemos con moderación, con mesura sobre las idioteces certificadas que redactan para confundir al país.

@juanlemus9

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