CABLE A TIERRA

Justicia, aun en contra de todo

La tarde del martes se dio a conocer la sentencia en el caso de la desaparición forzada de Marco Antonio Molina Theissen. Uno de los cinco mil niños que se estima que fueron desaparecidos durante la guerra interna que desangró nuestro país por cuatro décadas. Una guerra que dejó tantos daños, secuelas y heridas abiertas que aún no se han terminado de saldar ni de sanar. No conozco a esta familia, más que por lo que he visto y seguido del caso en los medios; pero sí conozco otros casos de familias desgarradas por la guerra y que tampoco han podido dar con los restos de los seres queridos que les fueron arrebatados. Familias que han sido torturadas por años por no poder poner un fin a su duelo, por no tener un lugar donde dejar reposar todo su dolor por el hijo, la hija, el familiar perdido. Escribo estas notas antes de conocer el veredicto. Espero que se cierre un capítulo más de tan dolorosa historia.

Las mujeres de Zepur Zarco cargaron también su dolor por años. No las mataron, pero ultimaron su dignidad como mujeres y como seres humanos. Como las de ellas, muchas, muchas más historias. Historias de las que, si no hubiera sido por monseñor Gerardi y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, y por la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), la mayoría sabríamos muy poco. El sistema educativo no ha hecho lo que le tocaba para que aprendamos de nuestra historia, para que toda esa matanza sin sentido que se vivió en el país no fueran muertes en vano. Para que Guatemala pudiera aspirar a otra cosa, con ciudadanos más maduros, mejor informados, más firmes en preservar la paz y la democracia. Le tocaba al Mineduc lograr que el reconocimiento de nuestro horrendo pasado, la aceptación y comprensión de los hechos que ocurrieron durante la guerra forjaran, cual hierro caliente, el “Nunca Más” en el ethos de la sociedad. Que la sociedad dijera: ¡Nunca más a la muerte, nunca más a la violencia, nunca más al odio!

Pero no fue. Ya lo sabemos: El odio irracional, la violencia como arma del poder, no permitieron que monseñor Gerardi viviera. La putrefacción del sistema político y la corrosión de la institucionalidad pública por la corrupción acabaron con esa posibilidad. Estos 20 años han sido de odio y sangre derramada, al punto de que la violencia homicida colocó a Guatemala y a los países del Triángulo Norte como la región más letal del planeta, con una epidemia de violencia homicida a la cual aún cuesta doblegar.

Aun así, las Molina Theissen, las mujeres de Zepur Zarco no cejaron. Ejemplifican muchas más con las que tienen en común que han sacado fuerzas de la adversidad, y han perseverado por años y décadas buscando ser escuchadas y que se haga justicia. Están las injusticias de antes y las de la era “post-conflicto”, violencias inexplicables que han obligado a muchas otras familias a luchar y perseverar para encontrar justicia: Los Siekavizza, los padres de Ángel de León, Nahomy Lara y Juan Carlos Velásquez Marroquín, los tres estudiantes de la Universidad del Valle de Guatemala cuyas muertes siguen sin ser explicadas y el juicio que debería esclarecer todo y traer justicia y paz a estas tres familias sigue entrampado por estrategias dilatorias e incomparecencias de las partes involucradas. Dos ejemplos de tantos muchos que sacan fuerzas de muy dentro de sí para seguir adelante, pelear y persistir contra un sistema plagado de vicios.

Estas familias, estas mujeres, merecen todo nuestro reconocimiento y nuestro apoyo por su perseverancia, por su fe en el sistema, a pesar de que todo apuntaba en contra. Que con la justicia venga la paz, y con la paz, la esperanza para seguir caminando.

karin.slowing@gmail.com

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