LIBERAL SIN NEO

El mantra de la desigualdad

El término “desigualdad” se ha convertido en un mantra en el discurso político, la discusión cotidiana y, especialmente, la ingeniería social. La desigualdad, al pensar de muchos, es injusta; el papa Francisco twiteó en 2014 que “la desigualdad es la raíz del mal social”. El estudio, opinión y expresión sobre este tema es, por supuesto, saludable. Los problemas surgen cuando grupos de personas, a través de instituciones de gobierno, utilizan la coerción, represión y violencia para disminuir una percibida desigualdad para conseguir la igualdad entre las personas o grupos. La supuesta búsqueda de la igualdad puede implicar enormes injusticias y problemas sociales.

La desigualdad y su antónimo, la igualdad, son temas complejos y nebulosos, con diferentes ámbitos de interpretación. Entre los más discutidos está la desigualdad económica y la igualdad de género. Quizás el mantra de “igualdad de oportunidad” es uno de los que mayor consenso encuentra. Sin embargo, la igualdad de oportunidad, en sentido estricto, es un espejismo al que apenas podría acercarse sin violencia e injusticia extrema. Por ejemplo, se considera que la educación puede ser la mejor forma de avanzar el ideal de igualdad de oportunidades. ¿Significaría esto exigir que se dé a todos exactamente la misma educación, en calidad, cantidad y contenido? Suponiendo que fuera posible hacer esto, el resultado sería bajar la calidad de la educación a niveles intolerables y manifiestamente contraproducentes.

En otro ámbito, la igualdad de oportunidad podría significar que todos tendrían que ser criados de la misma forma y por las mismas personas. ¿Cómo “igualar” el que los padres se sienten a leer con sus hijos, les den amor e inculquen valores, les enseñen a jugar futbol o a tocar la marimba, mientras otra pareja de padres delincan y solo les pongan atención para gritarles? La igualdad de crianza no es posible, y si lo fuera, implicaría mucha violencia, la destrucción de la familia y miseria generalizada.

Peor aún es pensar que la mala crianza de unos es causada por la buena crianza de otros. Este es el caso con la desigualdad económica, donde el paradigma reinante enseña que la riqueza de unos causa la pobreza de otros. Ciertos órdenes de organización social, como el feudalismo o la esclavitud como instrumento de expansión, por ejemplo, se mantienen solo con la violencia, reprimen la libertad individual, son fundamentalmente extractivos y no permiten la movilidad social. Estos órdenes son los llamados “de suma cero”; la ganancia de unos implica la pérdida de otros, lo que uno gana, otro lo pierde. Una sociedad basada en los derechos individuales y la libertad de producir, comerciar y consumir sin coerción o privilegios no es un orden de suma cero. El éxito de unos no es a costa de la miseria de otros; lo que gana uno, no lo pierde otro. Por el contrario, un orden social basado en estos preceptos provoca oportunidades e impulsa la movilidad social.

Igualar oportunidades es imposible, solo es posible mejorar las oportunidades de los que tienen pocas. Una sociedad que no tolera la desigualdad, que reprime que unos destaquen y no ofrece incentivos para destacar, está condenada a la miseria, la infelicidad y al fracaso. No es sano ni productivo equiparar la desigualdad con la injusticia o perseguir la igualdad como meta social. La igualdad ante la ley o, lo que es lo mismo, la igualdad de consideración, es un ideal alcanzable y es el que más oportunidades brinda a los miembros de una sociedad. Esta es precisamente una sociedad basada en fuertes derechos individuales.

ESCRITO POR:

Fritz Thomas

Doctor en Economía y profesor universitario. Fue gerente de la Bolsa de Valores Nacional, de Maya Holdings, Ltd., y cofundador del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN).