“Hace seis años decidí venir a la capital. Traía muchos sueños, pero poco a poco se fueron desapareciendo, debido a la falta de oportunidades y un trabajo”, expresa Catarina, mientras llora en la acera.
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“Todo lo que hago aquí, bajo el sol y el humo de los carros, es para ganarme la vida y poder darles comida y un techo a mis hijos”, agrega Catarina, con el rostro pintado de plateado.
Al preguntarle si sabe que existe el Día de la Mujer, responde que no. Debe reunir Q30 diarios para pagar un cuarto. Luego ganar para la comida. Lo poco que logra ahorrar lo envía a sus otros tres hijos, que viven en Sololá.
El sol le derrite el maquillaje mientras sus hijos, con la misma pintura, se dibujan estrellas en el rostro. El semáforo cambia a rojo. Terminó el descanso.
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