Sus esfuerzos por dar a conocer el buen manejo de la agricultura los ha plasmado en más de 300 mapas sobre la diversidad del país, muchos de los cuales sirvieron para actualizar la base cartográfica del Instituto Geográfico Nacional.
Junto con el equipo que lidera, en el Departamento de Información Geográfica, Estratégica y Gestión de Riesgos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (Digegr), el experto español trabaja en estudios semidetallados de suelos, que servirán de base a los agricultores y exportadores para identificar para qué cultivos es apta un área determinada.
Cada uno de esos estudios les ha llevado dos años. Hasta el momento han presentado el de Sololá y el de Chimaltenango. El proyecto incluirá San Marcos, Quetzaltenango, Totonicapán, Sacatepéquez, Guatemala y Escuintla.
¿Cuándo comenzó su trabajo en Guatemala?
En 1991 trabajé en la Biosfera Maya, al estilo Indiana Jones, porque entre los árboles me pasé estudiando la etnobotánica de Petén, con apoyo del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie).
En 1997, el Gobierno me pidió apoyo sobre cómo buscar áreas útiles para 50 cultivos, pero en ese momento la cartografía se hacía a mano y era prácticamente imposible hacerlo solo.
Surgió la idea de instalar un laboratorio como el que tenemos ahora, el Digegr, pero que se materializó hasta años después.
Luego, el Maga me contrató, y montamos un programa de productividad en las zonas de retorno con los refugiados que regresaban de México, luego del conflicto armado interno.
Les trabajé un estudio de ordenamiento territorial en donde se diseñaban proyectos productivos, para que se hiciera un desarrollo ordenado.
Hasta el día de hoy funcionan exitosamente con ese modelo 10 fincas, una de ellas en el área del Ixcán, Quiché.
Pero me establecí en el país cuando conocí a una chica con la que me casé y formé una familia. Después de eso se cumplió el deseo de formar el laboratorio de investigación.
¿Cómo surgió ese laboratorio?
En 1998, con el paso del huracán Mitch, el Maga me pidió que elaborara una propuesta para reactivar la economía agrícola, pero necesitaba el laboratorio para dirigirlo.
En ese momento ingresó mucha ayuda extranjera, y el Gobierno nos destinó US$2 millones para establecernos.
El laboratorio surge como un programa de emergencia por desastres naturales del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Con ese dinero se hizo un atlas de cuencas y un montaje de alerta temprana de cuencas inundables.
¿Qué trabajos han efectuado en el laboratorio?
Digitalizamos todos los mapas que en esa época no estaban en ese formato; también hemos elaborado nuevos mapas detallados, cerca de 300.
En el 2002 hicimos un trabajo con el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que fue la cartografía y análisis de la vulnerabilidad a la seguridad alimentaria nacional.
Ese trabajo dio origen al mapa de sequías, que es llamado hoy el corredor seco.
Ese término está mal empleado, es una mala calificación, pues no es un corredor seco, sino semiárido.
¿Cuál es la diferencia entre corredor seco y semiárido?
La diferencia se basa en un índice usado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de 1985.
Esa clasificación señala que la aridez comienza a partir de una precipitación inferior a los 400 milímetros de agua anual.
Lo mínimo que tiene Guatemala al año es 450 en El Progreso. Eso quiere decir que no existe ningún área seca en el país, sino es una zona semiárida.
Guatemala no tiene menos de 400 milímetros anuales. En países como España, donde la mayor parte del país reporta 500 milímetros anuales, Guatemala es el paraíso.
El corredor seco no es tan seco, sino semiárido, y en él se ubican Jutiapa, Chiquimula, Zacapa, El Progreso, Jalapa, Baja Verapaz, el centro de Quiché y otros departamentos de la costa del país.
¿Cómo se puede recuperar esa área del corredor semiárido?
Este es un dato estructural. El país es así, no depende del cambio climático, sino que el país presenta esa cantidad de agua.
Lo que se puede hacer allí es conservar la zona; se debe mantener la cobertura forestal en las partes altas de las cuencas, es decir, en la parte alta de las montañas. Ahí es donde nace el agua y en la ladera hay dos partes.
La alta sirve para bosques con vocación forestal, pero la baja es para la agroforestería, como para sembrar cultivos de café bajo sombra y haciendo terrazas para que no se lave la tierra cuando llueva.
La parte más baja es de vocación agrícola, pero a pesar de que se puede sembrar allí, se deben tener medidas de conservación de suelos.
¿Qué hacen el Gobierno y el sector privado para conservar la zona?
El programa de Agricultura Familiar considera otra vez esos manejos, y el corredor semiárido no es tan difícil de manejar. Hay mucha agua. Yo calculé que hay 10 mil kilómetros cuadrados del corredor de superficie, y hay 20 mil kilómetros lineales de ríos. Tiene una relación de dos a uno; está muy bien.