CATALEJO
La política como guía del futuro
Este año 2018 trae para los guatemaltecos de todo nivel educativo, económico, social o ideológico la obligación de reflexionar con serenidad pero con valentía acerca de la situación nacional y de su entorno en el mundo. Se debe hacer un esfuerzo para desembarazarse de los prejuicios, aunque son casi intrínsecos en los seres humanos, para entender los problemas, porque cuando estos se entienden se llega a la mitad de la solución, según dice acertadamente el viejo adagio. Una vez entendidos, se puede pensar en sus posibles consecuencias y se pueden prever, prevenirlas o evitarlas. La primera verdad cuya aceptación es necesaria es la inaceptable situación política, entendida en su sentido griego, es decir de vida de toda comunidad.
Los problemas actuales del país, casi en su totalidad, son resultados de hechos en el pasado cercano o lejano. El actual gobierno, por ejemplo, es efecto del terror ciudadano por continuar el descalabro del anterior, y esto se repite hasta llegar al inicio de la democracia electoral en 1986. Son 32 años de empeoramiento de un factor fundamental: considerar a la práctica de la política como la más efectiva forma del enriquecimiento ilícito, el cual no puede existir sin la corrupción. La clase política guatemalteca no se diferenció de la latinoamericana, como lo comprueba con claridad el caso Odebrecht, pero llegó a extremos impensables, no tanto por las cantidades mal utilizadas o robadas, sino por su proporción en los gastos de un país pequeño como el nuestro.
Con seguridad, el factor más notorio del caso guatemalteco es el descaro, no solo en la ostentación de los bienes producto de dineros muy mal habidos —mansiones, helicópteros—, sino de los abusos y de la total irresponsabilidad en el ejercicio de los cargos. Como consecuencia de esto, se aumenta la decepción y el rechazo generalizados cuando las promesas directas y específicas de las campañas electorales desaparecen por arte de magia, con lo cual se comprueba que las nuevas figuras escogidas por quienes ostentan los poderes detrás de los tronos no son simplemente ilusos fácilmente convencidos de ser los magos cuya varita mágica terminará o comenzará el fin de los males del país, sino en realidad son solo corruptos en ciernes esperando su oportunidad.
Parecería paradójico pensar en la búsqueda dentro de la política de guías para el futuro inmediato, mediato y a largo plazo. Este es un concepto filosófico y por ello en efecto tiene elementos ideológicos, pues de la diferencia de estos depende la desigualdad de los fines de la praxis política. Al tener una base filosófica, tiene relación con la ética, es decir con la definición de lo bueno y de lo malo, aunque el campo de acción ético tenga bordes un poco más angostos. Hay acciones políticamente correctas, aunque moralmente no lo sean, pues la moral es la práctica de una idea filosófica. Pero esto no implica incluir dentro de la práctica de la política a las acciones inmorales, lo cual es ciertamente cada vez más difícil de lograr en el mundo actual.
La primera pregunta debe referirse a cuál es el fin de la política y su práctica. Si la respuesta es lograr el mejor bien para la mayor cantidad de personas, es fácil deducir cuál es el panorama filosófico de la economía. Por eso, esta última es consecuencia de la primera, y jamás al revés. La otra pregunta se debe referir a cuál es el valor de cada ser humano individualmente considerado dentro del entramado social, y también cuál es la importancia de la sociedad, analizada como una unidad de individualidades. Son temas complicados si no se conoce, no se puede o no se quiere entender la complejidad de las relaciones humanas. Sin embargo, es más fácil buscar cuál debe ser el fin de la actividad política, y entonces se puede encontrar por qué es una guía.