LA BUENA NOTICIA
La Epifanía: modelo de búsqueda de la Verdad
Celebración muy querida para más de dos mil millones de cristianos en el mundo, la Epifanía (del griego “revelación”) lleva a culmen el tiempo de la Navidad con detalles hermosos: el Salvador nacido “oculto” (de noche, en una cueva de Belén), conocido por gentes demasiado sencillas para la publicidad (los pastores que le visitaron) es “revelado” a todas las naciones, simbolizadas por los “magos de Oriente”. Mañana, según la Buena Noticia, comienza a cumplirse el deseo divino de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Timoteo 2, 4).
En efecto, la Tradición ha asignado colores de piel diversos a los magos, nombres llamativos (Melchor, “rey de luz”; Baltasar, “Dios protege al Rey”; Gaspar, “Administrador real”), etc. No se diga —según San León Magno, 390-461 d.C.— de los dones que llevan: oro (realeza), incienso (divinidad) mirra (humanidad, por usarse en la unción de los cuerpos a sepultar): un cuadro de “universalismo, de apertura” que contrasta con las tendencias xenófobas actuales, los populismos nacionalistas, el cierre de fronteras a gentes que “migran” en busca de bien y vida (Papa Francisco, Jornada de Oración por la Paz, 1 de enero 2018). Pero, en torno a la Epifanía, hay también un detalle vital: la conciencia humana que busca la verdad a través del símbolo de una estrella que se sigue, de una “luz que siempre aparece y llama” (San Juan Pablo II, Epifanía de 2002). Tal es la grandeza de los “reyes magos”: su capacidad de buscar la verdad, de seguirla y no cansarse hasta encontrarla. A diferencia de los expertos bíblicos de la corte de Herodes, que “sabían que el niño debería nacer en Belén” y que así lo indican a los magos, pero ellos no van a buscarlo, estos tres “caminantes en pos del esplendor de la verdad” (San Juan Pablo II) desafían al mundo actual, tan conformista de respuestas hechas, incapaz siquiera de preguntas de fondo.
Los tres itinerantes por la luz que se revelará un día como “Luz del mundo, para no caminar en tinieblas” (Juan 8, 13ss) acusan a la conciencia actual en dos sentidos: 1) El falso humanismo que “contra toda verdad y toda razón” alega derechos anti vida y pretende convertir situaciones contrarias a la Ley Natural en “leyes justas anti discriminación”. Atentando no contra datos bíblicos, sino contra la misma ciencia, se usan eufemismos para designar gustos o tendencias que solapan, como dice Papa Francisco, el “colonialismo de países” cuyos legisladores ya no buscan la verdad, sino detentar el poder complaciendo lo que un día lamentan sus mismas sociedades (despoblación, confusión infinita en la determinación de los derechos personales y familiares, etc.); 2) El peligroso fundamentalismo bíblico, que hace de las Escrituras un revestimiento de ideologías, inmediatismos generadores de violencia, olvidando la importancia de la interpretación —como la olvidó Lutero con su “Sola Scriptura”, hace 500 años—, según decía un no tan religioso pero sí acertado pensador, M. Heidegger (1889-1976): “Interpretar es decir lo no dicho o escrito”.
Que el ejemplo de los “caminantes en busca de la verdad” ayude a no omitir el papel de la conciencia que “quiere ir más allá” hasta encontrar en Cristo la Verdad Plena (Juan 17, 2ss), según fue dicho: “Cuando remuerde la conciencia, por haber dejado de realizar una cosa buena, es señal de que el Señor quería que no la omitiéramos. Efectivamente. Además, ten por cierto que “podías” haberla hecho, con la gracia de Dios” (San Josemaría Escrivá, 1902-1975).
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