ENCRUCIJADA
Necesitamos más democracia y más inversión
Honduras puede ser el espejo de nuestro futuro. El fantasma que recorre Centroamérica no es el comunismo; es la amenaza a la democracia. Y también amenaza el futuro de nuestra economía. Durante años hemos tenido un nivel de inversión que ha estado entre los más bajos de América Latina y que desde agosto se redujo aún más. Esto último es el resultado de los errores políticos de Jimmy Morales, que puso en evidencia no solo su falta de pericia política sino también la incapacidad de las instituciones públicas para ajustarse a un nuevo contexto de severa vigilancia internacional. Pero con sus acciones Jimmy Morales también desgarró la vela que impedía ver la relación entre lo político y lo económico, y especialmente la debilidad de la inversión que resulta de nuestra precaria institucionalidad democrática.
Vemos en el Congreso el reflejo de un régimen democrático agónico, fuente de gran incertidumbre, nacional e internacionalmente. Ahora no se acude abiertamente al fraude, y la represión es más selectiva que durante la época de las dictaduras militares prevalecientes entre 1970 y 1985, pero las opciones democráticas se mantienen restringidas. Con la ventaja de la retrospectiva vemos que en las elecciones de 2015 no existían opciones reales. La alternativa “ni corrupto ni ladrón” resultó ser un frustrante espejismo.
Ni el poder ejecutivo ni los partidos dominantes en el Congreso representaban un cambio: no tuvieron la capacidad de abrir el espacio a una transición democrática. No nos permitieron dar un brinco y colocarnos en otra trayectoria, superior a la actual, que ventilara con una nueva ética y con nuevas caras, voces y planteamientos al espacio político guatemalteco.
La falta de opciones es reforzada por una Ley Electoral y de Partidos Políticos que mantiene cerrado el club de partidos políticos que se benefician del clientelismo y de financiamiento ilícito. Con suficientes recursos financieros se entra al club y se superan fácilmente barreras como el requisito de 23 mil adhesiones, o firmas. No es un requisito democrático, sino financiero. Lo que tradicionalmente han hecho los actuales partidos ha sido contratar personas para obtenerlas o simplemente comprar las firmas. Refuerza el poder del dinero. ¿Es eso democracia?
Pero nuestra tragedia no se detiene allí. El panorama del empleo es pavoroso. Las remesas e ingresos ilícitos de capital, acompañados por una política económica pasiva, favorecen el consumo y el comercio, pero poco más. Las ganancias obtenidas por los grandes conglomerados que dominan nuestra economía no se reinvierten, sino que se consumen, acumulan o sacan al exterior. La incertidumbre las afecta, como afecta a posibles inversionistas del exterior. En contraparte la pequeña y mediana empresa, las asociaciones de productores en el área rural o las cooperativas, que deberían recibir el máximo apoyo para consolidarse e invertir, tiene grandes dificultades para acceder a crédito, garantías, mercados y tecnologías.
El Congreso y el poder ejecutivo están demasiado preocupados con sobrevivir. Las propuestas para aumentar la inversión no pasan de ser engaños para reducir el pago de impuestos por parte de las grandes empresas, y el escaso apoyo a los trabajadores por cuenta propia o a los microempresarios viene principalmente de la cooperación internacional. Nuestra agónica institucionalidad democrática no reacciona y la economía se deteriora.
Tiene que revertirse ese proceso. Requiere reconvertir la política y la economía. Requiere reconducir al país por otra senda de desarrollo. Para ello hay que comenzar por una amplia lucha democrática por renovar el sistema político guatemalteco y no detenerse en revisiones cosméticas de una ley electoral y de partidos políticos que es una farsa.
fuentesknight@yahoo.com