ALEPH
“Ninguna teoría; olviden todas…”
En un mundo por demás líquido e incierto, nos está tocando, en Guatemala, atravesar con vértigo un puente colgante. Cuando veo cómo en las cortes manosean la justicia para defender el viejo orden, siento que estamos siendo testigos de uno de los momentos más caóticos de nuestro relato como país. Un presidente sin las capacidades para serlo, es sostenido por los engranajes de una maquinaria corrupta. Más de un centenar de diputados aprovechan las últimas horas del 2017, para garantizar que el 2018 nos devuelva a la impunidad que queremos romper. Y algunos gremios patronales están cerrando los candados de la vieja casa, para que la institucionalidad no se les derrumbe en la cara.
Por otro lado veo la madurez ciudadana de una gran parte del pueblo hondureño frente al fraude recién vivido en su territorio, y pienso en dónde se perdió esta Guatemala, tan acomplejada por haber sido cabeza de reino alguna vez. Aquí, pensar ha sido considerado algo peligroso. La receta más bien ha sido: sean libres para pensar, siempre que no piensen por sí mismos; sean libres para consumir, aunque su salario no les alcance ni para la canasta básica; sean libres para hablar, mientras digan lo que quiere oír el poder; sean libres para caminar, siempre y cuando cada quien camine en su acera; sean libres para rezar porque todos somos iguales ante Dios, pero ni se les ocurra que podemos tener la misma educación, la misma salud, y la misma dignidad en la tierra. Participen, pero no molesten con sus demandas de vida digna. Regalen un tamal para navidad, pero no cuestionen la pobreza porque “así ha sido siempre”.
Esto me hace recordar a Hannah Arendt. Las primeras palabras que ella dirigió a sus estudiantes en aquel seminario sobre Las experiencias políticas en el siglo XX (1968) fueron: “Ninguna teoría; olviden todas las teorías”. Con ello no buscaba que dejaran de pensar o de estudiar a sus referentes teóricos (todo lo contrario), sino que entendieran que “pensamiento y teoría no son lo mismo”. Les dijo que pensar sobre un hecho es recordarlo, porque “de otro modo se olvida” y justo ese olvido es el que pone en peligro la significatividad del mundo.
Hace unos meses escribí un artículo (El derecho a pensar) que partía de la necesidad de razonar fuera de nuestras “cajas” de clase, religión, cultura, interés sectorial o político, para no olvidar el país que habitamos. Aquí, el pensamiento ha estado tan proscrito, que creemos que el inteligente es el listo, y que el espacio de la política sólo puede leerse a través de ideologías de derecha, izquierda, o de centro. Tenemos un montón de teorías y dogmas que no razonamos en el marco de nuestra realidad común, y que nos han hecho sustituir, en muchos casos, los principios que podrían inspirar un mejor actuar. Y es que cuando vivimos de acuerdo a las recetas que nos vendieron en el partido, la pandilla, la universidad, la iglesia o la casa, desarrollamos una zona cómoda de seguridad; pero los catecismos ideológicos limitan nuestra creatividad, nuestra relación en sociedad y nuestro pensamiento, sin los cuales ninguna acción puede comprenderse.
En la Guatemala de hoy, hay más juventud saltándose nuestro muro de Berlín y desarrollando pensamiento propio y crítico, pero contradecir aún es pecado y la educación sigue sin llegarle a millones (este año las cifras nos avergüenzan aún más). Los embarazos adolescentes sobrepasan los 74 mil a esta fecha, el hambre aprieta los cuerpos desnutridos con una voracidad implacable, y la niñez sigue muriendo de enfermedades prevenibles. Ni siquiera lo mínimo está dado.
Un día, a tono con políticas sociales adecuadas, leeremos y discutiremos a Hayek y a Marx por igual, así como a muchos otros referentes teóricos de distintas líneas de pensamiento, a los que iremos dejando atrás para darle paso a la vida. Será el día en que nos atrevamos a pensar fuera de nuestras cajas, pero en unidad; será cuando nos animemos a construir un país diverso, pero para todos.
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