“Casi nunca veíamos a mi mamá, porque salía a trabajar y nos dejaba solos en la casa. Me daba mucha tristeza ver que a pesar de su esfuerzo carecíamos de las cosas básicas, por lo que, cuando cumplí 11 años decidí salir a la calle a buscar trabajo, pero lo único que encontré fueron malas amistades”, recuerda.
Laines asegura que al ver que algunos amigos de la colonia conseguían dinero fácil comenzó a involucrarse con ellos, quienes lo guiaron al camino del alcohol, drogas y pandillas.
“Inicié con las tareas más sencillas (robar) y poco a poco fui ascendiendo hasta llegar a ser un sublíder, para demostrar respeto tuve que tatuarme”, dice Otto, quien comentó que a sus 12 años se fue de su casa porque no quería poner en riesgo a su familia.
Relata que al principio no estaba consciente de lo que hacía, le gustaba robar, que le tuvieran miedo y lo respetaran.
“Los primeros años hice mucho dinero, me ponía y comía lo que quería, me sentía bien porque ellos me decían que eran mi familia, que me iban a cuidar, que iban a estar conmigo en las buenas y malas; sin embargo, después de algunos años comencé a tener problemas con otros mareros, por lo que intenté regresar a mi casa, pero mis hermanos y mi mamá, quien estaba enferma, me rechazaron”, señaló.
Convencido de que su vida estaba en peligro, decidió migrar a Estados Unidos, donde permaneció por un año y seis meses hasta que lo deportaron.
Días después de haber regresado a la zona 18 de la capital, donde siempre ha vivido, sus ex compañeros de la pandilla lo buscaron para reclamarle por qué los había traicionado.
“Eran pocos los que aún quedaban, el resto había sido asesinado en ataques armados o cuando cometían fechorías”, relata.
Migrar
Meses después de estar en Guatemala, Otto recibió la llamada de su hermano mayor, quien desde hace varios años vive en EE.UU. con su familia y le ofreció ayuda económica para que volviera a migrar, pues de lo contrario su vida estaría en peligro.
Cuando llegó por segunda vez a EE.UU. la situación se tornó más difícil, porque no hablaba inglés, pero meses después lo aprendió y pudo trabajar por más de cinco años en restaurantes y fábricas.
“En el último trabajo que tuve de cortar hierbas, conocí a muchas personas que me brindaron su apoyo y me hablaban de Dios. Aunque no fue nada fácil, poco a poco fui dejando las drogas e involucrando en la iglesia evangélica, lo cual me permitió cambiar el rumbo de su vida, valorar a mi familia y el trabajo honrado”, refirió.
Un día, cuando se dirigía a trabajar fue detenido por las autoridades de EE.UU. quienes lo volvieron a deportar. Esa situación, asegura Laines, le hizo comprender que el llamado de Dios era de regresar a su país y buscar su reintegración social, y así lo hizo…
Amistad
Una tarde, salió a jugar a una de las canchas de su colonia donde conoció a un norteamericano que no podía hablar español y era el hazmerreír de los niños y adolescentes que estaban en el lugar, así que comenzó a traducirle y a entablar una amistad.
“Conforme pasaban los días el gringo me tomó mucha confianza y me pidió que lo apoyara en su proyecto social de enseñarle inglés gratis a los niños de escasos recursos de la colonia, por lo que acepté”, expresó.
Ver el entusiasmo de los niños de querer aprender y ser profesionales de bien, fue lo que lo motivó a retomar sus estudios.
“Me había quedado en segundo básico, pero logré terminar el bachillerato y un técnico en deporte. También recibí varios cursos para aprender cómo trabajar con niños”, refirió.
Un día su amigo, “el gringo”, le presentó a otro que tenía una academia de futbol para niños pobres y necesitaba un profesor en deporte para impartir clases de futbol a niños en edad escolar.
“Cuando llegué a mi entrevista en la academia Brio Futbol lo primero que me indicó el gringo fue que jugáramos un partido, al terminar me dijo que esa era una entrevista de trabajo y que desde ese momento era parte de su equipo”, recordó Laines.
Así comenzó su aventura en el fútbol que, según él, le cambio la vida.
“Gracias a ese proyecto me sentí valorado, pues me dieron la oportunidad de hacer algo distinto a lo que había experimentado por años, entendí que sí tenía un futuro prometedor lejos de las drogas, las balaceras con la policía o todos los gajes de oficio en el mundo de las maras”, expresa emocionado.
Reinserción
Para Estuardo del Águila, psicólogo de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental, la reinserción social de las personas que han estado involucradas en las pandillas se puede lograr solo si se tiene la voluntad para hacerlo, así como el apoyo familiar, espiritual y profesional.
“Lo más importante es que la persona tenga la convicción de que debe luchar para salir del mundo de las pandillas y buscar su transformación, además aceptar que necesita apoyo de familiares, amigos y expertos”, expresó.
Manifestó que muchos logran rehabilitarse, pero otros no corren con la misma suerte, porque ante la falta de oportunidades vuelven a delinquir o los matan por su decisión de salirse de la mara.
“Una de las prioridades al salir de las maras es que los jóvenes deben alejarse del lugar donde vivieron para evitar recibir represalias por parte de sus excompañeros y buscar ayuda de algún familiar o persona de confianza para evitar caer en los vicios”, añadió.