El jueves último, López asistió a una cita con autoridades del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas – ICE, por sus siglas en inglés –, en la cual obtuvo ocho meses más para poder permanecer en ese país y solventar su situación.
Junto a su familia, el guatemalteco reside en Bajo Manhattan, Nueva York, trabaja en una tienda y a pesar de que su registro criminal se encuentra limpio, una antigua multa por conducir en estado de ebriedad es el único elemento que autoridades pudieran señalar para exigir su deportación.
Ahora, López tendrá que presentarse ante autoridades nuevamente el 25 de junio de 2018, para definir su futuro.
“Esto todavía no acaba aquí. Ahora tenemos que seguir luchando para que cancelen la orden de deportación que tengo desde 1997. Lo que más me preocupa es él – Shoun –. Yo soy el soporte de la casa y mientras trabajo mi esposa lo tiene que cuidar todo el tiempo porque depende mucho de nosotros”, comentó el guatemalteco, a El Diario, de Nueva York.
Vidas frustradas
Cada año, los sueños de superación de miles de guatemaltecos terminan, al ser deportados de EE.UU. y tener que enfrentar la realidad que dejaron en nuestro país, en busca de mejores condiciones de vida, o huyendo de la violencia.
En el 2016, 35 mil 465 guatemaltecos fueron deportados. “Regresé solo para recordar la razón por la que me fui”, expresó Luis Javier Sirín Suy, de 35 años, originario de San Andrés Itzapa, Chimaltenango, deportado en diciembre del año pasado.
La situación en el 2017 ha sido similar. De martes a viernes arriban al país entre dos y tres vuelos diarios, con cientos de retornados que bajan del avión sin haberse bañado, hambrientos y sedientos, algunos con la mirada perdida, sin saber qué hacer o a quién llamar o acudir y, lo más frustrante, sin trabajo.