PRESTO NON TROPPO

Mozart y Bruch – Una evocación

Paulo Alvaradopresto_non_troppo@yahoo.com

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Existe, en el heredero de un artista, la propensión a seguir las huellas de su antecesor. Puede incidir en ello la genética, su formación intencional o circunstancial, o la combinación de todas éstas, que le inclinan hacia el quehacer, las prácticas y ciertos gustos propios de su ascendiente. La música suele figurar entre los casos que citan los historiadores, los educadores y los biólogos cuando quieren ejemplificar esta particular tendencia por parte de un individuo. En nuestro medio, uno de los que encarnan esa predisposición es Ricardo del Carmen Fortuny, hijo homónimo del maestro Ricardo del Carmen Asensio (1937-2003), quien fuera pianista, arreglista, director coral y, ante todo, director de orquesta.

El pasado miércoles tuvimos oportunidad de constatar, cabalmente, que “lo que se hereda, no se hurta”, tal cual reza el proverbio. A lo largo de la presentación que el pasado miércoles dio cierre al Festival Bravissimo 2017, fundado y guiado desde sus comienzos por Geraldina Baca-Spross, el recital Mozart & Bruch fue al mismo tiempo elegante y emocional. Siguiendo precisamente la tradición clasicista de su padre, y como director, Ricardo abrió con la obertura a la ópera Così fan Tutte, para dar paso a la Sinfonía N° 40 (cuyo principio es, sin lugar a dudas, uno de los mejor conocidos, no solamente de Mozart sino de todo el repertorio del siglo XVIII; una genuina anticipación al “Sturm und Drang” beethoveniano). Aunque en los movimientos internos la orquesta pareció trocar un tanto la intención con que había empezado su actuación, logro retomar el espíritu con que originalmente había acometido la sinfonía, para concluir con una buena energía la parte inicial del programa.

Llegó entonces, para la segunda parte, lo que el público esperaba: la intervención del maestro Andrew Sords. Violinista de un temperamento muy amplio, con evidente dominio del espacio teatral, Sords demostró lo que significa ser un artista, no únicamente un excelente ejecutante de su instrumento. Su entrada a escena fue bastante sorpresiva para los asistentes, con una versión abreviada de unas variaciones sobre un tema popular que para violín solo compuso Henri Vieuxtemps y que llamó “Recuerdo de América” —una curiosa especie de bis, que el maestro tocó antes de la pieza de fondo, en lugar de agregarla después. Fue allí, en el Concierto N° 1 para Violín de Max Bruch, en que se pudo apreciar íntegramente la calidad del solista. Por un lado, su gran maestría técnica, requisito para dominar de forma impecable las múltiples escalas y arpegios que caracterizan a la música del siglo XIX. Por el otro, un sutil manejo de la sonoridad del violín, claramente audible aún en los momentos más suaves y dulces con que Bruch logra atrapar al oyente en el segundo movimiento de la obra. Andrew Sords supo hermanar la máxima delicadeza con la fogosidad y la brillantez que han hecho de este concierto un infaltable de la literatura musical del Romanticismo.

Es en esa coyuntura que resultó tan significativa la velada, puesto que en la última función que ofreció el padre de Ricardo, poco antes de fallecer, justamente había dirigido ese concierto de Bruch. Una evocación valiosa de un director de orquesta distinguido, de la mano de su propio hijo, al mando del ensamble que recibe el nombre de Orquesta Festival, como buen acompañante de un solista norteamericano que por vez primera viene a nuestro país. Sin duda, un acontecimiento que la señora Baca-Spross hubiera querido presenciar, de no ser por los quebrantos de salud que ha padecido recientemente y de lo cual se espera su pronta recuperación.

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