Una tarde sofocante de julio de 1785, funcionarios, dignatarios y algunos armeros enfurecidos se reunieron en el espléndido castillo de Vincennes, al este de París.
BBC NEWS MUNDO
Cómo un armero, un loco por el hierro y la terquedad de Thomas Jefferson revolucionaron la industria
Fue el comienzo de lo que se conoció como "el sistema estadounidense" de fabricación, y que produjo las máquinas de coser Singer, las segadoras y cosechadoras de McCormick y, aproximadamente un siglo después, el Modelo T. de Ford.
Hacer armas era cosa de artesanos, pero llegó el momento en el que se necesitó una precisión difícil de lograr manualmente. (Foto Prensa Libre: Getty Images)
Estaban ahí para ver la demostración de un nuevo tipo de mosquete de chispa diseñado por Honoré Blanc, un armero de Aviñón tan despreciado por sus compañeros fabricantes que se había tenido que esconder en las mazmorras del castillo para su propia protección.
Abajo, en el fresco de las bodegas del castillo, Monsieur Blanc produjo 50 mecanismos de disparo.
Enérgicamente, desarmó la mitad de ellos y, con el desdén por el que son famosos algunos franceses, arrojó sus componentes en cajas.
Había una caja para los resortes, una caja para los martillos o pies de gato, una caja para las placas frontales y una caja para las cazoletas que contenían la pólvora.
Como si fuera un maestro de ceremonias, Monsieur Blanc sacudió las cajas para mezclar sus componentes.
Luego, con toda la calma del mundo, empezó a sacar partes al azar y a armar con ellas las diferentes llaves de chispa.
¿Qué estaba haciendo?
Todos los presentes sabían que cada arma hecha a mano era única. No se podía simplemente tomar una parte de una y ponérsela a otra y esperar que ambas funcionaran.
Pero todas las que armó, con las partes que fueran, funcionaron.
Blanc había hecho enormes esfuerzos para asegurarse de que todas las partes fueran exactamente iguales.
Fue una demostración espectacular del poder de las piezas intercambiables.
Y, para uno de los dignatarios visitantes, las ventajas de lo que acababa de presenciar fueron inmediatamente claras. Se trataba del emisario a Francia -y futuro presidente- de la naciente nación de Estados Unidos de América, Thomas Jefferson.
Jefferson le escribió entusiasmado al secretario de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, John Jay: “Aquí se hizo una mejora en la construcción del mosquete que puede ser interesante para el Congreso”.
“Consiste en hacer que cada parte sea tan exactamente igual que pueda usarse en cualquier mosquete.
“Armé varios tomando piezas al azar y encajaron de la manera más perfecta. Las ventajas de esto, cuando es necesaria una reparación, son evidentes“.
Pero tal vez esas ventajas no eran tan evidentes como pensaba, pues Jefferson tuvo que insistir mucho para que sus colegas aceptaran la idea.
¿Cuáles eran exactamente esas ventajas “evidentes”?
Jefferson se centró en el problema de la reparación en el campo de batalla, una tarea que requería equipos complejos y horas de mano de obra calificada.
Con el sistema de Blanc, solo se necesitarían unos minutos y algunas habilidades rudimentarias para desenroscar el mosquete, reemplazar la parte defectuosa con un componente idéntico y hacer que volviera a funcionar como nuevo.
Mientras Jefferson luchaba por ganar apoyo, Blanc también batallaba por lo suyo: era increíblemente costoso fabricar a mano cada pieza con la precisión requerida para que el sistema funcionara.
Sin embargo, la solución ya existía.
Y era una que llegaría más lejos que la reparación rápida de armas rotas: llevaría a una revolución en la economía mundial.
“Hierro-Loco”
Una década antes de la demostración de Blanc, un trabajador metalúrgico de nombre John Wilkinson y apodado “Iron-Mad” (algo así como “loco por el hierro”) se había hecho famoso en Shropshire, en la frontera entre Inglaterra y Gales, por su bote de hierro, púlpito de hierro, escritorio de hierro e incluso ataúd de hierro, del que le gustaba salir de repente para sorprender a los visitantes.
Pero, de hecho, merecía mucha más fama por inventar, en 1774, un método para perforar un agujero en un trozo de hierro en forma de cañón de manera que quedara recto e igual todas las veces.
Eso fue muy valioso militarmente: anteriormente, los cañones se fundían como una sola pieza con un agujero ya en el medio. Eso a menudo resultaba en imperfecciones, lo que significaba que era probable que el cañón explotara al disparar, con graves consecuencias para cualquier persona cercana.
Y eso no fue lo único.
Unos años más tarde, encargó una de esas máquinas de vapor recién fabricadas de un negocio vecino.
Pero hubo problemas para hacerla funcionar.
El cilindro del pistón, formado por paneles de metal forjados a mano, no tenía una sección transversal perfectamente circular, por lo que se filtró vapor por todas partes alrededor de la cabeza del pistón.
“Déjenmelo a mí”, dijo John Wilkinson, y, usando su método para hacer huecos de cañón, construyó un cilindro de pistón agradablemente redondo.
Su vecino, nada menos que un escocés llamado James Watt, quedó encantado.
Y la Revolución Industrial, equipada con los brillantemente eficientes motores de vapor de Watt y los perfectamente redondos cilindros de pistón de Wilkinson, se aceleró.
La máquina-herramienta
Aunque Wilkinson y Watt no estaban pensando en piezas intercambiables como tal -lo que querían era que las balas de cañón encajaran en los cañones y los pistones en los cilindros-, el problema de ingeniería que resolvieron era también la clave de la intercambiabilidad que Blanc apreciaba, pero le resultaba tan costosa.
Lo que Wilkinson había creado era una máquina-herramienta, es decir, una máquina que fabricaba máquinas.
Se componía de un taladro muy afilado, un molino de agua y un sistema de sujeción de una cosa mientras otra gira suavemente.
Y, como Simon Winchester observa en su historia de ingeniería de precisión, fue el desarrollo de esas máquinas-herramienta lo que tuvo un curioso efecto secundario: dejar sin trabajo a grandes artesanos expertos.
Así que, mientras los otros armeros se preocupaban porque podrían perder trabajos lucrativos de reparación por culpa de Monsieur Blanc, lo que estaban a punto de perder era trabajo de manufactura.
No solo las máquinas-herramienta eran mejores que las herramientas manuales, sino que además no requerían manos para manejarlas.
Hubo una segunda consecuencia inesperada.
“El sistema estadounidense”
El uso de máquinas-herramienta para producir piezas intercambiables perfectamente precisas no solo serviría para una simple reparación en el campo de batalla, como Jefferson había visto, sino que también haría que el proceso de ensamblaje fuera más simple y predecible.
La famosa descripción del economista Adam Smith de la línea de producción en una fábrica de alfileres, nueve años antes de la demostración de Blanc, colocaba a cada trabajador agregando un paso a lo que venía de antes.
Pero con piezas intercambiables, esa línea de producción podría convertirse en un proceso mucho más rápido, más predecible y más automatizado.
Al otro lado del Atlántico, los estadounidenses finalmente comenzaron a escuchar a Thomas Jefferson.
Las ventajas que él había identificado finalmente se realizaron en una armería en Harper’s Ferry en Virginia.
En la década de 1820, comenzó a producir, en palabras de Winchester, “los primeros objetos de línea de producción realmente producidos mecánicamente”.
Como siempre había sido la intención de Blanc, esos objetos eran armas.
Fue el comienzo de lo que se conoció como “el sistema estadounidense” de fabricación, y que produjo las máquinas de coser de Isaac Singer, las segadoras y cosechadoras de Cyrus McCormick y, aproximadamente un siglo después, el Modelo T. Henry de Ford.
Ford era un campeón de la intercambiabilidad, y la línea de producción del Modelo T habría sido inconcebible sin piezas intercambiables.
En cuanto al pobre Honoré Blanc, sobrevivió la Revolución Francesa de 1789, pero su taller fue saqueado, su apoyo político guillotinado y quedó desesperadamente endeudado.
Si bien con la idea que presentó ese día frente a un futuro presidente de EE.UU. contribuyó a dar a luz una revolución económica, a causa de otra revolución de un tipo muy diferente nunca vio cómo sus propias ideas tomaron forma.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Tim Harford escribe la columna “Economista clandestino” en el diario británico Financial Times. El Servicio Mundial de la BBC transmite la serie 50 Things That Made the Modern Economy. Puedes encontrar más información sobre las fuentes del programa y escuchar todos los episodios o suscribirte al podcast de la serie.