La abuela y la madre no empezaban siquiera a recuperarse del asesinato de otro de sus niños, de 13 años, cuyo cadáver fue hallado en circunstancias similares.
Otros seis asesinatos de menores —todos escolares— ocurrieron, en un mes, también en San Pedro Sula, según versiones de las autoridades porque se negaron a entrar en las pandillas, que siembran el terror en barrios y ciudades de Honduras.
El domingo último, en San Pedro Sula, miembros de la Mara Salvatrucha (MS-13) entraron en un centro correccional de menores, desarmaron a los guardias y lanzaron una granada, lo que causó la muerte de cinco integrantes de la Mara 18 (M-18).
Ese mismo día, un hombre mató a cuchilladas a una niña de 13 —a quien violó— y a sus hermanitos de 10, 7 y 2 años, en Limón, departamento de Colón, 700 km al noreste de Tegucigalpa.
La desgarradora escena de la abuela consumida por el dolor, transmitida por la televisión, y las noticias de los otros crímenes han sacudido a una sociedad con el récord mundial de homicidios, 79 por cada cien mil habitantes, según el Observatorio de la Violencia, de la Universidad Nacional.
Las muertes de niños desataron las críticas a la política de seguridad, con participación militar protagónica, que emprendió Hernández tras asumir la presidencia el 27 de enero último, prometiendo “mano dura” contra los criminales.