FLORESCENCIA

Nacionalidad

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Uno podría pensar que, en pleno Siglo XXI pudimos haber aprendido y enmendado los errores del pasado. Desde la esclavitud, el genocidio, el holocausto y otras manifestaciones de los extremismos ideológicos. Por eso sorprende ver hoy al país “más avanzado” del mundo, a la superpotencia que ha brindado esperanzas y oportunidades a millones, más polarizado que nunca, acerca del tema racial.

¿Qué esperar de los grupos radicales si el líder de un país irrespeta a las mujeres, los hombres y los niños de distintas etnias, condiciones físicas o de diferentes estatus migratorios? Ese tipo de actitudes descuidadas o indolentes, únicamente está despertando los sentimientos de odio, las falacias de supremacía racial, la intolerancia y la violencia que creímos suprimidos.

Pero lo más sorprendentemente irónico es observar cómo muchas personas, migrantes como miles de los que padecimos las consecuencias de los pensamientos totalitarios, se suman a esta forma absurda de pensar y apoyan las prácticas racistas y xenofóbicas; un fenómeno que hemos visto en el pasado y lo podemos ver hoy: lamentable e incomprensible.

Subyace, en el fondo de estos asuntos, el temor a que quienes se consideren “superiores” por el color de su tez la pérdida de sus privilegios o la afectación de sus intereses económicos. Luego cabe la posibilidad de que en realidad el temor provenga de un complejo de “inferioridad” ante la eficiencia, la competitividad y la capacidad de trabajo de otros. En todo caso, las diferencias son fuente de riqueza y aprendizaje, por lo que abordarlas como una amenaza a la hegemonía o al éxito nacional es un craso error.

Si los países impulsan o dan a entender que avalan la discriminación mediante sus políticas oficiales ¿con qué autoridad moral desean combatir a los radicalismos de todo tipo? La violencia y el odio asociados a extremismos siguen creciendo a gran escala. Lo vemos con los atentados en diversos países europeos. En Guatemala persisten, por un lado, las discordias sobre el tema del racismo, por otro las pugnas por motivaciones políticas o sectarias y de fondo, un ambiente de violencia cada vez más brutal que conduce a la deshumanización. Basta citar el triste ataque cometido por pandillas en un hospital la semana anterior, que conduce a la sociedad a exigir la pena de muerte como una panacea. No puede ser la única opción. Para eso somos seres inteligentes, que podemos innovar y no solo en materia tecnológica, sino en los campos legal, económico, educativo.

Creo que debemos de partir por la importancia de fortalecer el conocimiento y análisis sobre nuestra realidad diversa y redescubrir que allí florece nuestra riqueza. Si el propósito de todo extremismo (sea de un grupo racista, de un sector social o de una pandilla) radica en crear división, debemos responder con la unidad. Más allá de seguir su juego de violencia, apostar por la paz y la convivencia en armonía.

Lejos de limitar nuestra participación ciudadana, debemos alzar la voz. Debemos reconstruir los puentes del diálogo y el consenso. Superar las heridas de las guerras, limar nuestras diferencias ideológicas o, en todo caso, ser tolerantes frente a la diferencia.

Necesitamos una reeducación que nos permita perder el miedo a la interculturalidad. Desde los hogares, pasando por la escuela hasta los medios de comunicación y otros mecanismos de formación de opinión y transferencia de conocimientos y reproducción de representaciones en el imaginario social.

Bajo ningún motivo es válido ya el discurso seudonacionalista, que esconde estereotipos e impulsa agendas asimilacionistas. La humanidad es nuestra nacionalidad. Nuestro país es nuestra causa común y para nada ayuda toda segregación por origen, religión, posición económica o proveniencia genealógica.

ESCRITO POR:
Marcos Andrés Antil
Emprendedor tecnológico, maya q’anjob’al y migrante guatemalteco. Impulsor de la educación y la transformación digital. Fundador y CEO de la compañía XumaK durante 18 años, con clientes en más de 25 países.

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