“Hay escritos en China que narran cómo las abejas ayudaron a construir el mapa de la acupuntura”, cuenta Versaci. El experto expone que estos insectos, posiblemente por el cambio de temperatura, identifican zonas conflictivas, canales corporales, chacras o simplemente un golpe en el cuerpo, lugares en los que “se sienten agredidas” y, en respuesta, inyectan su veneno.
Cuando lo hacen, además, dejan una mancha enrojecida que funciona como un parche natural, que hace que el organismo absorba la apitoxina en la medida justa en que lo necesita.
Las “abejas acupuntoras” deben estar exentas de cualquier producto químico, por lo que no suelen ser aquellas que viven en colmenas productoras de miel y que a veces son tratadas con sustancias para evitar riesgos en la producción.
“No cura todo ni mucho menos”, añade Versaci, quien asegura que el veneno de las abejas tiene beneficios demostrados en tratamientos de artrosis, artritis, reumatismo, hernias discales, esguinces y fracturas, problemas de la tensión arterial, de circulación o en afecciones como la psoriasis.
Basta con darse cuenta de que los apicultores que desempeñan su trabajo en forma tradicional gozan de una salud envidiable y en la profesión históricamente no se dan casos ni de artrosis ni de artritis, agrega el especialista.
La técnica forma parte de los múltiples beneficios medicinales naturales que provee la miel, el polen, la jalea real o el propóleo.