El torneo supone varios desafíos para Rusia: organizar un acontecimiento de alcance mundial al mismo tiempo que se multiplican los atentados yihadistas -sobre todo en Europa-.
Además necesitan atraer a los aficionados de todo el mundo a un país que tiene una mala imagen y que parece encontrarse en una nueva Guerra Fría contra Occidente, y provocar que el campeonato despierte el interés en el público local.
Rusia trabaja para ser más accesible a los extranjeros. Las autoridades están promoviendo el aprendizaje del inglés y cerca de 30 mil voluntarios son formados para recibir y orientar a los aficionados.
Los responsables rusos garantizan, con el corazón en la mano, que el país estará preparado el 14 de junio de 2018, fecha de la inauguración del Mundial. Una constatación compartida por la FIFA, cuyo presidente Gianni Infantino se mostró “satisfecho” de los preparativos tras su última visita al país, a finales de mayo.
Por ahora, solo los cuatro estadios seleccionados para albergar la Copa de las Confederaciones (del 17 de junio al 2 de julio) – Sochi, Kazán, San Petersburgo y el Spartak Stadium de Moscú- están acabados.
Pero la Confederaciones supondrá una prueba de fuego para el recinto de San Petersburgo, que pese a 10 años de obras y a que el presupuesto se disparó, acumuló problemas. El último, el estado del césped, que ya tuvo que ser sustituido.
En cuanto a las estaciones de metro que deben llevar a los espectadores a este estadio de 68 mil plazas, no están aún terminadas.
Las obras de los otros ocho estadios del Mundial, que deben ser finalizados en el último trimestre de 2017, están en los plazos previstos… salvo del de Samara, en el que el primer ministro Dmitri Medvedev admitió en abril que el recinto no estará acabado antes de 2018 pese a la movilización de 2 mil obreros. Pero aseguró que este retraso no tendrá consecuencias graves.
Rusia tampoco se ha librado de las críticas por las condiciones laborales de los obreros que trabajan en la construcción de los estadios y la propia FIFA admitió haber descubierto a trabajadores ilegales norcoreanos en las obras de San Petersburgo, provocando el enfado de las federaciones escandinavas de fútbol.
Interrogado por la AFP , Alexei Sorokin admitió que se emplearon a norcoreanos, pero que “sus condiciones de trabajo no eran muy diferentes a las de los otros obreros”.
Para un país que no conoce el turismo de masas y que sigue marcado por la herencia soviética, otro desafío es desarrollar sus infraestructuras.
Primer obstáculo: el transporte. Rusia solo ha seleccionado ciudades situadas en su parte europea, pero las distancias siguen siendo grandes. Únicamente Nijni-Novogorod y San Petersburgo están unidas con Moscú gracias a un tren exprés.
Los aficionados que quieran seguir a sus selecciones deberán optar por el avión, por lo que Rusia se propuso renovar los aeropuertos de las ciudades anfitrionas. Los dos principales aeródromos moscovitas, Cheremetievo y Domodedovo, tendrán además nuevas terminales.
Pero la renovación del aeropuerto de Kaliningrado, enclave ruso en el corazón de la Unión Europea, tiene un enorme retraso que provocó la salida de la empresa encargada de la obra. Según la dirección de este aeropuerto los trabajos no finalizarán antes de marzo de 2018.
Paralelamente, Rusia trabaja para ser más accesible a los extranjeros. Las autoridades están promoviendo el aprendizaje del inglés y cerca de 30 mil voluntarios son formados para recibir y orientar a los hinchas.