EDITORIAL
El lado perverso de la deserción escolar
Repudiable es un término que quizá se queda corto para calificar el drama que miles de niños viven al verse obligados a abandonar sus estudios en las escuelas públicas, lo cual ocurre por una razón igualmente intolerable: tener que trabajar para apoyar en la economía familiar.
Solo en lo que va del año se estima que han dejado las aulas, principalmente en la educación primaria, unos 13 mil niños, y la mayoría literalmente lo hace para irse a trabajar, porque la familia necesita más ingresos o porque el padre ha quedado desempleado, lo cual resulta mucho más vergonzoso para un Estado que se muestra incapaz de evitarlo, al no generar fuentes de empleo o condiciones para retener a los pequeños en las aulas.
Cada año, las cifras de deserción escolar van en aumento y una de las principales causas es la necesidad de que el niño consiga un empleo, porque irónicamente le puede resultar más fácil que a sus padres o porque no se cubren las necesidades básicas, algo doblemente vergonzoso. Pero también la migración es un motivo de deserción y el sistema público también es incapaz de ofrecer alternativas, como ocurre en otros países.
Existen miles de niñas que también se ven obligadas a abandonar sus estudios primarios y lo hacen por una razón mucho más repudiable, y es cuando resultan embarazadas debido a ser víctimas de violación, porque sienten vergüenza de acudir a la escuela y en un alto porcentaje ni siquiera pueden denunciar la agresión por temor a desencadenar represalias contra la familia.
Aunque la desintegración familiar, debida también a migraciones forzadas por razones económicas, juega un papel primordial en esa crítica situación, sigue siendo la pobreza generalizada y la falta de empleo las que empujan a miles de pequeños a interrumpir sus aspiraciones, dejándolos en una situación de mayor vulnerabilidad, pues ni siquiera obtendrán los pagos estipulados en ley, sino que se convertirán en una mano de obra poco calificada, la cual les limita las oportunidades.
La deserción escolar es uno de los síntomas de deterioro de cualquier sociedad y cuando es motivada por razones injustificadas aflora una enorme deficiencia del aparato público, pues en esa problemática confluyen varias causas, todas preocupantes, como el desempleo o la violencia, las cuales tampoco son atendidas de manera adecuada, con lo que se prolonga el círculo vicioso.
Ninguna nación puede aspirar a un mayor desarrollo con esas deficiencias, pues se les da la espalda a generaciones enteras de guatemaltecos que están condenados a la pobreza, en lo cual también juega un papel determinante la corrupción, pues incluso los millonarios recursos asignados a la educación son presa del apetito de las mafias, como se puede ratificar con la alimentación y la adquisición de servicios.
Ningún gobierno ha logrado hasta ahora plantear una barrera a esa problemática, pues hasta aquellos que presumieron con la solidaridad del Estado lo hicieron con motivaciones perversas y politiqueras, las cuales solo sirvieron para satisfacer sus mezquinos intereses, lo que nos mantiene en la cúspide de los Estados más rezagados en educación y en permanencia en las aulas.