Próximo a celebrarse el Día Mundial de la Población este 11 de julio, Colom expone la importancia de invertir en las mujeres como una apuesta ganadora por el desarrollo.
¿De dónde parte el enfoque de trabajo que mantienen hacia estos grupos?
A inicios del 2000, el Consejo empieza a investigar la situación de las adolescentes alrededor del mundo, pues no era una población bien atendida.
En Guatemala, los estudios confirmaron que los grupos de niñas indígenas en comunidades rurales y aisladas son las más vulnerables.
¿Qué sucede con las niñas en esta etapa de su vida?
La comunidad empieza a transformar su forma de verlas. Sucede en países africanos y aquí también. Entre los 11 a 13 años, la niña desaparece de los círculos públicos. Reaparece embarazada, maltratada, o con 20 años y cuatro hijos.
La idea de este programa es intervenir en su vida, antes que desaparezca del espacio público. El programa iniciaba desde los 10 años. Después de la fase piloto se concluyó que para algunas niñas era muy tarde. Entonces se empezó a los 8 años.
¿En qué consisten los programas?
Las niñas se inscriben en clubes de 8 a 12 años y de 13 a 17 años. Son distintos programas y hay varias etapas.
Para las mayores, entre 15 y 22 años, está el programa de pasantías, que consiste en trabajar un año con una entidad socia, y además organiza grupos en su comunidad.
El siguiente nivel es el de lideresas juveniles. Lo dirigen quienes llevan un tiempo en los grupos y están interesadas en liderarlos. Ellas salen una vez al mes por dos o tres días para aprender el tema del mes y replicarlo.
Allí aprenden a desplazarse solas, conocen otras regiones y grupos étnicos.
¿Cuál es la cobertura del programa?
Se trabaja en 45 comunidades, siete departamentos y seis grupos lingüísticos.
Cada año tenemos unas dos mil 500 niñas, así desde el 2004 hemos formado unas siete mil 300 menores.
Trabajamos también con organizaciones de base, pues la idea es que otros grupos repliquen el modelo y vean la necesidad de invertir en niñas.
¿Qué resultados han tenido?
Una niña o adolescente que todavía no está embarazada, puede tomar la decisión de postergar el matrimonio, puede aprender de nutrición antes de tener un hijo desnutrido, aprende sobre derechos reproductivos antes de necesitar exigirlos.
Tratamos los problemas antes de que a la mayoría les toque afrontarlos. Además, es una población donde el 80 por ciento ha sido víctima de algún tipo de violencia. Requiere una inversión diferente y distinta atención.
En salud reproductiva, ¿existen barreras culturales para el uso de métodos?
La demanda insatisfecha más grande es en las mujeres mayas. Ese es el mayor desafío. Quieren usarlos, especialmente las jóvenes, pero no hay acceso. Saben que existen los métodos y no quieren tener más de dos o tres hijos. Es un mito que manejamos los ladinos de que no quieren usar métodos.
¿Qué resultados tendría el “efecto de la niña” en el mediano plazo?
Las jóvenes que participan cambian sus expectativas de estudio, aspiran a poder trabajar, casarse más tarde y tener menos hijos. Son los cuatro elementos que medimos. Otro aspecto que cambia es el estatus dentro de la familia. Por ejemplo, aprenden a que la respeten y que no las recarguen de tareas en casa. Es a pequeña escala.
¿Cuál es el criterio para elegir las comunidades?
La prioridad son las más pobres, no mayores de mil 500 habitantes, con menos servicios y las más aisladas. Otro criterio es trabajar con las más desfavorecidas. Incluso tenemos una estrategia de salida cuando llegan otras organizaciones.
¿Han pensado en unir su estrategia con logística del Gobierno?
Sí, hemos contemplado condicionar que las transferencias logren que las niñas entre 8 a 17 años participen en los clubes.