Este primer viaje extraordinariamente prolongado -cinco países en ocho días, una variedad de entrevistas bilaterales, desde el rey saudí Salmán al papa Francisco, pasando por el nuevo mandatario francés Emmanuel Macron- promete ser un ejercicio difícil para el presidente de Estados Unidos.
La avalancha de revelaciones que precedió a su partida lo puso en una posición delicada en su país y revivió también las dudas sobre su capacidad para desempeñar la función presidencial en presencia de sus homólogos.
El entorno del impredecible presidente, de 70 años, afirma que su estilo “agradable pero franco” es garantía de eficiencia en las relaciones internacionales.
Trump, poco aficionado a los viajes largos, estará acompañado por su esposa Melania, hasta ahora gran ausente en actividades públicas. Su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner, que son dos de sus asesores más cercanos, también se embarcarán en el avión presidencial Air Force One.
El magnate inmobiliario, que intenta un dramático ajuste de sus incendiarias palabras en su campaña, va a tener que explicar cómo su lema favorito, “Estados Unidos primero”, es compatible con el multilateralismo.
“El presidente sabe que Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solamente, sino todo lo contrario”, dijo el general H.R. McMaster, su asesor de seguridad nacional. Pero más allá de la frase, muchas preguntas siguen.
Discurso sobre el Islam
La Casa Blanca anticipa un viaje “histórico” en el que el presidente irá al encuentro de las tres grandes religiones monoteístas.
En Riad, adonde llegará el sábado, Trump deberá esforzarse para marcar el contraste con su predecesor, quién despertó la desconfianza de las monarquías sunitas del Golfo.
Un discurso enérgico frente al Irán chií, silencio en temas de derechos humanos, probable anuncio de contratos de armas; son los ingredientes para que la recepción sea buena.
Pero el presidente está haciendo una apuesta arriesgada al pronunciar en la capital saudí, ante más de 50 líderes de los países musulmanes, un discurso sobre el Islam.
“Voy a llamarlos a combatir el odio y el extremismo”, prometió antes de su partida, citando una “visión pacífica del Islam”.
En Israel, en donde espera impulsar la idea -todavía muy incipiente- de un acuerdo de paz, Trump se encontrará con su “amigo” Benjamin Netanyahu (en Jerusalén) y el presidente palestino Mahmud Abas (en Belén, en los territorios palestinos ocupados).
Esta parte de la gira ya está rodeada de controversia, relacionada con la organización de la visita al Muro de los Lamentos y la transmisión a los rusos de información clasificada obtenida por el aliado israelí.
El encuentro con el papa Francisco en el Vaticano tiene un aspecto singular, ya que las posiciones de los dos hombres están en polos opuestos, en inmigración, refugiados o el cambio climático.
Europa, donde Trump ha sembrado la confusión con declaraciones contradictorias sobre el Brexit, el futuro de la Unión Europea y el papel de la Otán, será la última etapa de su gira con una cumbre de la alianza atlántica en Bruselas y otra del G-7 en Taormina, perla turística de Sicilia.
“¿Invertirá en la relación con los aliados del otro lado del Atlántico como todos sus predecesores han hecho desde Pearl Harbor?”, se pregunta Charles Kupchan, exasesor de Barack Obama. “Llegó al poder sugiriendo que no y después ha sugerido que tal vez. Todo el mundo va a estar aguardando”.
Hasta la fecha Trump no ha reafirmado personalmente el compromiso de Estados Unidos en relación con el artículo 5 del tratado de la Otán sobre la solidaridad de su país en caso de agresión externa.
Viaje de Nixon en 1974
La percepción del viaje en Estados Unidos también será crucial. Consciente de que la amenaza terrorista es un tema de preocupación central, el presidente republicano espera regresar con compromisos tangibles con sus aliados en la lucha contra el grupo Estado Islámico.
“El presidente sabe que Estados Unidos primero no significa Estados Unidos solamente, sino todo lo contrario”.
Pero, cualquiera sean las imágenes que queden de su gira, serán difíciles de olvidar los casos que sacuden su presidencia en Washington.
Para Bruce Riedel, un exfuncionario de la CIA y ahora analista en la Brookings Institution, una comparación que naturalmente viene a la mente es la del viaje al Oriente Medio en 1974 de Richard Nixon, quien esperaba un éxito diplomático “para desviar la atención del escándalo de Watergate”.
“Eso no funcionó, los medios estadounidenses se centraron implacablemente en Watergate, trataron el viaje como algo accesorio y las revelaciones continuaron acumulándose”, recuerda.