LA ERA DEL FAUNO
Un país de “paranoides litigantes”
El título de nuestro seminario para graduarnos del nivel medio fue “Perspectivas empresariales para el Bachiller Industrial recién egresado”. Según lo que investigamos, teníamos un futuro prometedor. Nuestros salarios serían altos, las empresas se disputarían nuestros servicios y nos darían oportunidad de asistir a la universidad.
Supongo que a muchos compañeros les fue de esa manera. En vez de emplearnos, dos colegas y yo, recién salidos del cascarón, nos asociamos para diseñar unos cuartos que alguien nos encargó. Eran para un pequeño negocio. Nos esforzamos bastante de día y de noche. Gastamos lo que para nosotros fue mucho dinero en sepias y heliográficas —antes se hacía eso—. Un abogado nos robó los planos. Era uno de esos abogados rateros que se niegan a pagar un centavo y siguen dando los buenos días. Aducía el ladrón que la construcción se había postergado, modificado, ampliado, reducido; el cliente anda de viaje; vino, pero se fue otra vez; “cómo no vinieron el sábado, jóvenes, aquí se estuvo, esperándolos”. El mes entrante “vamos a tener que decidir, porque no es posible que no se nos pague”, decía.
Ese plural “vamos a tener que” es lo más ofensivo que a uno le pueden decir. Lo usan los políticos para involucrar a los demás en asuntos que a ellos compete resolver. Eso de “vamos a corregir el rumbo”, “la patria es tarea de todos”, es una manera de repartir responsabilidades. Como quien dice, si fallo en algo, todos lo hicimos. Recordemos cuando Jimmy Morales -la persona que firmó como presidente- tomó posesión del cargo, invitó a los presentes a que juraran a la bandera. Al cabo de un año reprochó: “Todos juramos, ¿lo recuerdan?”.
Pasaron las semanas y veíamos cómo se construían los muros de nuestro diseño. Los locales, el sanitario. Pese a ello, el abogado siguió dándonos los buenos días y diciendo que se tenía que hacer ciertas modificaciones antes de cobrar. “El dueño no se decide”. Los años pasaron y lo más seguro es que aquel tipo haya escalado a puestos de gobierno. Ha de ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia, miembro de la junta directiva del Colegio de Abogados; ha de tener bufetes exclusivos para rateros de alto nivel donde ejercitan el litigio malicioso. Salvo las excepciones de rigor, la justicia está en manos de gente así, estafadores egresados de supuestos centros de pensamiento que incidirán en el país.
Recordemos los espectáculos que organizan en la USAC los candidatos al poder. Corre la cerveza, las bocinas en las paradas de buses y los animadores de perreo que, probablemente, estudian o egresaron de esa misma universidad. En la pasada elección para junta directiva del CANG, en las redes circularon inconformidades porque hubo acarreo, degustación de marrano y bebidas para los votantes. Como apuntó alguien, eso destruye la tesis de que los acarreados siempre son personas sin estudios. Pero también es cierto, respondió otro, que los periodistas se quedaron con lo fácil y no llegaron a los lugares donde la gente votó bajo el sol y sin ser manipulada… quién sabe.
Compartí un problema menor, de adolescentes recién graduados, pero aseguro que esas pequeñas estafas son el ADN de perjuicios mayores. Es el manoseo del país. Son problemas cosechados en el subdesarrollo. Un amigo, Raúl Natareno, decía que Guatemala es un país de “paranoides litigantes, pues todos quieren ser abogados para que no les vean la cara, para defenderse, para demandar a cualquiera. Quieren joder antes de que los jodan. No tienen vocación de abogados, sino de demandantes”. Cuánta razón tenías, Raúl.
@juanlemus9