Luego de haber recaudado dinero entre amigos y vecinos, decidieron cambiar el techo a una parte de la vivienda, ya que en invierno había goteras por todas partes. Los donantes ofrecieron hacer otras mejoras de acuerdo con las necesidades de los esposos, que viven junto a su hijo Tomás, quien afronta capacidades especiales.
Rivas explicó que para ayudar a los necesitados no debe haber límites de fronteras, sino, por el contrario, se debe cumplir el mandamiento de ayudar al prójimo. “Que pasen sus últimos años en una buena condición. Que no les caiga agua y sean felices es nuestro deseo”, dijo.
“Gracias a Dios vino esta ayuda de Estados Unidos. Los señores están componiendo la casita, pero el Cocode no se aparece”.
La connacional añadió que están dispuestos a brindar una mano en lo que sea necesario, para que la pareja y su hijo tengan lo necesario para vivir sus últimos años, sin tener que padecer necesidades como las que han afrontado. “Hay días que ellos no tienen que comer. Esa situación debe cambiar, y si nos unimos podemos hacer la diferencia”, expuso.
Alfredo Rivas, 72, padre de Elva, es quien se encarga de hacer las reparaciones, junto a un grupo de albañiles, y lamenta la pobreza y el olvido en que se encuentra la pareja, pues a esa edad muchos deben enfrontar la vida sin la compañía de sus seres queridos.
La falta de fuerzas y los achaques propios de la edad impiden a estos esposos conseguir un trabajo para ganarse el sustento diario. A ello se suma la indiferencia de quienes tienen a sus seres queridos enterrados en ese camposanto, ya que pocos han dado ayuda a los guardianes, quienes como paga solo reciben el beneficio de poder ocupar el terreno que ocupan desde que llegaron procedentes de Chiantla, de donde escaparon durante el conflicto armado.
“Siento tristeza porque cuando uno ya tiene muchos años no tiene apoyo de nadie, está enfermo y se ve que no hay quien vele por uno, como en el caso de estos esposos”, lamentó Rivas.
Para López la vida no ha sido fácil, pues relató que sus enfermedades le obligaron a vender sus cabras. “Ya no puedo pastorear. Si camino mucho me mareo porque el trabajo siempre es fuerte”, indicó entre reclamos por las condiciones en que vive junto a su esposa e hijo.
Agregó que ahora tiene un alivio y una preocupación menos, pues ya no habrá goteras en su vivienda. “Estamos muy agradecidos”, resaltó.
García ya no cocina en el suelo, pues recibió una estufa de leña, aún así prepara sus alimentos en medio del humo. A las las 8 horas cocinaba plátanos para el desayuno, en lo que fue un envase de leche de metal.
Refirió que no soporta los dolores que le causa la artritis, y aunque toma analgésicos, afirma que no son efectivos pues el dolor la postra en su cama.