ENCRUCIJADA
Entre primaveras y hambrunas
La semana pasada se iniciaron las llamadas “reuniones de primavera” en Washington, que convocan a las autoridades del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial con los ministros de Finanzas y los presidentes de bancos centrales del mundo entero, para discutir la situación actual y las perspectivas de la economía mundial, así como posibles áreas de cooperación. Ha recibido especial atención un posible aumento del crecimiento económico mundial superior a lo esperado, situación que no se había dado hace mucho tiempo.
Pero hay dos temas que ameritan más atención. El primero se refiere al efecto Trump sobre instituciones como el Banco Mundial, el FMI y otros organismos y acuerdos internacionales. Se discute hasta dónde llegará esta nueva política unilateral y en qué grado erosionará el orden económico internacional que los propios Estados Unidos ayudaron a crear en el pasado.
Campea la incertidumbre. ¿Se moderará aún más el crecimiento del comercio internacional ante la imposición de políticas proteccionistas anunciadas por Trump, como el alza de aranceles aplicados a las importaciones del acero? ¿Se detendrán los grandes créditos e inversiones que ha estado impulsando el Banco Mundial para enfrentar el cambio climático, como resultado de los acuerdos de París suscritos el año pasado, ahora amenazados por la visión antiambientalista del gobierno de Trump? ¿Aumentarán las presiones contra China, acusada de mantener una política cambiaria que beneficia a sus exportaciones a costa de los demás? ¿Podrá ampliar el Banco Mundial sus operaciones ante el evidente rechazo a los organismos internacionales que manifiesta la administración Trump? ¿Continuará siendo censurado el FMI por altos funcionarios norteamericanos por anunciar que las presiones proteccionistas en los Estados Unidos van al alza?
Pero lo más trágico es que mientras se debaten estos temas en los corredores y salones bien iluminados de Washington, hay un segundo tema que está recibiendo una atención totalmente insuficiente: se están agudizando las hambrunas en algunos países de África. A pesar de una creciente prosperidad económica en numerosos países africanos, la combinación de guerras, conflictos étnicos y sociales, sequías e ingobernabilidad no han podido evitar que actualmente se experimenten cuatro grandes hambrunas: en Yemen, Sudán del Sur, el Noreste de Nigeria y Niger, y el Cuerno de África, incluyendo a Etiopía y Somalia.
En algunos casos el origen de estas hambrunas es la guerra y conflictos étnicos y sociales. Estos provocaron tres millones de desplazados en Yemen, al igual que otros tres millones de desplazados en Sudán del Sur, con 1.4 millones de refugiados en Etiopía, Kenia y Sudán. El número de desplazados en el Noreste de Nigeria y en Níger, a causa de los ataques de Boko Haram, también es alarmante. Como consecuencia, casi medio millón de personas en Nigeria y un millón en Sudán del Sur ya están sufriendo las consecuencias de la hambruna. Además, cinco millones de nigerianos en el noreste de su país requieren ayuda alimentaria y una situación todavía más dramática se vive en Yemen, donde casi 20 millones de personas, equivalente al 70% de la población, requieren de ayuda alimentaria de emergencia. Estos factores y, en otros casos, sequías y simple incapacidad de Estados explican que 2.9 millones de personas de Somalia y 5.6 millones de Etiopía tengan actualmente necesidades urgentes de ayuda alimentaria. Conflicto, sequías e ingobernabilidad. Sus consecuencias: hambre y desnutrición aguda. Tan lejano y, sin embargo, suena tan familiar en nuestro país de la eterna primavera. Estos temas son los que ameritan la atención prioritaria del mundo, más que si el crecimiento económico mundial será un poco menos lento que antes.
fuentesknight@yahoo.com