Revista D

Amistad incondicional entre cuidador y elefanta

Si alguien piensa que un elefante no puede sentir afecto, respeto y condescendencia hacia un ser humano, la vida de Romeo López demuestra lo contrario.

Romeo López con su fiel compañera, Trompita. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

Romeo López con su fiel compañera, Trompita. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

López, de 55 años, ha sido el cuidador de la elefanta Trompita, una de las huéspedes más queridas del zoológico La Aurora, por nueve años. Pero su relación comenzó décadas atrás.

La familia de López, de origen gitano, ha estado inmersa en el mundo circense. Sus abuelos, Manuel López —cuyo apellido original era McCormick— y María Beltetón llegaron al país hace un siglo y fundaron uno de los primeros circos en Guatemala, llamado Blanca Elizabeth, el cual se convirtió luego en Circo de la Muerte, después en Circo Rex y, por último, Circo Rey Gitano. 

Gracias a esta actividad, López tuvo contacto con gran cantidad de animales salvajes a los que amaestraba para hacer trucos: leones, chimpancés, tigres y pumas. “Fue una infancia linda y nómada. Todos los niños de la carpa comenzamos  como payasitos pero después me gustó la magia y los actos con animales”, explica López, quien afirma que no es cierto —como se especula—  que en todos los circos exista maltrato hacia los animales.

Fue en 1968, a los siete años, cuando conoció a Trompita, cuyo verdadero nombre es Bombi, y que también tenía esa edad. La elefanta llegó desde México como un intercambio entre circos. Desde ese entonces han sido inseparables.

“Cuando nos vimos hicimos clic, me encariñé  y me hice cargo de ella. La elefanta siempre me ha protegido. De niño, cuando hacía travesuras, me escondía entre sus patas y ella no dejaba que me pegaran”, recuerda López.

Incondicionales

Hace nueve años, López tuvo un grave accidente  en Rabinal, Baja Verapaz y permaneció inmovilizado por seis meses. Al complicarse el cuidado de la elefanta, decidió donarla al zoológico La Aurora. Se negó a venderla. “Un elefante cuesta unos US$300 mil, pero me habría sentido un Judas si lo hubiera hecho”, dice.

Cuando volvió a verla, la notó triste, y de igual forma se sentía él. Luego el zoológico lo contrató como su cuidador y la relación se fortaleció. 

En el momento que él ingresa en su recinto, de inmediato  lo sigue, primero, con la mirada, luego, no se le separa. López la alimenta y juega con ella durante el día. Le ha enseñado particularidades de su cuidado a otros guardianes “por si algún día ya no estoy”, especialmente en el aspecto emocional. Pide que tomen sus precauciones. Nunca se ha enfermado,  así que dice que hay Trompita para rato.

“No sé cómo explicar lo que siento por ella, solo sé que es amor. Ella es parte de mí. Veo su cara y sé cuando está alegre o triste. Le platico, me escucha y  me entiende lo que le quiero decir. Tal vez sea una locura, pero siempre me he sentido más animal que humano”, comparte López con una mirada que evidencia el afecto incondicional hacia su compañera de cinco toneladas.

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.

ARCHIVADO EN: