CABLE A TIERRA
¡Ni las migajas para ellas!
El mismo gobierno que firmó un acuerdo gubernativo que avala el incumplimiento de municipalidades y empresas con sus obligaciones para con el IGSS, exonerándoles del pago de intereses y multas, y que aceptó una ley nociva para el fisco y la moral tributaria, como la que concede privilegios fiscales a los ganaderos y otros productores del sector agropecuario, usó el derecho de veto del presidente en contra de una ley que dignifica a las comadronas.
Ser comadrona es un oficio ancestral, ejercido generalmente por mujeres en prácticamente todas las sociedades y culturas y a lo largo de los siglos. En Guatemala ha sido concebido por las poblaciones indígenas como un don conferido a ciertas personas, y ejercido como parte de su servicio a la comunidad. Sin embargo, y por la ausencia de un Estado al servicio de su población, las comadronas han suplido la ausencia de un sistema decente y efectivo de servicios de salud materno-infantil. Sin costarle un centavo al Estado y aceptando todo el tiempo el maltrato cotidiano de parte de los propios servicios de salud, pues durante décadas se ha visto a las comadronas y otros prestadores tradicionales de atención en salud con desprecio.
Ha tomado mucho trabajo de muchísima gente lograr que el MSPAS vaya aceptando el papel de las comadronas. Primero, como un hecho inevitable; poco a poco, como potenciales aliadas en el cuidado de la salud de las mujeres. Se ha transitado parcialmente de la negación y la atribución de la responsabilidad por las muertes maternas en el país, a la aceptación, en unos casos con intentos de asimilación dentro de un sistema público racista y desvencijado, que nunca les dio en realidad mayor espacio para ejercer su saber. No obstante, con la firma de los acuerdos de paz, se fueron abriendo pequeñas grietas en el sistema por las que se colaron algunas prácticas de la medicina tradicional y se fue mejorando el reconocimiento a la labor de las comadronas. También se han dado algunos esfuerzos para tener una política intercultural que reivindica su papel en la atención del embarazo, parto y puerperio. En algunas instalaciones del MSPAS, especialmente en el altiplano, hay intentos de aplicarla. Esta ley de dignificación, por imperfecta que sea, era una modesta respuesta a una labor que ha sido tan invisible y vituperada.
¿Qué daño le hacía al MSPAS la aprobación de esta ley? El impacto financiero de la medida es uno de los argumentos empleados. ¿Tan dramático es el efecto de destinar Q69 millones a dar un reconocimiento a las comadronas en un presupuesto de Q6 mil y pico de millardos? ¿Cuál es el costo de servicios no prestados por el MSPAS que ellas han estado absorbiendo? ¿Pagaron 800 millones sin chistar a los proveedores de medicamentos, pero les duele erogar Q69 millones para dar un pequeño reconocimiento pecuniario a miles de mujeres que prestan un valioso servicio al país?
La muerte silenciosa y cotidiana de mujeres pariendo allá en el monte casi nunca es noticia, menos todavía las mujeres que dedican sus vidas a cuidar de la salud de las mujeres en el área rural. Las muertes maternas son tan crueles, inhumanas y dramáticas como las que han ocurrido esta semana. Pero cuando el racismo está en el ADN del Estado y de las personas, la más mínima concesión a los indígenas se lee como una afrenta intolerable que debe ser aplacada por cualquier medio posible. Se esgrime cualquier “argumentación racional” para algunos, pero que, frente al ingrediente esencial del reconocimiento a la dignidad y derechos de las comadronas, se quedan cortos, especialmente cuando son ellas mismas quienes han luchado activamente por dicha ley.