SIN FRONTERAS
Una zona ciertamente en estado de Emergencia
“¡Uy, cuidado!”, me dijo una admirada conocedora del país cuando le conté este año que iría a trabajar unas semanas a la zona del Polochic, lugar que no conocía. Polochic, q’eqch’í, Alta Verapaz. La zona sur del departamento: Tucurú, Tamahú y Panzós. Lugares así. De historias del triste pasado, de plazas baleadas y montañas despojadas, que después de la tormenta, al irse, dejaron solo vivo el más ingrato de los olvidos.
“Cuídese”, me advirtió. Pero para nada en alerta de que pudiera peligrar mi vida por ataques de subversivos u otras cosas que, a veces, solo se hablan en la ciudad. Cosas que ahí jamás vi. “Cuide su psiquis”, imagino ahora que era el consejo de esa amiga conocedora, por lo que llega uno a vivir, a mirar. Por ese Polochic: Cahabón, Tucurú y La Tinta. Sus aldeas y comunidades, no los cascos municipales. El verdadero tuétano del departamento más pobre del país. Lejano, no imaginable para quien no se atreve a ir y ver lo que hay dentro de esos cuartos de palo que la gente del lugar llama casa. Han pasado unos meses desde que visité por última vez la zona. Y hoy, en retrospectiva, trabajando para sanar mi psiquis, veo cuánta razón había en esa advertencia. El Polochic es de cuidado. Cuidado para quien es humano. Para el que de foráneo llega y se somata con la dura cara de esa realidad. Para quien viaja ahí quizás con sombrero para cuidarse del sol, pero sin la adecuada protección para el alma. Por ver lo que pasa a quienes viven ahí.
Matizo el relato comentando que creo no haber llegado al Polochic como un novato en presenciar realidades. De hecho, me he de haber sentido un tanto confiado. Haber pensado que como experiencia de fuerza tenía los viajes al Quiché, a San Marcos, pero en especial a Huehuetenango. A lugares en el centro de los Cuchumatanes, como Lajcholaj, la aldea justo afuera de San Rafael La Independencia. ¡Qué lugar para estar detenido en el tiempo! O los caseríos escondidos de Suntelaj, en San Miguel Acatán, que se sienten más remotos que la última estrella del universo. Sitios donde lo único que va quedando vivo es lo que viene en forma de remesa. Pero ¡cuán equivocado estaba al creer que no podía haber otro fondo, quizá peor! Y es que en el Polochic hay desesperaciones adicionales en un ambiente que no tiene el consuelo que da —por lo menos— la belleza de la plácida montaña huehueteca. En esa tierra q’eqch’í, que apenas empieza —o empezaba— a buscar futuro en el norte. Que sufre la falta generacional de tierra donde vivir. O la falta de sombra, lacerante, en un calor del demonio, en el valle que no tiene más árboles que las palmas africanas chupadoras de humedad. Y en la montaña, que ya deja ver el avance de la tala del bosque, donde crece el hoyo de la mina de níquel. Y la falta de agua, en comunidades enteras que aún precisan de ir a un riachuelo para llenar tinajas. Y la desesperación de los campesinos que llevan dos años perdiendo cosechas, porque no cae lluvia, a pesar de que tienen dos ríos caudalosos cercanos donde uno imaginaría que un Estado consciente facilitaría infraestructura para sistemas de riego.
' ¿Cuándo será el día en que el estado de Emergencia se decrete para salvar a la gente?
Pedro Pablo Solares
¡Qué importantes son en el país las ideologías! En el área del Polochic, ciertamente, existe un estado de Emergencia. Un peligro vivo. Una necesidad imperante de atención por parte del Estado. Algunos que aún siguen las verborreas presidenciales podrán estar de acuerdo con que esa atención debida es en la forma de la bota y fusil. Otro pensamiento, ciertamente amparado en otro ideario, voltea a ver las necesidades de esas enormes comunidades abandonadas. ¿Cuándo será el día en que el estado de Emergencia se decrete para salvar familias? ¿Para crear infraestructura, sistemas de riego, alimentación, educación y tantas otras necesidades que las familias del Polochic tienen? ¿Cuándo, Guatemala?