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La historia terminó para el reo Manuel Martínez Coronado, de 42 anos: una dosis letal puso fin a su existencia a las 6.20 horas, cuando las autoridades judiciales dieron cumplimiento a la sentencia de muerte impuesta en su contra por haber masacrado a siete integrantes de una familia por un conflicto de tierras.
Un recurso de amparo interpuesto a última hora y la difícil localización de las venas en los brazos de Martínez no fueron suficientes para impedir que en Guatemala se ejecutara la primera condena a muerte mediante la aplicación de inyección letal, en el módulo ubicado en la Granja Penal Pavón.
El frío de la mañana dejó de sentirse para los reporteros nacionales e internacionales, desde el momento en que ingresaron a una reducida sala del módulo letal, donde serían testigos de la ejecución.
Solamente podía verse una ventana de vidrio de tres metros de ancho por uno de largo, aproximadamente, la cual estaba cubierta con un plástico negro.
Dieron las 6 horas, y fue hasta entonces que el personal auxiliar de la granja penal movió el plástico negro que simulaba una cortina.
Martínez Coronado estaba en primer plano, acostado en la camilla, atado con tres cinchos en las piernas, uno en el estómago y dos en cada una de las muñecas. Sus botas de vaquero, bastante usadas, un pantalón de lona verde descolorido y una playera blanca eran su vestimenta.
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Su rostro casi no se podía ver, pues estaba hacia el otro extremo, lo que sí se apreciaba era que respiraba profundo y a veces más rápido.
En la vena intravenosa del brazo derecho estaba colocada la jeringa de la cual se desprendían los conductos por donde habrían de pasar las sustancias letales.
Pero era evidente que en el brazo izquierdo intentaron insertar la aguja, pues se veían pequeñas laceraciones y puntitos de sangre.
En dirección de la cabeza del reo, pero más arriba, está una ventanilla pequeña con vidrio polarizado, donde observan el juez, el forense, el director de Presidios, el director de Pavón, paramédicos, el capellán, el abogado defensor y un pastor evangélico.
A eso de las 6.04 horas, se dio la orden para que fuera oprimido el primer botón que serviría para inyectar la sustancia que adormecería al sentenciado. Con intervalos de cuatro a cinco minutos se aplicaron los dos siguientes tóxicos, los cuales paralizan en cuestión de segundos las funciones cardíacas y nerviosas del organismo.
De pronto empezó a escucharse el llanto de una niña, era la hija de Manuel Martínez, quien junto a sus dos pequeños hermanos y su madre lloraban mientras permanecían en un cuarto contiguo adonde estaba su padre. Ellos habían tenido que abandonar la sala minutos antes, atendiendo a que los reporteros gráficos cubrían la totalidad de la ventana.
La efectividad de las sustancias aplicadas se observó en el monitor colocado en un extremo derecho del cubículo, viendo de afuera hacia adentro. Allí se proyectó una línea recta que registraba el paro del corazón.
Todo terminó
Una vez concluido el procedimiento de suministrar las dosis, ingresaron las autoridades encargadas de verificar el cumplimiento de la sentencia.
El forense Mario Guerra procedió a verificar los signos vitales y corroboró que el reo había dejado de existir. Inmediatamente desabrochó los cinchos que sujetaban el cuerpo a la camilla e informó al juez que todo había concluido.
Luego llegaron tres paramédicos vestidos de verde y quitaron, además de la jeringa, los electrodos que controlaban los signos vitales.
Los presentes rodearon la camilla y hacían comentarios entre sí, sólo que no podía escucharse a qué se referían; lo impedía el grueso vidrio que dividía un lugar de otro.
Entretanto, se comprobaba el color pálido y ensombrecido de la mano derecha del ejecutado. Luego cayó el telón de la escena: cubrieron nuevamente la ventana con el plástico oscuro.
Entregan cadáver a familia
“¿Dónde está la esposa?, algún familiar que venga”, era el llamado que se hacía para que alguno de los emparentados con Martínez se acercara al lugar para recibir el cadáver.
Primero, aparece la esposa, Manuela Girón de Martínez, con quien había contraído matrimonio horas antes de la ejecución. Ella llega con su pequeña hija en brazos, con el rostro cubierto de lágrimas.
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Hecho el papeleo, se acerca al módulo letal 1 el vehículo de la funeraria que trasladaría el cuerpo a la aldea El Palmar, Quezaltepeque, de donde era originario el ejecutado.
También aparece la madre y un hermano de Martínez. A pocos metros, el padrastro Daniel Arias permanece en una celda donde deberá purgar 30 años de prisión por el mismo hecho delictivo.
¿Murió en 10 o18 minutos?
Para el forense Guerra, el deceso de Martínez ocurrió en 10 minutos; pero su versión difiere de la expresada por el abogado defensor Antonio de Rosa y el pastor evangélico Guillermo Galindo, quienes aseguraron que sucedió en 18.
De todas maneras, murió. Las últimas palabras que pronunció el sentenciado fueron: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
La masacre
La madrugada del 16 de mayo 1995, perecieron a balazos a manos de Martínez, en complicidad de un hermano de este y el padrastro de ambos, siete miembros de la familia Arias Miguel, entre ellos cuatro niños, aunque el ejecutado siempre aseguró que únicamente él había perpetrado la matanza.
Según el relato de la hermana del condenado, María Luisa Martínez Coronado, habían sido víctimas de amenazas constantes por parte de la familia Arias, a tal punto que les impidieron el paso para abastecerse de agua.
“Nuestro padre adoptivo, Daniel Arias, siempre mantuvo litigios con su hermano, Juan Arias, por la disputa de la herencia de las tierras”, dijo Luisa Martínez a reporteros de Prensa Libre, después de la ejecución de su hermano.
Deja carta
Martínez, por medio de su pastor evangélico, escribió una carta para que le fuera leída a sus hijos cuando crecieran. En ella narra cómo ocurrieron los hechos, y de su posterior arrepentimiento y “entrega a Cristo”.
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