TIEMPO Y DESTINO

Ni derrotados ni vencedores

Luis Morales Chúa

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OTRA DE LAS AFIRMACIONES POCO SERIAS en torno a los Acuerdos de Paz guatemaltecos es que fueron firmados cuando los guerrilleros ya habían sido militarmente derrotados.

Eso no es cierto, por los siguientes motivos: a nivel nacional lo acontecido durante 36 años que terminaron en 1996 se le llamó conflicto armado interno, como rechazo a la afirmación tendenciosa de que era uno de los productos de la guerra fría entre los Estados Unidos y la URSS, mentira que tenía el propósito de ocultar las causas reales del origen del conflicto, que eran y siguen siendo eminentemente nacionales, como la dictadura, el crimen de Estado, la creciente pobreza de la población, la inmensa corrupción administrativa, legislativa y judicial; la podredumbre de los sistemas político y electoral; la discriminación, el racismo, y el analfabetismo, entre otras.

En estricto respeto a la terminología española, la guerra es definida como “lucha armada entre dos naciones o entre bandos de una misma nación”. Se entiende por bando a cada una de las partes enfrentadas. Sus acciones están normadas por órdenes con fuerza de ley impartidas por autoridad militar en las zonas de guerra, órdenes que también son conocidas como “bandos de guerra”. Así pues, lo que hubo en Guatemala fue una guerra entre dos bandos: el Gobierno y la guerrilla.

Y, ¿cómo terminan las guerras? Por exterminio del enemigo; rendición incondicional de una de las partes; triunfo o derrota militar, y por otros procedimientos más.

En la segunda mitad del siglo pasado se registraron guerras de guerrilla en trece países latinoamericanos. Pero, las que vimos, sentimos y sufrimos más de cerca fueron las de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia y Cuba.

En Cuba y Nicaragua los guerrilleros derrotaron a los ejércitos gubernamentales y, por lo tanto, hubo vencedores (los guerrilleros) y derrotados (los militares). Los guerrilleros tomaron el poder por la fuerza de las armas y lo retienen por la vía de las elecciones.

Caso distinto fue —cito solo un ejemplo— el de Sri Lanka. Durante 26 años Los tigres de la Liberación Tamil combatieron contra las fuerzas armadas del Gobierno, en un largo y fallido intento por independizarse, y el 18 de mayo de 2009 cayó muerto bajo el fuego del Ejército el último guerrillero antigubernamental que no se rindió: Velupillai Prabhakaran, fundador y líder de la guerrilla tamil. El saldo de muertos en esa guerra ha sido estimado en 80 mil. En ese país, sí, la guerrilla fue militarmente derrotada.

En Guatemala el conflicto armado no tuvo ninguno de esos finales, ni exterminio total, ni derrota militar, ni rendición incondicional, ni armisticio, ni nada eso. El final llegó tras un largo período de conversaciones y negociaciones pacíficas, cultas, impulsado inicialmente no por los guerrilleros ni por el Ejército nacional, sino por gobiernos extranjeros.

Terminó con un acuerdo que garantizaba —cito textualmente— “el cese de todas las acciones insurgentes de parte de las unidades de la URNG y el cese de todas las acciones de contrainsurgencia por parte del Ejército de Guatemala”.

Y durante las conversaciones de paz, en distintos países, altos oficiales del Ejército de Guatemala y comandantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) se sentaron frente a frente, en torno a la mesa de negociaciones, y conversaron en condiciones de total igualdad negociadora. Y cuando el 29 de diciembre de 1966, en el interior del Palacio Nacional de la Cultura, antigua sede del Gobierno, fue firmado el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, estaban presentes casi todos los mismos negociadores antes citados, arropados ahora por una impresionante presencia de funcionarios nacionales, miembros del cuerpo diplomático extranjero, el secretario general de las Naciones Unidas y otros personajes de alto rango internacional. Procedimiento distinto a la “derrota militar de una de las partes”. Asunto nada difícil de entender.

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