CATALEJO
A 20 años de los acuerdos de paz
MAÑANA SE CUMPLIRÁN veinte años de la firma de los Acuerdos de Paz Firme y Duradera, que se llevó a cabo en una emotiva ceremonia realizada en el Palacio Nacional entre los representantes del gobierno, encabezados por un poco convencido presidente Arzú; el entonces general de Brigada Otto Pérez Molina y los comandantes guerrilleros Rolando Morán, Pablo Monsanto, Ricardo Rosales y Jorge Rosal. Terminaba así una dolorosa etapa histórica nacional de 36 años de enfrentamiento armado interno, innecesariamente alargada por ocho años porque debió haber terminado muy poco tiempo después de la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, con lo cual finalizó la Guerra Fría real. También porque fue demasiado larga para quienes tenían razones inaceptables entonces y ahora.
ES MUY EVIDENTE LA pregunta básica de los guatemaltecos de hoy, ya sea los jóvenes de 20 años ahora listos para entrar a estudios universitarios, y también para quienes por tener 40 años tienen edad para poder ser electos presidente de Guatemala. ¿Valió la pena esa guerra? Y de esa derivan ¿sirvieron los acuerdos de paz?, ¿cuáles son los beneficios actuales? ¿Por qué no se realizaron las reformas constitucionales acordadas, a fin de facilitarlos? Es fácil contestarlo. Las guerras casi nunca valen la pena, sobre todo cuando no cambian sus motivaciones internas. Y los acuerdos no pueden servir cuando no existe la verdadera voluntad de cumplirlos. Por ello se reduce su importancia conforme pasa el tiempo, el olvido y el desinterés.
EL FACTOR HISTÓRICO ES imprescindible. El mundo cambió, los intereses globales también. Llegó la tecnología de comunicación instantánea y con ello una trivialización conceptual imposible de impedir, entre otras docenas de factores. Es sorprendente cómo quienes en realidad participaron en la confrontación armada y por ello saben de los horrores de la guerra, en vivo, de alguna manera están menos alejados y con toda seguridad quienes están vivos observan con decepción cómo se encuentra el país ahora. Quienes insisten de manera unilateral en el castigo de los protagonistas, en realidad luchan contra el tiempo y la misma historia, ahora distinta, a la cual solo se le debe conocer con el objeto de no repetirla.
LOS ACUERDOS DE PAZ de hecho fueron enterrados cuando se realizó una consulta popular para aprobarlos. Eran 14, según los documentos, pero se le agregaron otros 36, mezclados con maña, por lo cual los pocos participantes los rechazaron. A partir de entonces me quedó clara la imposibilidad de tener éxito en cualquier acuerdo si no se desea de veras cumplirlo. Solo fueron cumplidos en la llamada parte operativa y por eso la guerrilla se desintegró como tal y el ejército se redujo. El partido político derivado de los insurgentes fracasó como tal, y la disminución militar posteriormente se convirtió en uno de los elementos facilitadores del aumento de la criminalidad, por razones diversas, sobre todo con la presencia del narcotráfico.
PESE A ESTAS REALIDADES, los acuerdos de paz fueron importantes. Lo fue además la Comisión Nacional de Reconciliación, por cierto absurdamente “ninguneada” en la ceremonia del Palacio Nacional. Los historiadores guatemaltecos deben explicar con serenidad y equidistancia lo ocurrido desde 1960 hasta 1996, pero en especial durante los seis años de reuniones en Europa y América Latina. No se debe pensar en términos de vencedores ni vencidos, porque el gran perdedor fue el país durante la guerra y en la postguerra. Lo ruin, en realidad, es observar la febril actividad de gente interesada porque esa es su fuente de ingresos, de mantener viva una vieja división entre los guatemaltecos, separados ahora por muchas otras más razones.